TRES ASESINATOS
S
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erían
los años de 1962 a
1963 aproximadamente, cuando estos hechos ocurrieron. No se sucedieron en
montón, sino que se fueron dando espaciados. Como se dan en los surcos las
matas de maíz o las de frijol, o como se dan en las matas los racimos de
plátano. Así se vinieron tejiendo estas cosas aquella vez, cuando era yo un
mozalbete espigado, larguirucho y tonto que me entretenía todavía en cacerías de
pájaros y pescando Chacales en las chorreras del río. Mas siempre fui
papaloteador y curioso, fijándome en detalles y cosas en las que mis hermanos y
amigos, ni siquiera se paraban a mirar. Era yo un redomado buscador de
aventuras vividas, preguntando en cuanto había oportunidad, los porqués de las
cosas a las personas mayores, principalmente a mujeres, con las que siempre he
tenido una mayor comunicación y he logrado encontrar en el sexo opuesto, a las
mejores amigas de mi vida. Pues son las mujeres, para mi, las que en sus mentes
fotográficas, conservan detalles y pasajes de las cosas que pasaron, con mucha
mas precisión que en la mente de los hombres.
Y para mi, curioso incorregible, pues lógicamente buscaba
desde mi mas tierna edad, la compañía de estos seres tibios, inteligentes,
leales, tiernos y amigables, además de que en algunos casos, hermosos y
atractivos, que olían bonito la mayoría de las veces y que me aceptaban con
ternura y afecto por mis actitudes francas y sinceras, respetuosas si, pero
audaces cuando debiera ser así. Las mujeres.
Bueno por esos años fue que sucedieron los hechos que voy a
relatar. Comenzaré con la historia de:
EL ESTEBAN
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ste
era un ser callado y serio, que vino a radicar por estos rumbos, emigrado de
Papantla, contratado por mi tío Humberto, hermano menor de mi Papá, el cual
tenía un rancho al que nombraba “El Panorama” o “La Esperanza” y que colindaba
con la propiedad de mi Padre, “Altamira”. Estos ranchos se ubican en la región
mas tropical del estado de Puebla, parte embutida como una cuña entre el estado
de Veracruz. Zona conocida como “Sierra baja” que se distingue por su abundante
precipitación pluvial, lo que hace ser una tierra feraz y basta en la
producción de maíz, frijol, plátano, ganado vacuno, maderas preciosas, caña de
azúcar, mangos, cítricos y últimamente café, lítchis y maracuyá, el café aunque
no de calidad óptima, si de buenos rendimientos.
Pues bien , en estas tierras se llegó el Esteban a
aposentarse, en un lugar de lo mas discreto del rancho “El Panorama”. Lugar que
estaba ubicado estratégicamente en una gran hondonada, producida hacia millones
de años por un gran cataclismo en la era paleozoica, y que se había convertido
en un lugar paradisíaco, pues era una pequeña cuenca rodeada por los farallones
del Cantil formados por aquel desgajamiento de gigantescas rocas, Cantil ya
recubierto por esponjosas, negras y fértiles tierras, en donde se reproducía
una vegetación exuberante y única, puesto que las demás tierras del rancho habían
sufrido la deforestación necesaria para reproducir praderas artificiales en
donde pudiera alimentarse el ganado. Por lo tanto este socavón protegido por
los cantiles, era el refugio de la fauna sobrante, tuzas reales, tejones,
perezosos, mapaches, osos hormigueros, aves de hermosos y variados plumajes,
entre los que se destacaban los picos reales, el pájaro cu, distinguible por su color verde tornasolado y pecho
coloradusco, con larga cola, la que en la punta tenía un recorte perfecto, como
sacabocado y que movía como un péndulo. El verde destellante del pico de canoa,
el pájaro hubero, también llamado chachalaca real, los majestuosos zopilotes
rey que se deslizaban planeando por las tibias ondas del aire entre la bruma
neblinosa y los arco iris producidos por la brisa del agua de una cascada que
se despeña como gasa liquida entre peñas rojizas desde los terrenos mas altos
del Rancho Altamira.
Esta cascada bajaba dando saltos, como si fuera una eterna
Vía Láctea pringada de verdes luces y relucientes estrellas, entre rocas
deformes cubiertas de raíces de higueros y otros vegetales.
En algunos lugares el agua formaba pozas no muy profundas
en donde se reproducían Anguilas y Acamayas enormes. Todas las laderas de ese
bajío antediluviano, conservaban vegetales primarios y viejísimos. Era una
pequeña selva intrincada de bejucos, ramas y troncos, en donde uno se hallaba
como dentro de un templo, escuchando los largos silbidos de las Tuyónas, el
arrullo acompasado de las Palomas Moradas, el suave y discreto transitar de la
Paloma de andapié, el furtivo corretear de las Ardillas, el rechinar
íntimidánte y sorpresivo de los enormes troncos de los higueros y sonoyos, y el
aturdidor chillido de las enormes Cigarras (Chicharras) que entre las ramas de
los Jonotes se mimetizan contra las cortezas de dichos árboles confundidas como
manchas de musgo o líquenes.
El agua de la cascada bajaba saltando entre las rocas y
raíces por un largo trecho, hasta formar un arroyo que se perdía en el follaje
de Malangos y matas de “Tepejuilote” (Palmilla), sombreados estos por enormes
árboles de Zapote Mamey y Zapote Cabello, además de gigantescos Higueros
cubiertos de heno, musgos, miles de orquídeas y otras plantas parásitas, a los
que sus troncos daban la impresión de ser venas de nudosos cuellos de animales
extinguidos.
Todo esto bordeaba la saltarina corriente, que murmuraba
canciones hechizantes, para el que quisiera dejarse llevar por el embeleso
producido por tan susurrantes melodías.
A este paradisíaco lugar, llegó a vivir el Esteban a una
casita construida con varas, casita que el tío Beto había habitado hacía algunos
años en compañía de su joven y hermosa esposa, la tía Hermelinda.
El tío Beto le había instalado a la casita, un gran fogón
de barro, agua corriente que se proveía desde la cascada, por medio de canales
hechos de largas ramas de Tarro, las que unidas surtían a la vivienda de un
servicio único, ya que en aquellos años, el agua potable y entubada, era un
servicio inexistente, se tenía que ir al manantial, pozo o concha, para que en
tinajas u ollas acarrear el vital líquido para el consumo.
El Esteban era un hombre correoso y flaco, de rostro
atractivo, el que a mi se me figuraba como modelo para una de esas hermosas
cabezas Mayas, de las que se adornaban con un penacho de plumas alargadas y que
alguna vez, fueran símbolo de una dependencia del gobierno Federal.
Bueno; de color moreno y ojos oscuros, el Esteban lucía en
su dentadura varias piezas cubiertas de oro, cosa que era una de sus
principales características.
El Esteban era muy pulcro en su
vestir, siempre limpio, usaba camisas de manga larga metidas dentro de la
pretina del pantalón, prenda que por lo regular mostraba por la parte de
enfrente, unas costuras a las que llamaban pinzas que le daban vista y estilo al
corte de la prenda.
Esteban vivía tranquilo con su familia en la pequeña choza
aquella, gozando de la vegetación y el clima que le brindaba la región.
Trabajando y desempeñando sus labores como vaquero del hato de ganado vacuno
del tío Beto, en compañía de un sobrino llamado José Luis, personaje central
del hecho que relataré mas tarde, quien auxiliaba al Esteban en las tareas
normales que se desempeñaban para el cuidado de ganado en pastoreo.
La vía de comunicación hacia el pueblo, era un caminillo
hermoso, que se pegaba a las laderas que acunaban el discreto rinconcito en
donde vivía el Esteban. La veredita se perdía hay veces bajo la sombras de los
árboles y las matas de Tarro que protegían con sus follajes de los rayos del
sol, a la corriente cristalina y luminosa del arroyo, que con júbilo continuaba
su viaje interminable hacia el río Cazones.
El arroyo, en un lugar muy cerca de la casita que habitaba
el Esteban, se dividía en dos, formando una isleta, a la que yo le nombraba
Mesopotamia, pues me recordaba a la figura que forman en los mapas de Asia los
ríos Tigris y Eufrates. Sobre esa islita había dos gigantescos higueros y el
caminito pasaba entre ellos cruzando los dos brazos del riachuelo, continuando
luego su rumbo hacia María Andrea, pueblo donde el Esteban tenía que asistir de
cuando en vez a realizar sus compras en el Tianguis Dominguero o a entregar la
leche o los quesos que se producían “El panorama”.
Al Esteban se le acabó la raya de su vida en esa islita
entre los brazos del arroyo, que yo pomposamente llamaba Mesopotamia, una tarde
en que regresaba en compañía de su sobrino José Luis, de haber asistido a María
Andrea a realizar las compras necesarias para surtir la despensa de su casa,
con la que alimentaría a su pequeña familia, formada por su esposa y tres
chicuelos. Más esto lo contará a su manera mi hermano Marco Aurelio, que fue
testigo presencial de los impactantes hechos.
Marcos, como le decimos a mi hermano, es mayor que yo,
siempre fue mi ídolo y ejemplo a seguir. Solo me lleva por cuatro años y en
aquellas épocas había cumplido los dieciocho...
Marcos era a mis ojos, como un maestro, pues siempre fue mi
amigo y consejero. El era deportista, le encantaba jugar el Básquet-Boll y mas
las chicas.
En esos tiempos tenía una hermosa novia llamada Eloisa,
morena de rostro apacible de Madona Italiana, ojos plácidos que se rodeaban de
unas pestañas chinas, boca de labios gordesuelos, nariz recta y un matojo de
pelo negro algo rizado que enrollaba en una gruesa y esponjosa trenza. Chica a
la que Marcos adoraba y a la que tenía permiso de su madre, de visitarla en
determinados días. El día que al Esteban se le acabó el camino de la vida, era
uno de esos días en que a Marcos le tocaba visitar a su linda novia.
A Marcos le había correspondido pasarse unos días
trabajando en Altamira, el Rancho de nuestro padre, realizando labores de
supervisión y coordinación de los peones, mismos que chapeaban los potreros y
el naranjal, quedándose a dormir en la casa grande. Casa que contaba con las
comodidades mínimas para pernoctar en ella, pues en esos tiempos solo se
ocupaba como bodega.
Todos nosotros, los hijos varones, teníamos la costumbre de
no desobedecer las instrucciones dadas por papá. Jamás nos salíamos de la
vereda marcada por sus instrucciones. Así era en esos años, los hijos no
teníamos ni voz no voto en las decisiones que afectaban nuestras vidas, solo
éramos mano de obra barata y sin salario, disponible ipsofacto. Mas aquella vez
Marcos, apuró sus actividades encargadas y con el deseo encendido en su cuerpo
y la ilusión empapándole el alma, se refrescó en el arroyo aseándose muy bien,
empujado por la anticipada emoción de pasar unas horas en el arrullo glorioso
del amor primero. Y con audacia acicateada por el estimulo de ver a su adorada,
desobedeció las ordenes paternas. Acicalándose con ropas limpias, empapándose
su abundante pelo con vaselina sólida, la que servía para formarle su inmenso
copete, lo que por esos años era moda. Se dirigió a pie, para que no se notara
su entrada al pueblo, ya que en sus dos únicas calles, era muy factible que se
distinguiera un hombre a caballo, que su solitaria silueta, que podría
confundirse entre las sombras de las casas, a la casa donde esperanzada le
esperaba ansiosa la chica de sus sueños. Y en el camino esto pasó.
Aquí Marcos nos relata su aventura.
- No mano, esa vez me quise bajar por el cantil para
abreviar camino, pues es pura bajadita hasta el pueblo.
Iba yo ligerito, ligerito, por la aventura y la emoción.
Pase el arroyo sin detenerme a nada, hasta llegar a la casa de Esteban, donde
me detuve un ratito para tomar aire y saludar a su señora, que llevaba en esos
momentos en sus brazos un tercio de leña. Continué bajando entre las peñas,
rumbo a donde el arroyo se divide en dos.
Antes de cruzar el primer brazo del arroyo, alcancé a ver
al sobrino del Esteban que hacia lo mismo que yo, comenzaba a cruzar brincando
sobre las piedras para no mojarse los botines, el otro brazo del arroyo. Cuando
escuché un disparo adelante de mi, sonido que venía de entre los higueros que
estaban a media isla. Pensé que alguien le había tirado a algún pájaro o
animal. Cuando vi salir corriendo por el camino, al Esteban con el rostro
desencajado y pálido, agarrándose el pecho con la mano izquierda y con la
derecha sosteniendo el morral que se sacudía con los rápidos pasos que daba. De
repente, como a diez pasos de donde yo me encontraba parado, pues me quedé
quieto por un momento, sonriendo, esperándole para saludarle, pues jamás
sospeché lo que pasaba. Vi que Esteban se fue de boca, cayendo entre las hierbas
a la orilla del camino. Como si en su carrera se hubiera tropezado perdiendo el
paso.
Hice el intento de correr a ayudarle a levantarse, cuando
de atrás de uno de los higueros, salió una persona con una carabina en las
manos.
El hombre aquel, con el rostro cubierto con un paliacate,
sorprendido me miró. Llevaba puesto un sombrero de palma, viejo, de esos comunes.
Vestía ropas de color opaco. También vi, que José Luis, el sobrino de Esteban,
subía a gatas el talud del otro lado del arroyo, regando en su apresuramiento,
la mercancía que llevaba en el morral. En ese momento entendí todo.
Acababan de asesinar casi en mis barbas al Esteban. Me di
vuelta y corrí internándome en el monte, rumbo a la casa del tío Beto, allá
arriba por la carretera que va a Mecapalapa. No sentí para nada el cansancio y
avisé lo que había ocurrido y presenciado. Luego continué mi camino rumbo a
María Andrea por el camino Real y di parte a la autoridad, refugiándome
después, en el amoroso abrazo de mi novia.
Marcos nos contó esto varias veces y nos pusimos de acuerdo
para acompañarle a todas partes a donde iba, por temor de que el o los asesinos
pudieran sentirse inseguros sobre su identidad y quisieran perjudicarlo, mas
jamás sucedió esto.
Al Esteban lo fueron a levantar varias horas después, las
autoridades del pueblo, ya estaba bien tieso y algo hormigueado. Tenía metidas
en el mero corazón, las nueve postas del cartucho de carabina del calibre #12,
con la que le habían matado. Se corrió la versión de que los hechos eran el
resultado de una venganza personal. José Luis el sobrino, se fue por un buen
tiempo, luego regresó a continuar trabajando para el tío Beto, pero esa es ya
otra historia.
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