LA GLAFIRA
L
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a
conocí personalmente. Era ella menuda, de pelo color caoba, el cual resaltaba
por ser rizado y basto, que lucía esplendorosamente como abultada capa que le
llegaba a media espalda. Su rostro pequeño y hermoso, descollaba enmarcado por
tan abundante cabellera, su boca de labios finos y besables, mostraba rasgos
sensuales, que luego descubrí fueron su perdición. Los ojos con chinas pestañas
eran algo oblicuos, de color almendrado, con cejas delineadas, indicadoras de
un carácter fuerte y decidido. Sus orejas pequeñas, lucían en los lóbulos
alargados aretes de oro, que coquetonamente sacudía con movimientos de su
hermosa cabeza. De cuerpo bien definido. Sus senos empujaban orgullosamente su
corpiño. Caderas rotundas que se abombaban inquietantes provocando las miradas
de admiración varoniles. Sus piernas de finos tobillos que enseñaba bajo sus faldas
que usaba siempre largas. Le recuerdo con un vestido color crema, casi
amarillo, que hacia resaltar el color moreno pálido de su piel. Con la
esponjosa mata de su pelo rizado, mientras caminaba con su estilo tan peculiar,
pisando la calle garbosa, con sus pies pequeños enfundados en sandalias de
cuero color blanco, mientras sonreía diciéndome.
- Adioooossss Arturooooo. Y mis ojos
le seguían prendidos de su silueta esbelta y atrayente.
Ella era mayor que yo, mas mis instintos despertados desde
temprana edad, presentían en ese físico ligero y cautivante, un cúmulo de
promesas y un nido de placeres sensuales. Todo su ser transpiraba eso,
sensualidad. Al pasar el tiempo solo conocí a otra persona con la misma fuerza
sensual que la de Glafira, mas eso será tema de otra historia.
En los bailes locales, me tocó ser pareja algunas veces de
ella, mas sus ojos y sentidos se fijaban en varones de mas edad, yo tan solo
era un chiquillo con deseos de grande y ella era hembra rotunda y bien
centrada.
La vida en su carrera me atrapó en sus
redes, llevándome por vericuetos tortuosos y lejanos. Mi inquieta exaltación
buscaba en viajar, el conocimiento de los arcanos. Buscaba la punta de la
madeja de mis sueños, sin pensar que nadie logra eso, que la vida se va
tejiendo a diario, pintando efímeros paisajes con las penas y alegrías, con los
triunfos y derrotas, con lágrimas de satisfacción y de dolor. Mas eso lo
entendí después. Mientras, gastaba todo lo que podía de mis ansias, de mis
fuerzas, de mis deseos. Llenándome hasta los ejes de todo, sin medir
consecuencias. Solamente pensando en el hoy, sin recordar el ayer, ignorando el
mañana. Fui cargando mis alforjas de experiencias extrañas e inolvidables, de
satisfacciones completas, más nunca saciadoras, de deseos cumplidos y de logros
vanos y cuando volteé a mirar mi bagaje acumulado, encontré mi saco vacío. Como
pompas de jabón se habían ido desvaneciendo todas esas cosas que según yo, iban
llenando mi pasado. Y me encontré a la orilla del camino, varado, viendo pasar
a otros que como yo, que iban echando sus recuerdos en saco roto y me dije.
- Párale, párale, tienes que dejar tus historias escritas.
Busca vaciarte pero en las letras, dejando para quien lo quiera, tus vivencias
y observaciones. Así que escribe, no seas como el picamaderos, que de tanto
picar los troncos buscando insectos, no pica hondo para hacer su nido y muere
de frío en el invierno.
Así que comencé a escribir para mi muy personal
satisfacción. Recordando las cosas que viví o me relataron. Y de la Glafira, me
enteré de que aquel joven sobrino del Esteban, el que se llamaba José Luis, el
que se escapó subiendo a gatas por el talud del arroyo, cuando al Esteban lo
asesinaron, con el tiempo se hizo novio de la Glafira. Y algo pasó, tal ves lo
despreció o calabaceó, porque José Luis, herido en su hombría o loco de celos,
siguió a la Glafira hasta su rancho en donde ella vivía con sus tíos y desde el
monte, a lo lejos, como alguien que juega tiro al blanco, con un rifle calibre
del 22, mató a Glafira sin mas ni mas de varios tiros, escapando después de su
despreciable acto, entre la acagualera y no se supo jamás de su paradero.
Este nuevo asesinato conmovió al pueblo. ¡Otra mujer
asesinada! Pues ¿Que pasaba? ¿Era castigo de Dios? ¿Sería inicio de otra época?
Las mujeres a partir de esos hechos, cambiaron de manera de
ser, siendo más discretas sus actitudes hacia los hombres, como temerosas de
que algún loco amante les hiciera lo mismo.
A la Glafira la enterraron vestida de color de Rosa, en una
sencilla caja de oloroso cedro, forrada de satín blanco, con las manos cruzadas
sobre el pecho y coronada con la flor del Santiaguito, parecía la virgen de la
inocencia.
Aclaración: Estos tres relatos fueron reales y pasaron en
mi época, los nombres del Esteban y de la Glafira son auténticos, solo el de la
Margarita es ficticio por razones obvias, los hechos pasaron y solo traté de
referirlos adornándolos desde mi particular punto de vista, así que cualquier
error o exageración de los sucesos es solamente culpa del relatador.
Octubre
de 1995, Xalapa, Ver.
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