domingo, 2 de marzo de 2014

EL ESPECTADOR
D
el techo colgaban varias arañitas de sus telas. Eran como tres docenas, del tipo de insecto industrioso que en un instante hace su red. Perfecta trampa para los moscardones atraídos por la luz que irradiaban los focos que colgaban indolentes de las vigas que sostenían el techo del tejaban donde él escribía.
          Siempre escribía en la misma mesa, en la misma esquina y en la misma silla. Observaba con ojos llorosos las cosas que pasaban a su alrededor y tomaba notas de lo que creía interesante. Yo le observaba con atención, pues me parecía interesante su físico. Era robusto, con esa robustez que da la buena comida, el buen yantar diría alguien más ilustrado que yo. Tenía unos pies grandes y anchos, que embutía en unos zapatones mucho más grandes; zapatos que por lo regular traía sucios. Sus ropas eran holgadas y siempre de color ocre; café o gris, amarillo o rojo. Tenía la nariz como aplastada, como si se le hubiera roto el tabique de un duro golpe, “nariz de boxeador”: diría yo. Sus labios eran gruesos y bien dibujados; el superior se lo adornaba con un bigote de pelos rígidos, brillantes, que le caían por las comisuras y que de cuando en vez los mordía recortándolo con sus dientes. El color de su piel era más bien cobrizo, que delataba su sangre mestiza. El pelo medio canoso y rizado, algo ralo por la frente, se le presentía sedoso y suave al tacto como vellón de borrego, le hacía parecer bobalicón. Sus ojos color café tabaco tenían una mirada inocente que cambiaba mucho cuando alcanzaban a distinguir algún rostro o cuerpo hermoso de mujer, volviéndose oscuros y agudos, inquisidores, mas bien libidinosos, diría yo.
Siempre apoyaba la barbilla en su mano izquierda mientras escribía con la derecha jugueteando de vez en vez con la pluma. Escribía sobre hojas sueltas de papel económico, del que acá le dicen “revolución”.
          Tenía una cualidad que después descubrí me serviría para ubicar sus pensares en un día de su vida. A todo lo que escribía le ponía hora y fecha.
Era visitante continuo de mi pequeño pueblo, ¿De donde venia?, nunca lo supe, ni supe su nombre. Yo solo sé que llegaba de vez en vez a sentarse en la misma mesa, en la misma silla y en la misma esquina del restaurantito “El Quihubo Pariente”, comedero que se asentaba en la orilla de una de las carreteras más transitadas del País, por lo que resultaba perfecto mirador para tomar notas de cosas que a él le parecían importantes y que le inspiraban algún atractivo especial, diría yo.
A mi me parecía un personaje huraño y raro, de poco hablar, más bien diría yo, de mucho pensar. Cuando esa vez dejó sus papeles olvidados en la mesa, me di cuenta que escribía en español y que fechaba sus escritos.
Cosa curiosa, nunca dejaba olvidado nada, mas esa vez se quedaron unas hojas sobre una de las sillas que rodeaban la mesa, hojas que descubrí accidentalmente al volarlas un airecillo travieso, de esos que soplan por acá en el mes de noviembre. Levanté los papeles para guardarlos y entregarlos, mas me venció la curiosidad y comencé a leer.
          Bueno, el escritor del que hablo jamás ha regresado a mi pueblo. ¿Que le pasó? ¿A que país se fue? ¿Murió? ¿Anda buscando paisajes en otro pueblo como el mío?
Yo le continuo esperando, ya que conservo sus papeles, pero hace días, en un periódico de los mas leídos por acá, en una pequeña nota, vi que invitaban a los escritores de habla hispana a un concurso de cuentos en esa lengua y se me ocurrió mandar los escritos, que por accidente están en mis manos; así que conseguí que me los escribieran en máquina y aquí están.
Si son cuentos  o no, o si está permitido hacerlo, yo no lo sé, pero a mí me parece justo que lean otras gentes lo que este discreto escritor dejó una vez olvidado en una silla de un comedero llamado “El Quihubo Pariente”, en un pueblito simpático, en la República Mexicana.

2:15 Hrs.

En la penumbra de la calle obscura se distinguió la mancha blancuzca, alechozada de su pálido rostro, que mas resaltaba por lo negro de su camisa. Volteó y al verme capté su temor de ser reconocido e inmediatamente giró el rostro y acelerando su paso, con las manos en los bolsillos, ni siquiera hizo ruido alguno y se desvaneció en las sombras de la calle, eran las 2:15 de la mañana, rara la hora para andar en la calle, pero a esas horas por lo regular es cuando él trabaja.

4:00 Hrs.

De repente lo vi venir haciendo ruidos extraños y señales luminosas, rojas y amarillas. Brillos de cromo y oro se notaban en sus miembros mas importantes, estaba todo pulido y brillante, y pintado muy bonito de rojo y amarillo. En las partes bajas todo pintado de blanco.
Llegó exactamente frente a mí, y se quedó parado, pero continúo haciendo ruidos fuertes y molestos. Echaba aire a mucha presión, eso hacía que levantara polvo de la calle. De repente, aumentando el volumen de sus ruidos varias veces mas, se quedó completamente en silencio, sosegado, tranquilo; su conductor iba a descansar.
          Era un tractor rodante, de esos que mueven toneladas de carga por las carreteras de nuestro país, que digo yo, son las arterias principales que hacen vivir el gran corazón que es el Distrito Federal.

5:30 Hrs.

Pasaron las dos, gordas, brillantes de sudor, chinas, olorosas a ajos y a cebollas, en los dientes de ambas brillaba el oro y en sus ojos el deseo. En sus entallados pantalones rezumaba la carne abundante. Me saludaron
- Buenos díasss. Una de ellas todavía me sonrió con ojos y boca. Una boca que era un manchón rojo y amargo que resaltó en su redonda cara, como el punto putrefacto de una naranja demasiado madura. Así las vi yo esa madrugada, como naranjas amarillas ya echándose a perder.

6:25 Hrs.

En la radio escuchaba la voz de un locutor norteño, que hablaba y hablaba, cuando a través del vidrio ahumado del autobús que en ese momento pasaba frente a mí, distinguí un perfil que hace años no veía.
-¿Adonde ira?, me pregunte. ¿Quien la acompañará? ¿Que será de su vida? ¿Cuantos hijos tendrá? ¡Ufff! años, muchos años han pasado por nuestras vidas y todavía la distingo ipso facto. ¿La mente es prodigiosa o el objetivo es placentero? He ahí el misterio.

6:40  Hrs.

¡Dios Mío! si en esta vida me mandas oportunidades, no seas malito, mándamelas atravesadas y no al hilo.

6:50 Hrs.

Te pienso a raudales, porque te enquistaste en mi cerebro y tu ausencia marca con su realidad las largas horas de mi esperar. Al pensarte, inclino el fiel de mi balanza hacia tu recuerdo y el peso de mis ansias por ti me obliga a añorarte.
Te seguiré pensando, por que con ello aliviano mis madrugadas, y el día se precipita sobre mis ojos como un puñado de arena, por lo que te lloro y al llorar desahogo mis comprimidos suspiros que aprisionan mi pecho. Te seguiré pensando por que así logro lo anhelado, tenerte a diario conmigo para realizar mi sueño. Ya no pensarte, por que si te pienso mucho, así mismo te olvido.

7:10 Hrs.

El cuchillo brillaba conforme penetraba. En la cara del que lo utilizaba se notaba un raro placer, como si gozara con utilizarlo al herir las partes más blandas y suaves del cuerpo de la víctima. Brillaban sus ojos con un fulgor inquietante. En la piel de las mejillas del heridor, rielaba el fulgor del sol del amanecer, un sol color zanahoria que coloreaba las hojas del árbol de almendras, donde displicente se recargaba aquel tipo, mientras continuaba con su extraño placer. Cortar, penetrar, clavar, herir, despedazar hasta hacer picadillo los cuerpos indefensos de sus diarias víctimas.
Esas víctimas que nunca se quejaban, que silenciosas se dejaban degollar, cortar, penetrar. Esas deliciosas víctimas que nosotros los latinos presumimos y saboreamos. Las sandías, jícamas, naranjas, pepinos, piñas y melones con que nos refrescamos en los calurosos marzos, abriles y mayos de nuestra República almibarada y placentera.
Y el amigo frutero, continúo con su labor de siempre; pelar y partir las frutas para nuestro placer.

7:22 Hrs.

El farolillo rojo se mecía con la suave brisa, mientras las sombras nocturnas huían escurriéndose por entre las hojas de los árboles, el cielo comenzó a ponerse clarito, se aproximaba  el día con zancadas enormes. A finales de otoño los días se acortan por las ganas de que llegue la Navidad. La brisa agitó el follaje como apurando a la noche y me tocó ver como esta escapaba rápidamente entre las hojas  de los higueros. ¡Que te baya bien!, le dije, antes de que se perdiera por la carretera, iba a las carreras.

7:45 Hrs.

El ave era realmente hermosa, caminaba a la orilla de la carretera con la dignidad de un soberano. Su cresta era roja de un tono brillante. Era un pollón de esos que les llaman “giros”; las plumas del cuello eran plateadas y casi todo su cuerpo se cubría con plumas negras, solo en las puntas de las alas le resaltaban unas cuantas plumas coloradas. Caminaba por la orilla de la carretera picoteando algunos granos de sorgo o maíz de los que se les caen a los carros cargueros al transitar rumbo a la capital. Como estaba amaneciendo, de vez en cuando se detenía, se engallaba y echaba su canto al viento de la madrugada, continuando con el rito añejo que genéticamente heredó de sus antecesores. Así lo observé y escuché por unos instantes, mientras se perdía por la calle donde algunos niños madrugadores ya se dirigían a la escuela, eran las 7:45 de la mañana de un miércoles, en el otoño de 1989, ya casi para cerrar la década.

8:44 Hrs.

          La acidez del jugo de toronja que estaba tomando, no se por que me recordó la cara de la señora. De esa que siempre pasa con el ceño fruncido y en la boca un rictus amargo y desencantado, la que  envuelta en su rebozo, trata de darle calor a su enjuto cuerpo sin gracia., que ya no le produce más que disgustos. Creo que además de la acidez, también tiene el color de la toronja, realmente me atrevo a afirmar que es una señora agria y sin color, desabrida e infeliz.

8:48 Hrs.

Con sus cubos vacíos colgados de un madero que balanceaba en su hombro derecho, pasó mi paisanito rumbo al pozo de agua. Con su mismo sombrero y su misma amabilidad que le caracteriza a toda su generación. Generación atenta y respetuosa de las costumbres urbanas; como esa de saludar en voz alta y despedirse lo mismo y ni siquiera detener el paso. Así es mi paisanito, así fue su papá y así fue su abuelo, y el ya le enseñó a su hijo a ser así.
Porque así deben de ser las cosas, como Dios manda.

9:13 Hrs.

Te distinguí entre el gentío por tu linda melena rizada color claro, que se noto esponjosa y perfumada. Cuantas veces he deseado enterrar mi rostro en esos tus perfumados rizos. Tus rizos que en mis sueños quiero. Tus rizos que en mi despertar anhelo. Tus rizos que en mi dormir presiento. Blonda tu melena hermosa, que llena de deseos mis madrugadas. Te distinguí inmediatamente y así como te vi, te perdí. Porque de sueños abrumada mi mente, solo pudo perderte en el diario laberinto insulso de mis grises días.

9:32Hrs.

          A la distancia se te notaban las canas como aureola que circundaba tu frente. Menudita, morena, con una dignidad de reina, esperabas pacientemente el autobús que te llevaría a tu destino. Te observaba a la distancia sintiendo tu presencia pueblerina en tu actitud pasiva al estar parada. De tu hombro izquierdo colgaba una bolsa de manta. Cruzando tus brazos platicabas con alguien y sonreías continuamente, reluciendo en esa sonrisa los casquillos de oro de tu postiza dentadura. Mi pueblerina menudita, me dejaste esa mañana al contemplarte, sabor de ajonjolí.

9:58 Hrs.

Su rostro canijo y ratonil se mostraba feliz, iba arrimadita junto a su creo yo, marido. Su pelo lacio recogido en una coleta la hacía más  aguzadas sus facciones. Sonrió mostrando sus dientes de roedor. Sus ojillos brillaban de felicidad, mientras besaba a su hombre en la mejilla. Los labios un poco jalados hacia abajo, hacían cruel su sonrisa, era pálida, de pupilas amarillentas, era creo yo, un futuro cadáver.

10:15 Hrs.

Que hermosura de conjunto. Eran cinco, todas ellas iguales de dignas y de bellas, con la belleza natural del campo y de las flores naturales que nacen en los potreros. Se me imaginaron como quiebra platos o campanillas blancas. Las cinco con sus rebozos repletos de algo, colgando de los hombros. Las cinco despeinadas, sudorosas, con sus “Quesquémeles” sucios y sus blusas pepenadas de varios colores, también. Descalzas por que en ellas, creo yo esa necesidad es lujo. Llegaron frente de mí y pude observarlas a placer, cada una se deshizo de su carga y cada una buscó una piedra del cerco del jardincillo para sentarse a descansar. Se me imaginaron palomitas grises acurrucadas tomando el sol. Por dentro de mí sentí la ternura que se siente cuando se abraza a un niño y un deseo de ser mejor mexicano me invadió.

10:50  Hrs.

Pasó frente a mí con el paso tranquilo y lento del que no tiene compromisos. En su pelo se notaba que había estado durmiendo, la ropa algo arrugada lo certificaba.
          En su rostro pálido, más bien amarillento, se veían rastros de alguna enfermedad, paludismo o hepatitis, me dije, mientras le observaba pasar, arrastrando tras él su desesperanza, su apatía, su aburrimiento. Como él, hay muchos en mi pueblo. Jóvenes a los que les hace falta que hacer, ya que no tenemos suficientes fuentes de trabajo. Que triste es esto, pero es más triste no darle solución a este problema. Cuanta fuerza perdida, el futuro del país sin apoyo necesario, es como si abandonáramos a la naturaleza el vivero de nuestro mejor huerto.

11.10  Hrs.

Recargado sobre el volante de la pick-up, puso las luces direccionales para salir del estacionamiento hacia la carretera. Acomodando con la mano derecha el espejo retrovisor que le reflejó la imagen pálida color de luna de la sin prisas, de la que agazapada esperaba por él. Movió enérgicamente el espejo y  la imagen se diluyó como dentro del agua, y se dijo para sí:
- Por hoy no señora.
Mientras salía a la carretera persignándose con la misma mano derecha y con el pie en el acelerador y a fondo. Y así se fue y todavía no ha regresado.

12:00 Hrs.

Se subió al estribo del camión, pegó el rostro al cristal de la puerta mientras se sostenía con una mano de la escalerilla con la que se sube uno a la canastilla que se encuentra arriba de la caseta, y con la otra mano, de uno de los tubitos cromados que sostienen el espejo retrovisor, que reflejó el brillo de su reloj. Su aliento opacó el cristal no dejándole ver si el ocupante de la cabina se encontraba solo. Movió el rostro evitando la mancha que produjo su aliento sobre el cristal y observó dentro de la caseta a la pareja que dormía, hombre y mujer. Se descolgó del estribo silenciosamente, maldiciendo su mala estrella.
- Chihuahua, me hubiera gustado otro más por este día.
 Se decía mientras movía sus caderas al caminar a la orilla de la cinta asfáltica y sacaba de su bolso que traía colgado de su hombro, una cajetilla de cigarros con filtro, de la que extrajo uno y con un cerillo le metía fuego, llenándose los fríos pulmones con el cálido humo de la mixtura quemada.


12:25 Hrs.

Sus ojos verdes, luminosos, translúcidos, me miraron pícaramente mandándome el mensaje de su coqueteo. Era una mujer sensual a pastos. Su pantalón blanco, de esos flojones, se transparentaba más porque se puso a contraluz. Se le miró el bikini, blanco también, con encajitos en todas las orillas que circundaban sus rotundos y finos muslos. Al través de la blusa, de tela tipo seda, se le notaban en la espalda unas pecas que la hacían más sensualona.
La cintura estrechada por un cinturón de piel negra, se antojaba abarcar con las manos. Sus pies pequeños, blancos, con las uñas pintadas de rojo, con el color parecido a la sangre de los pichones, se dejaban envolver en unas sandalias con correas de charol negro.
- ¡Que mujer! Me dije. Como para ponerle los cuernos sin preocupación a su marido.

12:54Hrs.

La que fue máximo atractivo de mis impulsos amorosos, hoy se diluye pardamente en el montón de rostros grises de la multitud. Se pierde cada día más en el remolino diario de mis observaciones. Que pasajera es la pasión; claro, deja la satisfacción de lo logrado, pero también deja el hastío de lo saciado. Ya calmados los instintos, satisfechos los deseos, lo que fuera incitador motivo es hoy triste reflejo.

13:24

Le miré en una profunda y triste contemplación, lo observé reflejado en el cristal. El no se daba cuenta de mi escrutamiento. Sus ojos demasiado abiertos, casi redondos. Los dientes blancos separados unos de otros, le deban una apariencia de sonrisa forzada; famélica, más bien diría yo, pues su delgadez se le amontonaba en sus hundidas mejillas que afilaban su rostro color café con leche. Su nariz que era una raya mas clara, posiblemente por la luz, se le distinguía de todo el panorama de su cara.
Me llegó su mirada como un chorro de agua fría y me caló profundamente, que razonando me dije:
- El hambre está llegando a mis fronteras. Cuidado hombre, cuidado.

13:44 Hrs.

Hoy te extrañé, acostumbrado a tu imagen de todos los días. Hoy en mi pecho hay una falta de aliento, como que se niega a respirar. Lo siento oprimido y anhelante. En el mar de rostros de mi día, busqué el tuyo que siempre sobresale y no lo hallé. Sentí caer  el peso de la desesperanza sobre mis hombros y quise dormir  para morir un poco. Cuanta falta le haces a mis deseos, cuanta necesidad tengo de tu mirada, cuanta ausencia me llena por no mirarte, cuanto penar se agolpa por no encontrarte.

14:10  Hrs.

Lo veo pasar, bajito, con un sombrerito negro calado hasta las orejas, en el bolsillo trasero de su pantalón le asoma un periódico doblado, sus ojillos rojizos por la cruda, le confieren un aire misterioso de conspirador. Un bigotito delgado y bien rasurado le da un aire ladino y padrotero. Tiene pinta de lambiscón, de gorrón y de traguetas. Le he observado varias veces, me parece que se la vive cazando las sobras de otros, es de esas gentes desvergonzadas que con tal de llenar la panza venden lo que no tienen, y además con su labia resbalosa y conmovedora, consiguen lo que les hace falta, inventando, calumniando, murmurando, halagando, desprestigiando, así se conserva satisfecho, eructando puras sabandijas de su misma calaña.

15:05 Hrs.

Su esbeltez y garbo, me provocó observarla a fondo, detenidamente y con toda atención. Portaba una falda negra de largo moderado y de tela sintética, plisada en la cintura, lo que hacía que se le abombara en las caderas, haciéndola mas atractiva a mi vista. Por la parte delantera su vientre plano hacia que la falda cayera recta hacia las rodillas. La blusa era amarilla, con mangas hasta los codos, con un cinturón ancho de charol negro y hebilla redonda dorada, como botón de un traje de payaso. Sus pequeños senos apenas se insinuaban debajo de su corpiño que enseñaba sus orillas por el cuello de la blusa como curiosos chiquillos asomados al brocal de un pozo. Llevaba el pelo recogido en una coleta que movía al caminar por el rápido ritmo que imprimía a su paso. Y lo increíble pasó. De repente giró su rostro hacia mí. Y sus ojos dorados como un sueño me miraron con algo de desdén. Desde entonces quiero vivir en el hermoso embrujo esos ojos dorados que dejaron iluminada mi vida con los colores del ensueño.

15:38 Hrs.

La niña chupándose uno de sus dedos pulgares, la miró y al mirarla, sus ojillos se iluminaron con la luz de la malicia. La pollita buscaba por la banqueta que comer, era negra, sus patas amarillas se miraban robustas, la cresta de arriba de su cabeza era roja, el pico algo curvado era negro como sus plumas. La pollita piaba mientras buscaba alimento. La niña que se chupaba el dedo, la de los ojitos maliciosos, de repente se acercó por la parte de atrás a la pequeña gallina y la atrapó por la cola, mientras el animalejo aumentaba el volumen de sus píos. La niña gozando mucho con el momento, lanzó a la atrapada ave al viento, mientras de sus ojillos desaparecían como agazapándose, las lucecillas de travesura que momentos antes habían incendiado sus pupilas.

15:54 Hrs.

Caminaba con ese caminar de filosofo, a cada paso giraba la cabeza a ambos lados, con una mirada periférica que abarcaba los 360 grados. De repente, aceleraba el paso y picoteaba rápidamente sobre el alimento encontrado. No paraba de caminar, echando la cabeza por delante, semejaba una de esas gentes curiosas que con las manos detrás inspeccionan en los “Supers”, los anaqueles de mercancías y de repente, estiran en un santiamén la mano, toman un objeto, lo observan y lo echaban al carrito que la esposa o el hijo llevan empujando pacientemente y luego colocan nuevamente sus manos atrás y continúan caminando por ahí. Así me parecía este personaje solitario que me pasó a entretener una tardecita fresca del mes de Octubre, un personaje que me hizo pensar que Dios nos hizo a todos muy semejantes.

16:05  Hrs.

Pasó con su pantalón entalladito entalladito sobre sus rotundas caderas, que con un ritmo suave movía al caminar. El taconeo garboso de sus botas de tacón alto, marcaban el ritmo de su andar, haciéndolo mas atractivo a las miradas de los hombres. El pelo suelto, rizado artificialmente, color caoba oscuro, le llegaba hasta abajo de los hombros, esto le confería un aire muy sensual y  femenino. Su boca era de labios gruesos con un rictus medio cruel, por las comisuras de los labios que se jalaban un poco hacia abajo, era una boca que se antojaba mullida y besable mas bien diría yo, succionable. En sí todo el conjunto era atractivo y sexy, principalmente, por sus ojos rasgados y húmedos, con reminiscencias asiáticas o aztecas. Realmente me impresionó todo en sí de ella. Existen bellezas ocultas en todo lo largo y ancho del país y para observadores como yo, resulta placentero contemplar de vez en cuando este tipo de mujeres criollas, que nos dejan un sabor de nostalgia y añoranza.

16:18 Hrs.

Después del mal paso quedó solo el pensamiento de que hubiera sido mejor no darlo, una leve preocupación hizo que se tensaran los músculos de mi cuello, causándome un ligero dolor de cabeza y eso fue todo. Ninguna otra sensación o culpabilidad, todo fue tan sencillo, simplemente lo hice y las cosas salieron como debían salir. Tanto darle y darle vueltas al asunto y todo para que fuera tan sencillo. Dar un mal paso no cuesta nada, ni siquiera vale la pena volverlo a pensar.

16:33 Hrs.

La actividad realizada, afirmó mi parecer de que las cosas son como deben ser, no hay motivo sin razón ni movimiento sin causa, todo está marcado por las leyes irreversibles del universo. Los puntos en la distancia parece que se tocan, eso hace que las leyes físicas sean tan volubles para los soñadores como yo, pues soy de los que piensan que las perspectivas particulares nos indican que no hay verdades absolutas, sino individuales. Todos lo comprendemos de acuerdo a nuestro intelecto que marca los límites de nuestra cordura.

17:01 Hrs.

La sensación persiste, es un malestar más mental que físico, es como un desdoblamiento. Veo las cosas de otro nivel, como si no fuera yo. De repente me convierto en observador en vez de actor y yo  mismo me contemplo aprovechando esa dualidad de sensaciones, es como verse en un gigantesco espejo y poder criticar mis actitudes. Criticarlas, mas no corregirlas.
Que triste es saberse mediocre físicamente, con limitaciones tantas y saberse mentalmente superior. Cuanta carga para tan pequeño cerebro; cuanto cerebro para tan limitante cuerpo.

17:16  Hrs.
         
El ruido penetra en mis oídos como tromba, es preocupante sentirlo tan cercano, suena poderoso y avasallador. Se apodera de mis sentidos haciéndome sentir tan frágil e indefenso, mas bien me intimida e imágenes de dolor y llanto se concentran en mi mente, lucho contra eso, controlo mis impulsos y me digo, cuan frágil es mi envoltura, que indefensos somos contra los elementos naturales, pobre cuerpo humano, tan débil y tan dependiente.

18:14

Allá vas por la calle con un pequeño niño de cada mano, tu pelo se alborota con la brisa, tu rostro se ve feliz, satisfecho, pleno de tranquilidad creo yo. En la maternidad ahogas tus otras inquietudes. Que bueno, eso me llena de dicha, naciste para ser madre, no amante. Me equivoqué, lo reconozco y en este reconocimiento no hay pena ni desolación, si no una verdad inconmovible. La naturaleza vence los instintos. Naciste para ser madre no amante.

19:14 Hrs.

Se sobaba con su mano izquierda el estómago, mas bien se lo acariciaba mientras platicaba con su madre, haciendo tiempo a que pasara el autobús que abordaría pa’ir a trabajar. Su pelo lo adornaba con una serie de pequeños moñitos blancos que le perfilaban la nuca.        Los labios rojos, besables, con una generosa capa de bilet, resguardaban su dentadura medio amarillenta, color hueso, pero brillante y sana. Su madre le observaba con esa mirada sonriente que todas las madres tienen cuando sienten verdadero orgullo por sus retoños. Yo pensé.
- Así deben de ser todas las madres.
Eran las 19:16 horas en mi mollejón de raza nipona, cuando a la carrera, la dama observada le da un beso en la mejilla a su madre y a las prisitas se dirige a la parada del autobús, mientras en su sonrisa brilla un destello dorado idéntico al de los tacones de sus zapatillas que resonaron en la gravilla del acotamiento al acercarse al vehículo que abordaría. Se subió y la madre le dijo adiós con la mano, mientras sus labios la bendecían calladamente.

20:50  Hrs.

Con las ansias viejas en sus acuosos ojos de soslayo la miró, su pelo canoso alborotado, embutido en una cachucha con la visera  ladeada, que le confería un aire desaliñado y algo sensual. Ella, que en su rostro maltratado mostraba el transcurrir de los años, también de soslayo le miró, mientras sus ansias las comprimía en los puños apretados que arrebujaba en las bolsas de su bata y se decía para sí:
- Lo que son las cosas, yo con ganas y él que va de paso.

22:10 Hrs.

          De la mano y muy juntos se fueron por el callejón, abrazándose de la cintura los dos, cadera con cadera, hombro con hombro, casi muslo con muslo; los dos con pantalones de mezclilla y tenis. Ambos con el pelo del mismo tamaño, idénticos de espaldas, la misma talla, el mismo amor, el mismo sexo, afianzado en esta unión la raza del futuro. Hermafroditas.



La tarde me ofreció su gris panorama, que conjugado con la apatía que sentí en ese momento, me hizo desear ser ave y remontarme en el viento. Ese era mi sentimiento cuando decidí escribir el final de la relación anterior que ojalá les haya parecido entretenida como me sucedió a mí y que me perdone el escritor-observador que dejó olvidado esos escritos. Si no fuera así me hallaría en mi domicilio conocido como siempre. Para servirles.

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