EL
ESPECTADOR
D
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el techo
colgaban varias arañitas de sus telas. Eran como tres docenas, del tipo de
insecto industrioso que en un instante hace su red. Perfecta trampa para los
moscardones atraídos por la luz que irradiaban los focos que colgaban
indolentes de las vigas que sostenían el techo del tejaban donde él escribía.
Siempre escribía en la misma mesa, en
la misma esquina y en la misma silla. Observaba con ojos llorosos las cosas que
pasaban a su alrededor y tomaba notas de lo que creía interesante. Yo le observaba
con atención, pues me parecía interesante su físico. Era robusto, con esa
robustez que da la buena comida, el buen yantar diría alguien más ilustrado que
yo. Tenía unos pies grandes y anchos, que embutía en unos zapatones mucho más
grandes; zapatos que por lo regular traía sucios. Sus ropas eran holgadas y
siempre de color ocre; café o gris, amarillo o rojo. Tenía la nariz como
aplastada, como si se le hubiera roto el tabique de un duro golpe, “nariz de
boxeador”: diría yo. Sus labios eran gruesos y bien dibujados; el superior se
lo adornaba con un bigote de pelos rígidos, brillantes, que le caían por las
comisuras y que de cuando en vez los mordía recortándolo con sus dientes. El
color de su piel era más bien cobrizo, que delataba su sangre mestiza. El pelo
medio canoso y rizado, algo ralo por la frente, se le presentía sedoso y suave
al tacto como vellón de borrego, le hacía parecer bobalicón. Sus ojos color
café tabaco tenían una mirada inocente que cambiaba mucho cuando alcanzaban a
distinguir algún rostro o cuerpo hermoso de mujer, volviéndose oscuros y
agudos, inquisidores, mas bien libidinosos, diría yo.
Siempre
apoyaba la barbilla en su mano izquierda mientras escribía con la derecha
jugueteando de vez en vez con la pluma. Escribía sobre hojas sueltas de papel
económico, del que acá le dicen “revolución”.
Tenía
una cualidad que después descubrí me serviría para ubicar sus pensares en un
día de su vida. A todo lo que escribía le ponía hora y fecha.
Era
visitante continuo de mi pequeño pueblo, ¿De donde venia?, nunca lo supe, ni
supe su nombre. Yo solo sé que llegaba de vez en vez a sentarse en la misma
mesa, en la misma silla y en la misma esquina del restaurantito “El Quihubo
Pariente”, comedero que se asentaba en la orilla de una de las carreteras más
transitadas del País, por lo que resultaba perfecto mirador para tomar notas de
cosas que a él le parecían importantes y que le inspiraban algún atractivo
especial, diría yo.
A
mi me parecía un personaje huraño y raro, de poco hablar, más bien diría yo, de
mucho pensar. Cuando esa vez dejó sus papeles olvidados en la mesa, me di
cuenta que escribía en español y que fechaba sus escritos.
Cosa
curiosa, nunca dejaba olvidado nada, mas esa vez se quedaron unas hojas sobre
una de las sillas que rodeaban la mesa, hojas que descubrí accidentalmente al
volarlas un airecillo travieso, de esos que soplan por acá en el mes de
noviembre. Levanté los papeles para guardarlos y entregarlos, mas me venció la
curiosidad y comencé a leer.
Bueno, el escritor del que hablo jamás
ha regresado a mi pueblo. ¿Que le pasó? ¿A que país se fue? ¿Murió? ¿Anda
buscando paisajes en otro pueblo como el mío?
Yo
le continuo esperando, ya que conservo sus papeles, pero hace días, en un
periódico de los mas leídos por acá, en una pequeña nota, vi que invitaban a
los escritores de habla hispana a un concurso de cuentos en esa lengua y se me
ocurrió mandar los escritos, que por accidente están en mis manos; así que
conseguí que me los escribieran en máquina y aquí están.
Si
son cuentos o no, o si está permitido
hacerlo, yo no lo sé, pero a mí me parece justo que lean otras gentes lo que
este discreto escritor dejó una vez olvidado en una silla de un comedero
llamado “El Quihubo Pariente”, en un pueblito simpático, en la República
Mexicana.
2:15 Hrs.
En
la penumbra de la calle obscura se distinguió la mancha blancuzca, alechozada
de su pálido rostro, que mas resaltaba por lo negro de su camisa. Volteó y al
verme capté su temor de ser reconocido e inmediatamente giró el rostro y
acelerando su paso, con las manos en los bolsillos, ni siquiera hizo ruido
alguno y se desvaneció en las sombras de la calle, eran las 2:15 de la mañana,
rara la hora para andar en la calle, pero a esas horas por lo regular es cuando
él trabaja.
4:00 Hrs.
De
repente lo vi venir haciendo ruidos extraños y señales luminosas, rojas y
amarillas. Brillos de cromo y oro se notaban en sus miembros mas importantes,
estaba todo pulido y brillante, y pintado muy bonito de rojo y amarillo. En las
partes bajas todo pintado de blanco.
Llegó
exactamente frente a mí, y se quedó parado, pero continúo haciendo ruidos
fuertes y molestos. Echaba aire a mucha presión, eso hacía que levantara polvo
de la calle. De repente, aumentando el volumen de sus ruidos varias veces mas,
se quedó completamente en silencio, sosegado, tranquilo; su conductor iba a
descansar.
Era un tractor rodante, de esos que
mueven toneladas de carga por las carreteras de nuestro país, que digo yo, son
las arterias principales que hacen vivir el gran corazón que es el Distrito
Federal.
5:30 Hrs.
Pasaron
las dos, gordas, brillantes de sudor, chinas, olorosas a ajos y a cebollas, en
los dientes de ambas brillaba el oro y en sus ojos el deseo. En sus entallados
pantalones rezumaba la carne abundante. Me saludaron
-
Buenos díasss. Una de ellas todavía me sonrió con ojos y boca. Una boca que era
un manchón rojo y amargo que resaltó en su redonda cara, como el punto
putrefacto de una naranja demasiado madura. Así las vi yo esa madrugada, como
naranjas amarillas ya echándose a perder.
6:25 Hrs.
En
la radio escuchaba la voz de un locutor norteño, que hablaba y hablaba, cuando
a través del vidrio ahumado del autobús que en ese momento pasaba frente a mí,
distinguí un perfil que hace años no veía.
-¿Adonde
ira?, me pregunte. ¿Quien la acompañará? ¿Que será de su vida? ¿Cuantos hijos
tendrá? ¡Ufff! años, muchos años han pasado por nuestras vidas y todavía la
distingo ipso facto. ¿La mente es prodigiosa o el objetivo es placentero? He
ahí el misterio.
6:40 Hrs.
¡Dios
Mío! si en esta vida me mandas oportunidades, no seas malito, mándamelas
atravesadas y no al hilo.
6:50 Hrs.
Te
pienso a raudales, porque te enquistaste en mi cerebro y tu ausencia marca con
su realidad las largas horas de mi esperar. Al pensarte, inclino el fiel de mi
balanza hacia tu recuerdo y el peso de mis ansias por ti me obliga a añorarte.
Te
seguiré pensando, por que con ello aliviano mis madrugadas, y el día se
precipita sobre mis ojos como un puñado de arena, por lo que te lloro y al
llorar desahogo mis comprimidos suspiros que aprisionan mi pecho. Te seguiré
pensando por que así logro lo anhelado, tenerte a diario conmigo para realizar
mi sueño. Ya no pensarte, por que si te pienso mucho, así mismo te olvido.
7:10 Hrs.
El
cuchillo brillaba conforme penetraba. En la cara del que lo utilizaba se notaba
un raro placer, como si gozara con utilizarlo al herir las partes más blandas y
suaves del cuerpo de la víctima. Brillaban sus ojos con un fulgor inquietante.
En la piel de las mejillas del heridor, rielaba el fulgor del sol del amanecer,
un sol color zanahoria que coloreaba las hojas del árbol de almendras, donde
displicente se recargaba aquel tipo, mientras continuaba con su extraño placer.
Cortar, penetrar, clavar, herir, despedazar hasta hacer picadillo los cuerpos
indefensos de sus diarias víctimas.
Esas
víctimas que nunca se quejaban, que silenciosas se dejaban degollar, cortar,
penetrar. Esas deliciosas víctimas que nosotros los latinos presumimos y
saboreamos. Las sandías, jícamas, naranjas, pepinos, piñas y melones con que
nos refrescamos en los calurosos marzos, abriles y mayos de nuestra República almibarada
y placentera.
Y
el amigo frutero, continúo con su labor de siempre; pelar y partir las frutas
para nuestro placer.
7:22 Hrs.
El
farolillo rojo se mecía con la suave brisa, mientras las sombras nocturnas
huían escurriéndose por entre las hojas de los árboles, el cielo comenzó a
ponerse clarito, se aproximaba el día
con zancadas enormes. A finales de otoño los días se acortan por las ganas de
que llegue la Navidad. La brisa agitó el follaje como apurando a la noche y me
tocó ver como esta escapaba rápidamente entre las hojas de los higueros. ¡Que te baya bien!, le dije,
antes de que se perdiera por la carretera, iba a las carreras.
7:45 Hrs.
El
ave era realmente hermosa, caminaba a la orilla de la carretera con la dignidad
de un soberano. Su cresta era roja de un tono brillante. Era un pollón de esos
que les llaman “giros”; las plumas del cuello eran plateadas y casi todo su
cuerpo se cubría con plumas negras, solo en las puntas de las alas le
resaltaban unas cuantas plumas coloradas. Caminaba por la orilla de la
carretera picoteando algunos granos de sorgo o maíz de los que se les caen a
los carros cargueros al transitar rumbo a la capital. Como estaba amaneciendo,
de vez en cuando se detenía, se engallaba y echaba su canto al viento de la
madrugada, continuando con el rito añejo que genéticamente heredó de sus
antecesores. Así lo observé y escuché por unos instantes, mientras se perdía
por la calle donde algunos niños madrugadores ya se dirigían a la escuela, eran
las 7:45 de la mañana de un miércoles, en el otoño de 1989, ya casi para cerrar
la década.
8:44 Hrs.
La acidez del jugo de toronja que
estaba tomando, no se por que me recordó la cara de la señora. De esa que
siempre pasa con el ceño fruncido y en la boca un rictus amargo y desencantado,
la que envuelta en su rebozo, trata de
darle calor a su enjuto cuerpo sin gracia., que ya no le produce más que
disgustos. Creo que además de la acidez, también tiene el color de la toronja,
realmente me atrevo a afirmar que es una señora agria y sin color, desabrida e
infeliz.
8:48 Hrs.
Con
sus cubos vacíos colgados de un madero que balanceaba en su hombro derecho,
pasó mi paisanito rumbo al pozo de agua. Con su mismo sombrero y su misma
amabilidad que le caracteriza a toda su generación. Generación atenta y
respetuosa de las costumbres urbanas; como esa de saludar en voz alta y
despedirse lo mismo y ni siquiera detener el paso. Así es mi paisanito, así fue
su papá y así fue su abuelo, y el ya le enseñó a su hijo a ser así.
Porque
así deben de ser las cosas, como Dios manda.
9:13 Hrs.
Te
distinguí entre el gentío por tu linda melena rizada color claro, que se noto
esponjosa y perfumada. Cuantas veces he deseado enterrar mi rostro en esos tus
perfumados rizos. Tus rizos que en mis sueños quiero. Tus rizos que en mi
despertar anhelo. Tus rizos que en mi dormir presiento. Blonda tu melena
hermosa, que llena de deseos mis madrugadas. Te distinguí inmediatamente y así
como te vi, te perdí. Porque de sueños abrumada mi mente, solo pudo perderte en
el diario laberinto insulso de mis grises días.
9:32Hrs.
A la distancia se te notaban las canas
como aureola que circundaba tu frente. Menudita, morena, con una dignidad de
reina, esperabas pacientemente el autobús que te llevaría a tu destino. Te
observaba a la distancia sintiendo tu presencia pueblerina en tu actitud pasiva
al estar parada. De tu hombro izquierdo colgaba una bolsa de manta. Cruzando
tus brazos platicabas con alguien y sonreías continuamente, reluciendo en esa
sonrisa los casquillos de oro de tu postiza dentadura. Mi pueblerina menudita,
me dejaste esa mañana al contemplarte, sabor de ajonjolí.
9:58 Hrs.
Su
rostro canijo y ratonil se mostraba feliz, iba arrimadita junto a su creo yo,
marido. Su pelo lacio recogido en una coleta la hacía más aguzadas sus facciones. Sonrió mostrando sus
dientes de roedor. Sus ojillos brillaban de felicidad, mientras besaba a su
hombre en la mejilla. Los labios un poco jalados hacia abajo, hacían cruel su
sonrisa, era pálida, de pupilas amarillentas, era creo yo, un futuro cadáver.
10:15 Hrs.
Que
hermosura de conjunto. Eran cinco, todas ellas iguales de dignas y de bellas,
con la belleza natural del campo y de las flores naturales que nacen en los
potreros. Se me imaginaron como quiebra platos o campanillas blancas. Las cinco
con sus rebozos repletos de algo, colgando de los hombros. Las cinco
despeinadas, sudorosas, con sus “Quesquémeles” sucios y sus blusas pepenadas de
varios colores, también. Descalzas por que en ellas, creo yo esa necesidad es
lujo. Llegaron frente de mí y pude observarlas a placer, cada una se deshizo de
su carga y cada una buscó una piedra del cerco del jardincillo para sentarse a
descansar. Se me imaginaron palomitas grises acurrucadas tomando el sol. Por
dentro de mí sentí la ternura que se siente cuando se abraza a un niño y un
deseo de ser mejor mexicano me invadió.
10:50 Hrs.
Pasó
frente a mí con el paso tranquilo y lento del que no tiene compromisos. En su
pelo se notaba que había estado durmiendo, la ropa algo arrugada lo
certificaba.
En su rostro pálido, más bien
amarillento, se veían rastros de alguna enfermedad, paludismo o hepatitis, me
dije, mientras le observaba pasar, arrastrando tras él su desesperanza, su
apatía, su aburrimiento. Como él, hay muchos en mi pueblo. Jóvenes a los que
les hace falta que hacer, ya que no tenemos suficientes fuentes de trabajo. Que
triste es esto, pero es más triste no darle solución a este problema. Cuanta
fuerza perdida, el futuro del país sin apoyo necesario, es como si
abandonáramos a la naturaleza el vivero de nuestro mejor huerto.
11.10 Hrs.
Recargado
sobre el volante de la pick-up, puso las luces direccionales para salir del
estacionamiento hacia la carretera. Acomodando con la mano derecha el espejo
retrovisor que le reflejó la imagen pálida color de luna de la sin prisas, de
la que agazapada esperaba por él. Movió enérgicamente el espejo y la imagen se diluyó como dentro del agua, y
se dijo para sí:
-
Por hoy no señora.
Mientras
salía a la carretera persignándose con la misma mano derecha y con el pie en el
acelerador y a fondo. Y así se fue y todavía no ha regresado.
12:00 Hrs.
Se
subió al estribo del camión, pegó el rostro al cristal de la puerta mientras se
sostenía con una mano de la escalerilla con la que se sube uno a la canastilla
que se encuentra arriba de la caseta, y con la otra mano, de uno de los tubitos
cromados que sostienen el espejo retrovisor, que reflejó el brillo de su reloj.
Su aliento opacó el cristal no dejándole ver si el ocupante de la cabina se
encontraba solo. Movió el rostro evitando la mancha que produjo su aliento
sobre el cristal y observó dentro de la caseta a la pareja que dormía, hombre y
mujer. Se descolgó del estribo silenciosamente, maldiciendo su mala estrella.
-
Chihuahua, me hubiera gustado otro más por este día.
Se decía mientras movía sus caderas al caminar
a la orilla de la cinta asfáltica y sacaba de su bolso que traía colgado de su
hombro, una cajetilla de cigarros con filtro, de la que extrajo uno y con un
cerillo le metía fuego, llenándose los fríos pulmones con el cálido humo de la
mixtura quemada.
12:25 Hrs.
Sus
ojos verdes, luminosos, translúcidos, me miraron pícaramente mandándome el
mensaje de su coqueteo. Era una mujer sensual a pastos. Su pantalón blanco, de
esos flojones, se transparentaba más porque se puso a contraluz. Se le miró el
bikini, blanco también, con encajitos en todas las orillas que circundaban sus
rotundos y finos muslos. Al través de la blusa, de tela tipo seda, se le
notaban en la espalda unas pecas que la hacían más sensualona.
La
cintura estrechada por un cinturón de piel negra, se antojaba abarcar con las
manos. Sus pies pequeños, blancos, con las uñas pintadas de rojo, con el color
parecido a la sangre de los pichones, se dejaban envolver en unas sandalias con
correas de charol negro.
-
¡Que mujer! Me dije. Como para ponerle los cuernos sin preocupación a su
marido.
12:54Hrs.
La
que fue máximo atractivo de mis impulsos amorosos, hoy se diluye pardamente en
el montón de rostros grises de la multitud. Se pierde cada día más en el
remolino diario de mis observaciones. Que pasajera es la pasión; claro, deja la
satisfacción de lo logrado, pero también deja el hastío de lo saciado. Ya
calmados los instintos, satisfechos los deseos, lo que fuera incitador motivo
es hoy triste reflejo.
13:24
Le
miré en una profunda y triste contemplación, lo observé reflejado en el
cristal. El no se daba cuenta de mi escrutamiento. Sus ojos demasiado abiertos,
casi redondos. Los dientes blancos separados unos de otros, le deban una
apariencia de sonrisa forzada; famélica, más bien diría yo, pues su delgadez se
le amontonaba en sus hundidas mejillas que afilaban su rostro color café con
leche. Su nariz que era una raya mas clara, posiblemente por la luz, se le
distinguía de todo el panorama de su cara.
Me
llegó su mirada como un chorro de agua fría y me caló profundamente, que
razonando me dije:
-
El hambre está llegando a mis fronteras. Cuidado hombre, cuidado.
13:44 Hrs.
Hoy
te extrañé, acostumbrado a tu imagen de todos los días. Hoy en mi pecho hay una
falta de aliento, como que se niega a respirar. Lo siento oprimido y anhelante.
En el mar de rostros de mi día, busqué el tuyo que siempre sobresale y no lo
hallé. Sentí caer el peso de la
desesperanza sobre mis hombros y quise dormir para morir un poco. Cuanta falta le haces a
mis deseos, cuanta necesidad tengo de tu mirada, cuanta ausencia me llena por
no mirarte, cuanto penar se agolpa por no encontrarte.
14:10 Hrs.
Lo
veo pasar, bajito, con un sombrerito negro calado hasta las orejas, en el
bolsillo trasero de su pantalón le asoma un periódico doblado, sus ojillos
rojizos por la cruda, le confieren un aire misterioso de conspirador. Un
bigotito delgado y bien rasurado le da un aire ladino y padrotero. Tiene pinta
de lambiscón, de gorrón y de traguetas. Le he observado varias veces, me parece
que se la vive cazando las sobras de otros, es de esas gentes desvergonzadas
que con tal de llenar la panza venden lo que no tienen, y además con su labia
resbalosa y conmovedora, consiguen lo que les hace falta, inventando,
calumniando, murmurando, halagando, desprestigiando, así se conserva
satisfecho, eructando puras sabandijas de su misma calaña.
15:05 Hrs.
Su
esbeltez y garbo, me provocó observarla a fondo, detenidamente y con toda atención.
Portaba una falda negra de largo moderado y de tela sintética, plisada en la
cintura, lo que hacía que se le abombara en las caderas, haciéndola mas
atractiva a mi vista. Por la parte delantera su vientre plano hacia que la
falda cayera recta hacia las rodillas. La blusa era amarilla, con mangas hasta
los codos, con un cinturón ancho de charol negro y hebilla redonda dorada, como
botón de un traje de payaso. Sus pequeños senos apenas se insinuaban debajo de
su corpiño que enseñaba sus orillas por el cuello de la blusa como curiosos
chiquillos asomados al brocal de un pozo. Llevaba el pelo recogido en una
coleta que movía al caminar por el rápido ritmo que imprimía a su paso. Y lo
increíble pasó. De repente giró su rostro hacia mí. Y sus ojos dorados como un
sueño me miraron con algo de desdén. Desde entonces quiero vivir en el hermoso embrujo
esos ojos dorados que dejaron iluminada mi vida con los colores del ensueño.
15:38 Hrs.
La
niña chupándose uno de sus dedos pulgares, la miró y al mirarla, sus ojillos se
iluminaron con la luz de la malicia. La pollita buscaba por la banqueta que
comer, era negra, sus patas amarillas se miraban robustas, la cresta de arriba
de su cabeza era roja, el pico algo curvado era negro como sus plumas. La
pollita piaba mientras buscaba alimento. La niña que se chupaba el dedo, la de
los ojitos maliciosos, de repente se acercó por la parte de atrás a la pequeña
gallina y la atrapó por la cola, mientras el animalejo aumentaba el volumen de
sus píos. La niña gozando mucho con el momento, lanzó a la atrapada ave al
viento, mientras de sus ojillos desaparecían como agazapándose, las lucecillas
de travesura que momentos antes habían incendiado sus pupilas.
15:54 Hrs.
Caminaba
con ese caminar de filosofo, a cada paso giraba la cabeza a ambos lados, con
una mirada periférica que abarcaba los 360 grados. De
repente,
aceleraba el paso y picoteaba rápidamente sobre el
alimento
encontrado. No paraba de caminar, echando la cabeza por delante, semejaba una
de esas gentes curiosas que con las manos detrás inspeccionan en los “Supers”,
los anaqueles de mercancías y de repente, estiran en un santiamén la mano,
toman un objeto, lo observan y lo echaban al carrito que la esposa o el hijo
llevan empujando pacientemente y luego colocan nuevamente sus manos atrás y
continúan caminando por ahí. Así me parecía este personaje solitario que me
pasó a entretener una tardecita fresca del mes de Octubre, un personaje que me
hizo pensar que Dios nos hizo a todos muy semejantes.
16:05 Hrs.
Pasó
con su pantalón entalladito entalladito sobre sus rotundas caderas, que con un
ritmo suave movía al caminar. El taconeo garboso de sus botas de tacón alto,
marcaban el ritmo de su andar, haciéndolo mas atractivo a las miradas de los
hombres. El pelo suelto, rizado artificialmente, color caoba oscuro, le llegaba
hasta abajo de los hombros, esto le confería un aire muy sensual y femenino. Su boca era de labios gruesos con
un rictus medio cruel, por las comisuras de los labios que se jalaban un poco
hacia abajo, era una boca que se antojaba mullida y besable mas bien diría yo,
succionable. En sí todo el conjunto era atractivo y sexy, principalmente, por
sus ojos rasgados y húmedos, con reminiscencias asiáticas o aztecas. Realmente
me impresionó todo en sí de ella. Existen bellezas ocultas en todo lo largo y
ancho del país y para observadores como yo, resulta placentero contemplar de
vez en cuando este tipo de mujeres criollas, que nos dejan un sabor de
nostalgia y añoranza.
16:18
Hrs.
Después
del mal paso quedó solo el pensamiento de que hubiera sido mejor no darlo, una
leve preocupación hizo que se tensaran los músculos de mi cuello, causándome un
ligero dolor de cabeza y eso fue todo. Ninguna otra sensación o culpabilidad,
todo fue tan sencillo, simplemente lo hice y las cosas salieron como debían
salir. Tanto darle y darle vueltas al asunto y todo para que fuera tan
sencillo. Dar un mal paso no cuesta nada, ni siquiera vale la pena volverlo a
pensar.
16:33 Hrs.
La
actividad realizada, afirmó mi parecer de que las cosas son como deben ser, no
hay motivo sin razón ni movimiento sin causa, todo está marcado por las leyes
irreversibles del universo. Los puntos en la distancia parece que se tocan, eso
hace que las leyes físicas sean tan volubles para los soñadores como yo, pues
soy de los que piensan que las perspectivas particulares nos indican que no hay
verdades absolutas, sino individuales. Todos lo comprendemos de acuerdo a
nuestro intelecto que marca los límites de nuestra cordura.
17:01 Hrs.
La
sensación persiste, es un malestar más mental que físico, es como un
desdoblamiento. Veo las cosas de otro nivel, como si no fuera yo. De repente me
convierto en observador en vez de actor y yo
mismo me contemplo aprovechando esa dualidad de sensaciones, es como
verse en un gigantesco espejo y poder criticar mis actitudes. Criticarlas, mas
no corregirlas.
Que
triste es saberse mediocre físicamente, con limitaciones tantas y saberse
mentalmente superior. Cuanta carga para tan pequeño cerebro; cuanto cerebro
para tan limitante cuerpo.
17:16 Hrs.
El ruido
penetra en mis oídos como tromba, es preocupante sentirlo tan cercano, suena
poderoso y avasallador. Se apodera de mis sentidos haciéndome sentir tan frágil
e indefenso, mas bien me intimida e imágenes de dolor y llanto se concentran en
mi mente, lucho contra eso, controlo mis impulsos y me digo, cuan frágil es mi
envoltura, que indefensos somos contra los elementos naturales, pobre cuerpo
humano, tan débil y tan dependiente.
18:14
Allá
vas por la calle con un pequeño niño de cada mano, tu pelo se alborota con la
brisa, tu rostro se ve feliz, satisfecho, pleno de tranquilidad creo yo. En la
maternidad ahogas tus otras inquietudes. Que bueno, eso me llena de dicha, naciste
para ser madre, no amante. Me equivoqué, lo reconozco y en este reconocimiento
no hay pena ni desolación, si no una verdad inconmovible. La naturaleza vence
los instintos. Naciste para ser madre no amante.
19:14 Hrs.
Se
sobaba con su mano izquierda el estómago, mas bien se lo acariciaba mientras
platicaba con su madre, haciendo tiempo a que pasara el autobús que abordaría
pa’ir a trabajar. Su pelo lo adornaba con una serie de pequeños moñitos blancos
que le perfilaban la nuca. Los
labios rojos, besables, con una generosa capa de bilet, resguardaban su
dentadura medio amarillenta, color hueso, pero brillante y sana. Su madre le
observaba con esa mirada sonriente que todas las madres tienen cuando sienten
verdadero orgullo por sus retoños. Yo pensé.
-
Así deben de ser todas las madres.
Eran
las 19:16 horas en mi mollejón de raza nipona, cuando a la carrera, la dama
observada le da un beso en la mejilla a su madre y a las prisitas se dirige a
la parada del autobús, mientras en su sonrisa brilla un destello dorado
idéntico al de los tacones de sus zapatillas que resonaron en la gravilla del
acotamiento al acercarse al vehículo que abordaría. Se subió y la madre le dijo
adiós con la mano, mientras sus labios la bendecían calladamente.
20:50 Hrs.
Con
las ansias viejas en sus acuosos ojos de soslayo la miró, su pelo canoso
alborotado, embutido en una cachucha con la visera ladeada, que le confería un aire desaliñado y
algo sensual. Ella, que en su rostro maltratado mostraba el transcurrir de los
años, también de soslayo le miró, mientras sus ansias las comprimía en los
puños apretados que arrebujaba en las bolsas de su bata y se decía para sí:
-
Lo que son las cosas, yo con ganas y él que va de paso.
22:10 Hrs.
De la mano y muy juntos se fueron por
el callejón, abrazándose de la cintura los dos, cadera con cadera, hombro con
hombro, casi muslo con muslo; los dos con pantalones de mezclilla y tenis.
Ambos con el pelo del mismo tamaño, idénticos de espaldas, la misma talla, el
mismo amor, el mismo sexo, afianzado en esta unión la raza del futuro.
Hermafroditas.
La
tarde me ofreció su gris panorama, que conjugado con la apatía que sentí en ese
momento, me hizo desear ser ave y remontarme en el viento. Ese era mi
sentimiento cuando decidí escribir el final de la relación anterior que ojalá
les haya parecido entretenida como me sucedió a mí y que me perdone el
escritor-observador que dejó olvidado esos escritos. Si no fuera así me
hallaría en mi domicilio conocido como siempre. Para servirles.
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