lunes, 24 de marzo de 2014

LA GLAFIRA


L
a conocí personalmente. Era ella menuda, de pelo color caoba, el cual resaltaba por ser rizado y basto, que lucía esplendorosamente como abultada capa que le llegaba a media espalda. Su rostro pequeño y hermoso, descollaba enmarcado por tan abundante cabellera, su boca de labios finos y besables, mostraba rasgos sensuales, que luego descubrí fueron su perdición. Los ojos con chinas pestañas eran algo oblicuos, de color almendrado, con cejas delineadas, indicadoras de un carácter fuerte y decidido. Sus orejas pequeñas, lucían en los lóbulos alargados aretes de oro, que coquetonamente sacudía con movimientos de su hermosa cabeza. De cuerpo bien definido. Sus senos empujaban orgullosamente su corpiño. Caderas rotundas que se abombaban inquietantes provocando las miradas de admiración varoniles. Sus piernas de finos tobillos que enseñaba bajo sus faldas que usaba siempre largas. Le recuerdo con un vestido color crema, casi amarillo, que hacia resaltar el color moreno pálido de su piel. Con la esponjosa mata de su pelo rizado, mientras caminaba con su estilo tan peculiar, pisando la calle garbosa, con sus pies pequeños enfundados en sandalias de cuero color blanco, mientras sonreía diciéndome.
          - Adioooossss Arturooooo. Y mis ojos le seguían prendidos de su silueta esbelta y atrayente.
Ella era mayor que yo, mas mis instintos despertados desde temprana edad, presentían en ese físico ligero y cautivante, un cúmulo de promesas y un nido de placeres sensuales. Todo su ser transpiraba eso, sensualidad. Al pasar el tiempo solo conocí a otra persona con la misma fuerza sensual que la de Glafira, mas eso será tema de otra historia.
En los bailes locales, me tocó ser pareja algunas veces de ella, mas sus ojos y sentidos se fijaban en varones de mas edad, yo tan solo era un chiquillo con deseos de grande y ella era hembra rotunda y bien centrada.
          La vida en su carrera me atrapó en sus redes, llevándome por vericuetos tortuosos y lejanos. Mi inquieta exaltación buscaba en viajar, el conocimiento de los arcanos. Buscaba la punta de la madeja de mis sueños, sin pensar que nadie logra eso, que la vida se va tejiendo a diario, pintando efímeros paisajes con las penas y alegrías, con los triunfos y derrotas, con lágrimas de satisfacción y de dolor. Mas eso lo entendí después. Mientras, gastaba todo lo que podía de mis ansias, de mis fuerzas, de mis deseos. Llenándome hasta los ejes de todo, sin medir consecuencias. Solamente pensando en el hoy, sin recordar el ayer, ignorando el mañana. Fui cargando mis alforjas de experiencias extrañas e inolvidables, de satisfacciones completas, más nunca saciadoras, de deseos cumplidos y de logros vanos y cuando volteé a mirar mi bagaje acumulado, encontré mi saco vacío. Como pompas de jabón se habían ido desvaneciendo todas esas cosas que según yo, iban llenando mi pasado. Y me encontré a la orilla del camino, varado, viendo pasar a otros que como yo, que iban echando sus recuerdos en saco roto y me dije.
- Párale, párale, tienes que dejar tus historias escritas. Busca vaciarte pero en las letras, dejando para quien lo quiera, tus vivencias y observaciones. Así que escribe, no seas como el picamaderos, que de tanto picar los troncos buscando insectos, no pica hondo para hacer su nido y muere de frío en el invierno.
Así que comencé a escribir para mi muy personal satisfacción. Recordando las cosas que viví o me relataron. Y de la Glafira, me enteré de que aquel joven sobrino del Esteban, el que se llamaba José Luis, el que se escapó subiendo a gatas por el talud del arroyo, cuando al Esteban lo asesinaron, con el tiempo se hizo novio de la Glafira. Y algo pasó, tal ves lo despreció o calabaceó, porque José Luis, herido en su hombría o loco de celos, siguió a la Glafira hasta su rancho en donde ella vivía con sus tíos y desde el monte, a lo lejos, como alguien que juega tiro al blanco, con un rifle calibre del 22, mató a Glafira sin mas ni mas de varios tiros, escapando después de su despreciable acto, entre la acagualera y no se supo jamás de su paradero.
Este nuevo asesinato conmovió al pueblo. ¡Otra mujer asesinada! Pues ¿Que pasaba? ¿Era castigo de Dios? ¿Sería inicio de otra época?
Las mujeres a partir de esos hechos, cambiaron de manera de ser, siendo más discretas sus actitudes hacia los hombres, como temerosas de que algún loco amante les hiciera lo mismo.
A la Glafira la enterraron vestida de color de Rosa, en una sencilla caja de oloroso cedro, forrada de satín blanco, con las manos cruzadas sobre el pecho y coronada con la flor del Santiaguito, parecía la virgen de la inocencia.

Aclaración: Estos tres relatos fueron reales y pasaron en mi época, los nombres del Esteban y de la Glafira son auténticos, solo el de la Margarita es ficticio por razones obvias, los hechos pasaron y solo traté de referirlos adornándolos desde mi particular punto de vista, así que cualquier error o exageración de los sucesos es solamente culpa del relatador.


Octubre de 1995, Xalapa, Ver.




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