lunes, 24 de marzo de 2014

TRES ASESINATOS



 S
erían los años de 1962 a 1963 aproximadamente, cuando estos hechos ocurrieron. No se sucedieron en montón, sino que se fueron dando espaciados. Como se dan en los surcos las matas de maíz o las de frijol, o como se dan en las matas los racimos de plátano. Así se vinieron tejiendo estas cosas aquella vez, cuando era yo un mozalbete espigado, larguirucho y tonto que me entretenía todavía en cacerías de pájaros y pescando Chacales en las chorreras del río. Mas siempre fui papaloteador y curioso, fijándome en detalles y cosas en las que mis hermanos y amigos, ni siquiera se paraban a mirar. Era yo un redomado buscador de aventuras vividas, preguntando en cuanto había oportunidad, los porqués de las cosas a las personas mayores, principalmente a mujeres, con las que siempre he tenido una mayor comunicación y he logrado encontrar en el sexo opuesto, a las mejores amigas de mi vida. Pues son las mujeres, para mi, las que en sus mentes fotográficas, conservan detalles y pasajes de las cosas que pasaron, con mucha mas precisión que en la mente de los hombres.
Y para mi, curioso incorregible, pues lógicamente buscaba desde mi mas tierna edad, la compañía de estos seres tibios, inteligentes, leales, tiernos y amigables, además de que en algunos casos, hermosos y atractivos, que olían bonito la mayoría de las veces y que me aceptaban con ternura y afecto por mis actitudes francas y sinceras, respetuosas si, pero audaces cuando debiera ser así. Las mujeres.
Bueno por esos años fue que sucedieron los hechos que voy a relatar. Comenzaré con la historia de:



EL ESTEBAN


E
ste era un ser callado y serio, que vino a radicar por estos rumbos, emigrado de Papantla, contratado por mi tío Humberto, hermano menor de mi Papá, el cual tenía un rancho al que nombraba “El Panorama” o “La Esperanza” y que colindaba con la propiedad de mi Padre, “Altamira”. Estos ranchos se ubican en la región mas tropical del estado de Puebla, parte embutida como una cuña entre el estado de Veracruz. Zona conocida como “Sierra baja” que se distingue por su abundante precipitación pluvial, lo que hace ser una tierra feraz y basta en la producción de maíz, frijol, plátano, ganado vacuno, maderas preciosas, caña de azúcar, mangos, cítricos y últimamente café, lítchis y maracuyá, el café aunque no de calidad óptima, si de buenos rendimientos.
Pues bien , en estas tierras se llegó el Esteban a aposentarse, en un lugar de lo mas discreto del rancho “El Panorama”. Lugar que estaba ubicado estratégicamente en una gran hondonada, producida hacia millones de años por un gran cataclismo en la era paleozoica, y que se había convertido en un lugar paradisíaco, pues era una pequeña cuenca rodeada por los farallones del Cantil formados por aquel desgajamiento de gigantescas rocas, Cantil ya recubierto por esponjosas, negras y fértiles tierras, en donde se reproducía una vegetación exuberante y única, puesto que las demás tierras del rancho habían sufrido la deforestación necesaria para reproducir praderas artificiales en donde pudiera alimentarse el ganado. Por lo tanto este socavón protegido por los cantiles, era el refugio de la fauna sobrante, tuzas reales, tejones, perezosos, mapaches, osos hormigueros, aves de hermosos y variados plumajes, entre los que se destacaban los picos reales, el pájaro cu, distinguible  por su color verde tornasolado y pecho coloradusco, con larga cola, la que en la punta tenía un recorte perfecto, como sacabocado y que movía como un péndulo. El verde destellante del pico de canoa, el pájaro hubero, también llamado chachalaca real, los majestuosos zopilotes rey que se deslizaban planeando por las tibias ondas del aire entre la bruma neblinosa y los arco iris producidos por la brisa del agua de una cascada que se despeña como gasa liquida entre peñas rojizas desde los terrenos mas altos del Rancho Altamira.
Esta cascada bajaba dando saltos, como si fuera una eterna Vía Láctea pringada de verdes luces y relucientes estrellas, entre rocas deformes cubiertas de raíces de higueros y otros vegetales.
En algunos lugares el agua formaba pozas no muy profundas en donde se reproducían Anguilas y Acamayas enormes. Todas las laderas de ese bajío antediluviano, conservaban vegetales primarios y viejísimos. Era una pequeña selva intrincada de bejucos, ramas y troncos, en donde uno se hallaba como dentro de un templo, escuchando los largos silbidos de las Tuyónas, el arrullo acompasado de las Palomas Moradas, el suave y discreto transitar de la Paloma de andapié, el furtivo corretear de las Ardillas, el rechinar íntimidánte y sorpresivo de los enormes troncos de los higueros y sonoyos, y el aturdidor chillido de las enormes Cigarras (Chicharras) que entre las ramas de los Jonotes se mimetizan contra las cortezas de dichos árboles confundidas como manchas de musgo o líquenes.
El agua de la cascada bajaba saltando entre las rocas y raíces por un largo trecho, hasta formar un arroyo que se perdía en el follaje de Malangos y matas de “Tepejuilote” (Palmilla), sombreados estos por enormes árboles de Zapote Mamey y Zapote Cabello, además de gigantescos Higueros cubiertos de heno, musgos, miles de orquídeas y otras plantas parásitas, a los que sus troncos daban la impresión de ser venas de nudosos cuellos de animales extinguidos.
Todo esto bordeaba la saltarina corriente, que murmuraba canciones hechizantes, para el que quisiera dejarse llevar por el embeleso producido por tan susurrantes melodías.
A este paradisíaco lugar, llegó a vivir el Esteban a una casita construida con varas, casita que el tío Beto había habitado hacía algunos años en compañía de su joven y hermosa esposa, la tía Hermelinda.
El tío Beto le había instalado a la casita, un gran fogón de barro, agua corriente que se proveía desde la cascada, por medio de canales hechos de largas ramas de Tarro, las que unidas surtían a la vivienda de un servicio único, ya que en aquellos años, el agua potable y entubada, era un servicio inexistente, se tenía que ir al manantial, pozo o concha, para que en tinajas u ollas acarrear el vital líquido para el consumo.
El Esteban era un hombre correoso y flaco, de rostro atractivo, el que a mi se me figuraba como modelo para una de esas hermosas cabezas Mayas, de las que se adornaban con un penacho de plumas alargadas y que alguna vez, fueran símbolo de una dependencia del gobierno Federal.
Bueno; de color moreno y ojos oscuros, el Esteban lucía en su dentadura varias piezas cubiertas de oro, cosa que era una de sus principales características.
          El Esteban era muy pulcro en su vestir, siempre limpio, usaba camisas de manga larga metidas dentro de la pretina del pantalón, prenda que por lo regular mostraba por la parte de enfrente, unas costuras a las que llamaban pinzas que le daban vista y estilo al corte de la prenda.
Esteban vivía tranquilo con su familia en la pequeña choza aquella, gozando de la vegetación y el clima que le brindaba la región. Trabajando y desempeñando sus labores como vaquero del hato de ganado vacuno del tío Beto, en compañía de un sobrino llamado José Luis, personaje central del hecho que relataré mas tarde, quien auxiliaba al Esteban en las tareas normales que se desempeñaban para el cuidado de ganado en pastoreo.
La vía de comunicación hacia el pueblo, era un caminillo hermoso, que se pegaba a las laderas que acunaban el discreto rinconcito en donde vivía el Esteban. La veredita se perdía hay veces bajo la sombras de los árboles y las matas de Tarro que protegían con sus follajes de los rayos del sol, a la corriente cristalina y luminosa del arroyo, que con júbilo continuaba su viaje interminable hacia el río Cazones.
El arroyo, en un lugar muy cerca de la casita que habitaba el Esteban, se dividía en dos, formando una isleta, a la que yo le nombraba Mesopotamia, pues me recordaba a la figura que forman en los mapas de Asia los ríos Tigris y Eufrates. Sobre esa islita había dos gigantescos higueros y el caminito pasaba entre ellos cruzando los dos brazos del riachuelo, continuando luego su rumbo hacia María Andrea, pueblo donde el Esteban tenía que asistir de cuando en vez a realizar sus compras en el Tianguis Dominguero o a entregar la leche o los quesos que se producían “El panorama”.
Al Esteban se le acabó la raya de su vida en esa islita entre los brazos del arroyo, que yo pomposamente llamaba Mesopotamia, una tarde en que regresaba en compañía de su sobrino José Luis, de haber asistido a María Andrea a realizar las compras necesarias para surtir la despensa de su casa, con la que alimentaría a su pequeña familia, formada por su esposa y tres chicuelos. Más esto lo contará a su manera mi hermano Marco Aurelio, que fue testigo presencial de los impactantes hechos.
Marcos, como le decimos a mi hermano, es mayor que yo, siempre fue mi ídolo y ejemplo a seguir. Solo me lleva por cuatro años y en aquellas épocas había cumplido los dieciocho...
Marcos era a mis ojos, como un maestro, pues siempre fue mi amigo y consejero. El era deportista, le encantaba jugar el Básquet-Boll y mas las chicas.
En esos tiempos tenía una hermosa novia llamada Eloisa, morena de rostro apacible de Madona Italiana, ojos plácidos que se rodeaban de unas pestañas chinas, boca de labios gordesuelos, nariz recta y un matojo de pelo negro algo rizado que enrollaba en una gruesa y esponjosa trenza. Chica a la que Marcos adoraba y a la que tenía permiso de su madre, de visitarla en determinados días. El día que al Esteban se le acabó el camino de la vida, era uno de esos días en que a Marcos le tocaba visitar a su linda novia.
A Marcos le había correspondido pasarse unos días trabajando en Altamira, el Rancho de nuestro padre, realizando labores de supervisión y coordinación de los peones, mismos que chapeaban los potreros y el naranjal, quedándose a dormir en la casa grande. Casa que contaba con las comodidades mínimas para pernoctar en ella, pues en esos tiempos solo se ocupaba como bodega.
Todos nosotros, los hijos varones, teníamos la costumbre de no desobedecer las instrucciones dadas por papá. Jamás nos salíamos de la vereda marcada por sus instrucciones. Así era en esos años, los hijos no teníamos ni voz no voto en las decisiones que afectaban nuestras vidas, solo éramos mano de obra barata y sin salario, disponible ipsofacto. Mas aquella vez Marcos, apuró sus actividades encargadas y con el deseo encendido en su cuerpo y la ilusión empapándole el alma, se refrescó en el arroyo aseándose muy bien, empujado por la anticipada emoción de pasar unas horas en el arrullo glorioso del amor primero. Y con audacia acicateada por el estimulo de ver a su adorada, desobedeció las ordenes paternas. Acicalándose con ropas limpias, empapándose su abundante pelo con vaselina sólida, la que servía para formarle su inmenso copete, lo que por esos años era moda. Se dirigió a pie, para que no se notara su entrada al pueblo, ya que en sus dos únicas calles, era muy factible que se distinguiera un hombre a caballo, que su solitaria silueta, que podría confundirse entre las sombras de las casas, a la casa donde esperanzada le esperaba ansiosa la chica de sus sueños. Y en el camino esto pasó.
Aquí Marcos nos relata su aventura.
- No mano, esa vez me quise bajar por el cantil para abreviar camino, pues es pura bajadita hasta el pueblo.
Iba yo ligerito, ligerito, por la aventura y la emoción. Pase el arroyo sin detenerme a nada, hasta llegar a la casa de Esteban, donde me detuve un ratito para tomar aire y saludar a su señora, que llevaba en esos momentos en sus brazos un tercio de leña. Continué bajando entre las peñas, rumbo a donde el arroyo se divide en dos.
Antes de cruzar el primer brazo del arroyo, alcancé a ver al sobrino del Esteban que hacia lo mismo que yo, comenzaba a cruzar brincando sobre las piedras para no mojarse los botines, el otro brazo del arroyo. Cuando escuché un disparo adelante de mi, sonido que venía de entre los higueros que estaban a media isla. Pensé que alguien le había tirado a algún pájaro o animal. Cuando vi salir corriendo por el camino, al Esteban con el rostro desencajado y pálido, agarrándose el pecho con la mano izquierda y con la derecha sosteniendo el morral que se sacudía con los rápidos pasos que daba. De repente, como a diez pasos de donde yo me encontraba parado, pues me quedé quieto por un momento, sonriendo, esperándole para saludarle, pues jamás sospeché lo que pasaba. Vi que Esteban se fue de boca, cayendo entre las hierbas a la orilla del camino. Como si en su carrera se hubiera tropezado perdiendo el paso.
Hice el intento de correr a ayudarle a levantarse, cuando de atrás de uno de los higueros, salió una persona con una carabina en las manos.
El hombre aquel, con el rostro cubierto con un paliacate, sorprendido me miró. Llevaba puesto un sombrero de palma, viejo, de esos comunes. Vestía ropas de color opaco. También vi, que José Luis, el sobrino de Esteban, subía a gatas el talud del otro lado del arroyo, regando en su apresuramiento, la mercancía que llevaba en el morral. En ese momento entendí todo.
Acababan de asesinar casi en mis barbas al Esteban. Me di vuelta y corrí internándome en el monte, rumbo a la casa del tío Beto, allá arriba por la carretera que va a Mecapalapa. No sentí para nada el cansancio y avisé lo que había ocurrido y presenciado. Luego continué mi camino rumbo a María Andrea por el camino Real y di parte a la autoridad, refugiándome después, en el amoroso abrazo de mi novia.
Marcos nos contó esto varias veces y nos pusimos de acuerdo para acompañarle a todas partes a donde iba, por temor de que el o los asesinos pudieran sentirse inseguros sobre su identidad y quisieran perjudicarlo, mas jamás sucedió esto.
Al Esteban lo fueron a levantar varias horas después, las autoridades del pueblo, ya estaba bien tieso y algo hormigueado. Tenía metidas en el mero corazón, las nueve postas del cartucho de carabina del calibre #12, con la que le habían matado. Se corrió la versión de que los hechos eran el resultado de una venganza personal. José Luis el sobrino, se fue por un buen tiempo, luego regresó a continuar trabajando para el tío Beto, pero esa es ya otra historia.



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