EL NARRADOR
Historias del
pasado breve.
De: SERGIO
ARTURO CABRERA FLORES
Contraportada)
Editorial
Altamira.
1º.
Edición. (Fecha)
Diseño de
portada: Sergio Arturo Cabrera
DERECHOS
RESERVADOS
C
Título
Original: El Narrador.
Copyright c, Fecha. Editorial Altamira, S.A. de C.V.
Rancho Altamira,
Pue, Fracción Nº.-2
Municipio de
Venustiano Carranza,
Pue.
Impreso en México- Printed in México
Los derechos de esta obra son propiedad de Editorial Altamira,
S.A. de C.V. Por tanto, queda estrictamente prohibida la reproducción total o
parcial por cualquier medio, incluyendo la fotocopia, sin autorización escrita
de esta editorial.
Dedicatoria:
Para
el Sr. Valdemar Cabrera Nava, mi padre. Quien sé que donde se encuentra si
pudiese reviviría sus memorias.
Con
amor y sempiterno recuerdo.
Y
mis eternas gracias mí nunca olvidado “DON VALDE.”
1°
de Octubre del 2012.
De
Sergio
Arturo Cabrera Flores
PRÓLOGO
Amigo lector,
esto que leerás a continuación, ocurrió hace algunos años en esas fértiles y
feraces tierras de la Huasteca Poblana, situadas en las márgenes del Río
Cazones y embutida como una hermosa cuña en el estado de Veracruz. Tierra
cálida productora de recias y finas maderas, de almibarados frutos y de
fauna variada que por lo hermosa ha ido
desapareciendo como sucede con todo lo bello.
De lo narrado aquí, solo queda algún
destello en las letras de algún viejo corrido que se llega a escuchar algunas
veces en las voces de uno de esos “Guitarreros” (Trovador pueblerino) que
envuelto en las neblinas producidas por el alcohol, se desgañita en alguna
cantinucha de esas tan comunes que existen (Por mala suerte) expresando sus
recuerdos con el alma a flor de piel.
Por lo que, aprecia pues estos recuerdos
que como dice el sub título, son solo remembranzas de un pasado breve y
substancioso, que pasó como bronca corriente de un arroyo enfurecido sobre la
vida de los actores de esa para mí, añorada época.
8.09 Hrs
1° de Octubre
del 2012.
S.A.C.F.
EL
NARRADOR
Historias del
pasado breve.
El narrador, siguiendo la pista de su
conciencia, se comunica con sus ancestros para rescatar los recuerdos
voluntarios y ser testigo del devenir de los tiempos.
Intentando develar el arcano venir, se
adentra sin preámbulos en la obtusa maraña de recuerdos, siguiéndole la pista a
vetustos cuentos y perdidas leyendas familiares, incrustadas como plata en las
rocas de pirita, rescatando con ello los básicos principios de su dinastía, que
considera genuina representante de la generación que se desplaza desbordante de
optimismo por los nuevos vericuetos de esta sociedad agilizada irónicamente por
mensajes televisivos llenos de veladas promesas.
Por lo tanto, aquí principia esta
presentación de sus personajes que intentarán narrarles a su manera y modo sus
aventuras. Voy por lo tanto a comenzar diciéndoles mi nombre. Soy Diódoro
Carrasco Arménta, serrano de nacimiento y Poblano (De Pueblo y Estado) por
convicción, quien en primera persona relatará los pormenores de su agitada
vida, en estos papeles. Para poder acomodarme a mis pensamientos, voy por medio
de cortos relatos a repartir mi vida, comenzando con mis iniciales recuerdos y
las primitivas sensaciones que capté en el ambiente en que me desarrollé.
Nací, en un hermoso poblado inmerso en
bastos bosques de Ocotes y amplias praderas de grama verde y esponjosa, situado
en la margen escurridiza de una montaña de la sierra madre oriental. Este
poblado de recias tradiciones mestizas, como buen heredero se rodeó de místicas
creencias católicas, impregnándose en sus rituales y leyendas con afanosa
persistencia, lo que le llevó a acunarse en el monótono ritual de los horarios
de las misas, a las que llamaban las esquilas que en alargados toques resonaban
en los paredones de las antiquísimas viviendas, que quien sabe por qué razón
todavía existían, formando un abigarrado conjunto que impregnaba el ambiente de
imágenes húmedas y verdosas, ya que se recubrían de musgos y fungosidades
vegetales, de donde se descolgaba la lluvia que en eterno Chipichipi goteaba
como en extáticos manantiales una humedad eterna y fría.
La neblina todas las tardes cubría con
su etéreo manto las húmedas callejas lodosas que enmarcaban paredes blancas y grises.
Las mujeres cubrían sus cuerpos con prendas oscuras, enrebozadas por lo
regular, semejaban sombras deslizándose sin rumor alguno sobre los aceitados
rieles de alguna maquina oculta. A la hora de las monótonas campanadas que
venían de la blanquecina torre de la iglesia, se velaban con encajes brunos,
color con el que totalmente se engalanaban para estos cultos, semejando un
cortejo fúnebre y doliente.
Era costumbre que no asistieran a la
misa más que las mujeres, los barones ignoraban estas liturgias alegando que
sus actividades les impedían acudir a este tipo de actos. Así que el sacerdote
en cuestión, era pastor de un buen rebaño de hembras mustias, quejosas y
sumisas, las que se le presentaban a la hora en que sonaba la campana. Mujeres
que aunque vestidas de azabache y veladas, dejaban vislumbrar hay veces
pasiones prohibidas, y un tanto accesibles a un varón dispuesto, ganoso, ávido
y bien dotado, que sin mucha pena rescataba los mejores platos de tan surtida
alacena, logrando por lo tanto influir discretamente en el censo poblacional,
sin que lo notaran algunos, si no los demás.
Así transcurría la vida en esa
población dominada por el ritual. Había solo dos escuelas, la laica y la
religiosa. Esta lógicamente dominada totalmente por el santo varón en turno o
sea el sacerdote. La laica la administraba un profesor de las mismas creencias,
más de orígenes salesianos, lo que le hacía ser más fanático y enérgico. Este
ser oscuro y duro, se llamaba Placido Campuzano, pero ni era placido ni estaba
sano. El creía que afligiendo su
cuerpo se quitaría del alma los malos pensamientos y los deseos sensuales. Esos
que le asaltaban sin clemencia, principalmente en la noche, ya que era un ser
solitario y amargado. Onán personificado en un pequeño cuerpo sin galanura
alguna. Más su don mayor era ser un gran maestro, culto y de notables
capacidades para la docencia. El solo daba las clases a todos los grados, desde
el Primero hasta el Sexto. Siendo este grado el que tenía menos alumnos. Yo por
esos tiempos aprendía el cuarto año. Mi grupo contaba con siete niños siendo yo
el más adelantado y mi primo Albino, (Nombre que le caía al pelo por lo listo y
vivaz, siempre estaba al alba) quien competía conmigo por las mejores
calificaciones que Placido nos regateaba pero que nos daba. Me distinguí en
Matemáticas y en Oratoria, por ahí existe una foto viejísima donde aparezco
frente al cadáver de Don Venustiano Carranza en plena acción, ya que me
eligieron para decir unas palabras en su velación, frente de los portales del palacio
municipal. Al Presidente lo trasladaron desde donde lo asesinaron hasta mi
comunidad, primer lugar y el más cercano donde reposaron un día sus restos. Me elegían para declamar y hacer las
presentaciones de los actos sociales de la escuela. Dentro del circulo de
compañeros del grupo se destacaba por travieso, juguetón y despabilado, un
chico chaparrito, moreno y desparpajado, que siempre se andaba peleando y que
como característica tenía que al atacar al contrincante, lo hacía embistiéndolo
con la cabeza, o sea dándoles un topetón tremendo en el pecho o en el estómago,
que les sacaba el aire y después los remataba a puñetazos. A este chico por
esta característica le apodamos “El Chivo”.
Cierta vez el Chivo nos presumió su
valentía, diciéndonos.
— A mí los espantos y los fantasmas me hacen solo marañas.
Por lo que le dijimos que si era tan
valiente se fuera a quedar solo, una noche completa al panteón. Ni tardo ni
perezoso el mentado Chivo se armó de un joronguito todo deshilachado que le
llegaba apenas a las rodillas y un sombrerito de palma desgarrado y
amarillento, y una tardecita ventolera y neblinosa de esas normales de por esos
rumbos, le acompañamos hasta el centro del camposanto, dejándolo ahí hasta que
se puso oscuro. Al otro día muy de madrugadita nos apersonamos los más
curiosos, y lo hayamos desmallado por el susto, tirado en un agujero de una
tumba vieja a la que ya le habían sacado el difunto. Su jorongo se había
atorado de un clavo de una podrida y vieja cruz que se trajo jalando un buen
trecho, dando trompicones, huyendo según él, de un muerto aparecido que lo
quería jalar a la tumba, hasta que cayó accidentalmente al hoyo socavado de esa
tumba abandonada.
Después de esto, el Chivo dejó de ir a
la escuela y al poco tiempo murió. De susto y espantado, nos dijimos.
Por esos años de 1915-16 era común y
tradicional, que en los domingos se realizara en la plaza central de pueblo, el
Tianguis. Donde acudían infinidad de puesteros a detallar sus variadas
mercancías, entre las que se destacaban principalmente los productos del campo.
Frutas de temporada, como Naranjas, Limas, Aguacates, Paguas, Camotes,
Manzanas, Guayabas, Yucas, Trozos de caña, Anonas y Chirimoyas, Tejocotes,
Membrillos, Chayotes de variados tamaños, entre los que se distinguían unos
pequeñitos ricos y resecos. Elotes, Calabazas, Frijoles de muchos tipos, Habas,
verduras frescas, Berros, Rábanos, Lechugas, grandes Endivias, frondosas
Acelgas y Coles, Colinabos, Betabeles, Zanahorias, y Papas, entre ellas unas
que se daban en enredadera, y otras enormes, silvestres, a las que les decían
Cabezas de Negro.
Bueno toda esta variedad de productos
criollos que los paisanos consumían en sus diarias dietas. Estos mercaderes
llegaban invariablemente en animales de carga, sobre las que transportaban sus
mercancías, entre ellos abundaban las Mulas y se distinguía los Burros.
Uno de estos animales nos brindó tema
para platicar por semanas. Pues resulta que; imagínense lo abigarrado del
paisaje dominguero, la plaza repleta de vendedores y marchantes, de paseantes y
viajantes, de curiosos y desocupados, de mujeres, hombres, niños, perros y
gatos. Los portales repletos de tenderetes y puestecillos, sobre las banquetas
expendios de mil chucherías, canastas repletas de Tamales, Tlacoyos y enchiladas,
cientos de bestias amarradas en las pilastras y árboles que rodeaban la
enjolgoriada plaza. Expendios de Pulque, Tepache, Garapiña, y aguas de sabores,
Limón con Chía, Horchata de semillas de Melón y de Chilacayote. Expendios de
telas, Manta, Satín, Percal, Cabeza de Indio, Tuzor, Encajes, Tiras bordadas,
Rebozos, Chales, Velos, Cobijas, Cotones, Jorongos, Cotorínas, Chamarras, pasa
montañas, mangas de Hule y mil cosas más.
De repente en ese batiburrillo hermoso
y desorganizado, a un Burro macho se le despiertan los deseos sexuales que en
su especie son irrefrenables, y reventando el cabestrillo con el que se hallaba
atado a un pequeño Trueno sembrado en una glorieta, se lanza ufano y desbordado
sobre una Yegüita Alazana media meca, que en esos momentos eligió para su
desahogo, quien también rompe su atadura y huye desbocada entre el gentío,
derrumbando mezas, puestos y canastos, rompiendo los tirantes con los que
estaban atados los manteados, arrastrando las telas arrancadas entre sus
cascos, exhibiendo el Burro Macho su enorme sexo excitado y colgante ante el
gentío que solo atinaba a gritar.
- ¡Burroooo, Zooooo, Burroooo!
mientras nosotros, la chiquillería, corríamos detrás de los rijosos amantes,
esperando ver consumado el acto, entre carcajadas y burlas mirando el
desbarajuste hecho por los animales en celo.
Otra vez, como pasaba continuamente porque
estábamos en época revolucionaria, o sea en épocas de gente armada y de armas,
de continuo se realizaban disparos y principalmente a la salida de las cantinas
y burdelillos que existían a la orilla del pueblo. Y a donde temprano nos
presentábamos con el ánimo de recoger los casquillos vacíos que coleccionábamos
por calibre y para nuestros juegos; Vimos una cosa sorprendente.
De una de las cantinas de más moda,
salió un grupo como de seis hombres, disponiéndose a montar sus caballos, para
retirarse a sus casas o campamentos, cuando de otra de las covachas cercanas,
sale a trompicones un atolondrado parroquiano gritando.
— ¡Viva Carranza, Jíjos de la Jijurria!
¡Viva el Carrancismo mendigos Villistas!
Uno de los que marchaban. Un hombrón
de largos bigotes y fiero semblante, se desprendió de grupo y cruzando la
enlodada calle se dirigió al gritón.
— ¿Qué dice Usted, Pelao?
— ¡Que viva Carranza!
— ¿Queee? — Levantando mucho la voz.
— ¡Que viva mi General Carranza!
El otro, sin pensarlo mucho,
desenfunda su pistola y le dispara certeramente en la frente al gritón que cae
como fulminado por un rayo en un gran charco de agua lodosa, y con la cara
ensangrentada. El asesino se le acerca a mirarlo y le da una patada por los
pies expresando.
— ¡Mendigo Carranclan! ¡Nomás hasta
aquí llegaste! — ¡Que viva Villa, cabrones!
El silencio se alargó por la calle como un
hilo de papalote rabeando por elevarse, mientras el grupo de los jinetes y sus
caballos, sin prisas y al trote lento, se reencaminaron a sus asuntos, mientras
yo corría ganándoles a mis compañeros para
recoger el brillante casquillo aun tibio de la bala del calibre 44 que había matado a aquel necio gritón, que tirado sobre el charco contemplábamos pálido y sangrante.
recoger el brillante casquillo aun tibio de la bala del calibre 44 que había matado a aquel necio gritón, que tirado sobre el charco contemplábamos pálido y sangrante.
Mientras les presumía a mis compañeros
el trofeo y comentábamos el hecho. De repente y sorpresivamente. ¡El asesinado
se levantó del agua puerca! ¡Siii! tambaleante y tocándose la cara y la frente
sangrante, nos miró con ojos borrosos mientras levantaba su sombrero de pelo, y
con una extraña sonrisa arrancó a correr entre el charquerío de la calle rumbo
al centro del pueblo.
¡Nos quedamos estupefactos! Asustados
y extrañados. ¿Pues no que estaba muerto? Luego nos enteramos, que la bala le
pegó exactamente en la frente, pero por coincidencia o acto reflejo, el tipo
aquel levanto la cara en el preciso momento del impacto, lo que hizo que el
plomo le arrancara el cuero cabelludo en una línea recta desde la frente a la
coronilla. ¡Suerte de gritón!
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