sábado, 19 de julio de 2014

UNA SEÑORA

Era blanca de la piel, de pelo rizado y rubio, nariz respingada, con una hendidurita en la punta, lo que la hacía distinguirse de todas las otras mujeres que a su lado pasaban.
Su boca recién pintada era una herida sangrante que se distinguía en el paisaje blanquecino de su hermoso rostro. En los lóbulos de sus orejas colgaban titilando un puñado de piedras brillantes que formaban sus elegantes aretes. Su vestido de hombreras, que en arrugado corte se le ceñía cruzado en la cintura, era de color negro, lo que le hacía resaltar el pálido color de su sensual piel.
Sobre los hombros llevaba puesto un abrigo de piel de astracán de abultado cuello, de color café oscuro, que hacía juego con sus estilizadas zapatillas de plataforma, las que lucían unas hebillas con  el mismo tipo de piedras brillantes que exhibía  en sus aretes.
          El pelo rizado y rubio se lo ceñía con un gran pasador sobre el lado izquierdo, descubriendo totalmente una de sus pequeñas orejas, caracol misterioso y subyugante que se me antojó besar y que presentí dispuesto a escuchar mis palabras.
          Ella, la hermosa mujer observada tan detenidamente por mí, bajaba como distraída por las escaleras del gran salón de variedades del que acababa yo de salir.
Yo un robusto mocetón de 27 años cumplidos, me había animado a ver el espectáculo que presentaba el famoso”Tivoli”. La bailarina exótica “Tongolele” y el barítono de Argel, Emilio Tuero. Había llegado por la mañana al rastro de “Ferrería”, en donde descargué tres vagones de ferrocarril en los que transporté desde la Estación de Beristaín en el estado de Puebla, una punta de toretes y novillos para el sacrificio, que había arreado desde las Huastecas y que ya comprometidas, entregué al comprador en las corraleras del gran rastro del Distrito Federal.
Era costumbre de los que vendíamos ganado en la capital, después de cerrar las operaciones de venta de nuestros animales, quedarnos a hacer compras en los grandes almacenes de moda y pachanguearnos en los cabarets y salones de diversión, por unos dos o tres días en la ya populosa ciudad de los palacios, la que en los años 1940,1946, portaba con orgullo ya la designación de la región mas transparente del mundo.
Esa ves en que conocí a la dama descrita, después de bañarme en el cuarto del hotel y luciendo pantalón de dril color caqui, camisa negra de seda de importación, botines de glasé color café, bien boleados, paliacate de seda blanca al cuello, una chaqueta tipo cazadora de piel de gamuza y sombrero “Stetsoon” de pelo color gris claro, y la infaltable Pistola, Súper ”Star”de calibre 38 clavada del lado derecho de la cintura, que discreta se cubría con los alones de la americana de piel, me dirigí a las calles de la ruidosa ciudad.
Comí abundantemente en el restaurante “La blanca”café al que, era como una manda convidarse por los provincianos en nuestras visitas a la gran urbe.
En el periódico “La prensa”, mientras acababa mis alimentos, busqué las carteleras y me animé primero a visitar al “Tívoli”, por el atractivo de “Tongolele”, en lugar del “Folies” que era más de mi preferencia, y también para escuchar en la melódica voz de Emilio Tuero  uno que otro tango que el cantaba con estilo único.
Pues bien, jamás pensé en la fascinante y riesgosa aventura que me tocaría vivir esa inolvidable y fresca noche. Todo paso por mi carácter y mi temperamento audaz y decisivo.
Resulta que gocé como nunca de todos los actos artísticos que se presentaron en la alegre función. Mas el acto que me impresionó é impactó fue el de la exótica bailarina “Tongolele”. ¡Que mujer! Bella como Diosa pagana. Ojos como esmeraldas deslumbradoras. Abullonado y desparpajado matojo de perfumados rizos negros, guedejas que guardaban esencias primigenias y sensuales. Cintura cimbreante, copa rotunda de vinos prometedores, cautivadora corola de subyugantes efectos, caderas de suaves laderas e incitadoras curvas como para perderse en el paraíso de su vientre abombadito y tembloroso por el ritmo de los Bongoes. Piernas ebúrneas, torneadas, acariciables, incitadoras, alechozadas. Tobillos acinturados y pies pequeños, bellísimos.
          Sus bailes me provocaron una leve excitación de profundo anhelo, alborotando mis sentidos con sus lascivos movimientos pélvicos. El ritmo de mi corazón se aparejó al de los tambores que acompañaban a la hermosa bailarina en sus contoneos armoniosos y deslizantes. “Tongolele” se transformaba con las cadencias de las congas en una Diosa pagana, ofreciéndose públicamente al excitado publico varonil, que hechizados por su belleza y movimientos, embelesados por la música, solo abríamos al máximo los ojos para captarla en todo su arte y esplendor.
          Al terminar la función, me quedé sentado saboreando hasta lo último la extraordinaria exhibición de música y baile, mientras el demás público abandonaba aplaudiendo la gran sala del recinto iluminado.
Al encaminarme a la salida del gran salón, aun alborotados los instintos por la experiencia vivida hacía unos instantes, miré a la mujer que describo, que distraída y lentamente, bajaba despacio las gradas de la entrada del Tívoli”.
Sentí al verla un atractivo tal, que no pude contenerme y la observé con descaro, quedándoseme grabados los detalles de su persona, (como lo notarán en mi narración).Le seguí discreto y decidido y al poner ella su pié derecho sobre el ultimo escalón de la amplia escalinata, ya sobre la banqueta, me arrimé con serenidad y sin medir consecuencia alguna le tomé del brazo diciéndole.
-¿Me permite ayudarle?
Ella, al dar el paso para bajar a la banqueta, no tuvo mas que dejarse conducir hasta ahí. Luego levantando la vista y mirándome directamente a los ojos, retiró con energía y brusquedad su brazo, diciéndome a continuación.
-¡Atrevido!
Intentando después continuar su camino.
          Más yo, transformado completamente, le dije.
           -Señora, permítame presentarme y acompañarle a donde Usted vaya.
Ella nuevamente y con seriedad me dijo.
-Por favor ¡Déjeme en paz! Me dirijo a mi casa. - ¡Por favor!
-Señora. No me crea atrevido, mas insistiré. Ya es de noche, la calle está oscura, permítame brindarle mi compañía, que le prometo solo le dará seguridad
-Joven. Me contestó.- Soy una mujer casada, aunque ahora vengo sola, esto no quiere decir nada. ¡Cómo se atreve!
-Por favor. Le rogué. - No se ofenda y permítame insistir. Le acompaño en este tramo oscuro y cuando ya la sienta segura, le dejo continuar a su albedrío y con toda confianza.
-No insista joven, sea tan amable de dejarme continuar mi camino, sola. ¡Que atrevido!
          Para eso habíamos avanzado unos diez pasos y yo me sentía a mis anchas, muy seguro de mi mismo.
Así que le insistí nuevamente, mientras caminaba a su lado.
           -Óigame por favor, señora. Soy fuereño, ranchero pero educado, discúlpeme por favor pero me siento ahora responsable de su seguridad y no puedo dejarla transitar con riesgos por estas calles peligrosas. Yo le acompaño hasta donde valla, no la tocaré, ni ofenderé, solo permítame acompañarle y escucharme.
Mientras ella, algo desconfiada, más curiosa, continuó caminando por la semi iluminada banqueta donde repiqueteaban rítmicos los tacones de sus zapatillas.
-Como le dije señora. Soy fuereño, huasteco para mi honor, sincero y generoso, decidido y galante, así somos por mi rumbo.
- Quisiera, mientras le acompaño, que me brinde su atención. Como le digo. No la ofenderé en lo más mínimo. Por allá  por mis rumbos a las mujeres las chuleamos, las halagamos, pero jamás las ofendemos.
Ella, comenzó a voltear la cara a mirarme, mientras que yo, desatado continuaba con mi perorata.
-Óigame señora. Ahorita que salí del salón, con todo respeto le digo que jamás me había pasado esto. Por pura coincidencia levante la vista y me atrajo el brillo de sus aretes, por eso me atreví a mirarla, mientras usted distraída bajaba las escaleras de la salida, y le repito. Nunca me ha pasado esto, ni acostumbro a ser como me estoy portando ahorita. Mas mi vista resbaló de sus aretes a su oreja, de su oreja a su pelo, de su pelo a su frente, de su frente a su nariz, de su nariz a su boca y ahí, disculpe usted señora pero quedé hechizado. ¡Que hermosa es usted! Y no pude detenerme, discúlpeme en serio, por favor. Como le digo, jamás me a pasado esto y nunca he sido tan audaz con las mujeres, mas noté en usted un atractivo tal, que insisto, no pude contener mis pasos y tenía que presentarme a usted y enterarla del deslumbre que me provocó sin que usted se enterara y mucho menos lo provocara. Así que mi mente dijo.
-Ve y dile lo hermosa que es. Ve y dile lo que te atrae. Ve y dile tus halagos sin ofenderla. Se galante. Se caballero. Se amable. Se cortés. Se tu mismo.
-Así que perdone mi atrevimiento y si la ofendí e incomode, yo solo quería que se enterara lo que usted sin notar inspiró en mí.
- Así que si usted me perdona, me retiro, pues veo que ya transitamos por lugares más iluminados y creo que usted se sentirá más segura por esta avenida.
          Me detuve para cortésmente despedirme, diciéndole adiós con la cabeza
Ella, sorprendida, me observó de arriba abajo, mientras que daba dos que tres pasitos hacia atrás, hasta recargarse en la pared rugosa del edificio que en ese momento se encontraba por donde caminábamos, para permitir que los transeúntes pasaran sin molestarnos, y con cara de preocupación me dijo.
-Joven, usted me sorprende y halaga. De verdad que es decidido.
 Y mirándome directamente a los ojos, continuo.
- Mas si de veras no siente temor ante nada, le permito que me acompañe hasta mi casa.
-Le miro muy decidido y me gusta su actitud formal y respetuosa, la noche esta agradable y me place caminar hasta mi domicilio. Así que le permito hacerme compañía, mientras usted se porte tranquilo y decente.
Para esos momentos y al escucharla, me sentí mas sereno en mis actitudes y le respondí con galantería.
- Señora ante una mujer tan atractiva e impresionante como usted no siento temor alguno ni ante nadie. Seré su guardián en el camino de aquí hasta su casa. Y le repito, soy ranchero y muy decidido cuando por una belleza me siento atraído. ¡Por favor señora, diga usted por donde nos vamos!
Ella con una sonrisa leve marcándose en sus mejillas y el brillo del interés en sus ojos al sentirse halagada y adulada, me tomo suavemente del brazo y comenzamos a caminar por la concurrida avenida. Mientras se evaporaba de nuestros cuerpos el nerviosismo y la tirantez del primer encuentro, iniciándose una corriente de simpatía mutua que nos aflojó la lengua y cuerpos, pues conversamos fluidamente de variadas cosas, ella curiosa y halagada, yo galante y simpático, ella al inicio con cierto nerviosismo, yo algo reticente, más conforme caminábamos me solté con toda desfachatez al dialogo de galanteo, tratando de seducirla con mis palabras. Pues sabía que la oportunidad la pintan calva y que no sabía que lejos estaba la vivienda  de la hermosura que la suerte había puesto a mi vera. Por lo tanto urgía lanzarle mis dardos apasionados directamente a sus más sensibles sentimientos.
Por lo tanto ante sus preguntas e interés sobre mí, le expuse con toda  franqueza y galantería mi deseo formal.
-Señora, dirá usted que voy demasiado aprisa con mis palabras, que soy exageradamente audaz y descarado, que debo contener mis ímpetus por cortesía y caballerosidad, mas como le dije cuando me presente ante usted, no soy citadino y tengo por costumbre no medir consecuencias cuando tengo la suerte de encontrar a una mujer como usted.
- Soy ha veces irresponsable con mi persona, pues me expongo ante lo que sea por conseguir lo que deseo y usted desde que la vi. Me ha contagiado un lógico y agudo deseo de poseerla.
Ella, deteniéndose bruscamente bajo una de las grandes luminarias de la hermosa avenida en la que continuábamos caminando me dijo.
-Quedamos joven que no me insultaría ni me causaría problemas. ¿Quién cree usted que soy? ¿Qué se ha creído? ¿Por qué me dice estas cosas? ¡Por favor, usted me ofende! Soy una mujer casada, usted me confunde y me molesta.
-Señora hermosa, disculpe que mis directos piropos le perturben, lo que menos intento y quiero es molestarla u ofenderla. Soy un hombre impetuoso y anhelante que en un afán lógico de amar me expreso ante una mujer solitaria que camina por esta avenida abigarrada, distinguiéndose ante muchas otras mujeres por su sensualidad y hermosura.
          Y continué en ese tono, ya desbocado en mi ardor y voluptuosidad.
-Por favor señora. Ante este inmenso mundo ilógico que es esta enorme ciudad, somos solo dos granitos de arena que el destino en su capricho nos ha hecho coincidir en este preciso lugar.
- Mis palabras hermosa señora, solo usted con sus lindos oídos las a escuchado. Tenga pues entonces  por favor la reserva de jamás mencionarle a nadie que un extraño y decidido hombre se las ha dicho.
- Por lo tanto señora hermosa, comprenda que no son ofensas mis palabras, sino extremas realidades, y creo que usted y yo somos como engranes embonados en la rueda lógica del destino. Que si nos encontramos ahora en esta calle, a esta precisa hora, solos conversando sin que a nadie le importe y sin que nadie nos tome en cuenta es que así estaba escrito en el libro de nuestras vidas.
- Permítame pues señora hermosa, llevarla hasta su domicilio y no tenga ninguna desconfianza, que no tomaré de usted nada que no me permita tomar. Ante todo soy para mi buena estrella caballero con las damas.
Y tomándola, ahora yo, firmemente del brazo, le dije
- Por favor, continuemos nuestro camino hacía su casa
Ella, que realmente no tenia nada que arriesgar ni perder, entendió que estaba muy decidido a llevarla hasta su morada, se dejó conducir.
Fuimos pues recorriendo varias calles iluminadas y muy limpias entre el trafago de los viandantes que nos ignoraban, sin presentir que en esa pareja que transitaba conversando se gestaba un misterio.
Así continuamos hasta llegar hasta una zona residencial en donde las casas eran más espaciosas y bonitas, de lotes más grandes con amplios jardines, protegidas por altas cercas y bardas con celosías y hiedras.
           La amplia calle donde después de recorrer tres cuadras nos detuvimos, era tranquila y estaba semi iluminada, no había en ese momento tráfico de vehículos, ni persona alguna se veía por las aseadas banquetas.
Ella se encaminó hacia una gran puerta de madera, que me pareció la entrada de un garaje como para cuatro o cinco autos y que pertenecía a una casona de color gris de dos plantas, a la que en la parte superior se le distinguían unas ventanas alargadas, adornadas con vitrales y cristales biselados que prodigaban unas curiosas luces como llamaradas caleidoscópicas.
Sacando de su bolso un llaverito, y hasta entonces me di cuenta, que había una puertecita integrada en un lado del gran portón de madera, y a ella se dirigió con firmeza ya con la llave en la mano.
Yo, en mis adentros pensaba. - A esta hermosura no le llegaron al corazón mis reclamos amorosos. Ya que todo el recorrido hasta su casa había continuado insistiéndole en mis ansias por amarla, mientras ella, hay veces molesta pero curiosa, otras veces sorprendida pero halagada, continuaba caminando a mi lado con algo de prisa y nerviosismo, pero escuchándome. ¡Que le quedaba ante mi persistencia!
          -Bueno joven, aquí es mi casa. - Le agradezco su compañía
-Señora, le conteste. Soy su seguro servidor. Gracias a usted por permitirme acompañarla, mas quisiera que me escuchara.
- ¡Por favor joven! Calle y escuche. Y mirándome sin pena y directamente a los ojos me pregunto.
-¿De veras no le tiene miedo a nada?
-¡A nada, Señora hermosa! ¡A nada y a nadie! Conteste.
-¿Es usted de veras tan decidido, como me lo ha venido pregonando todo el camino?
-Si señora, Usted nomás diga a donde y ahí estoy.
 Ella tomo aire y sonriendo me dijo.
. -¡Ahora! - Pero escúcheme por favor joven.
-Esta es mi casa, estoy sola por ahora. Soy casada con un militar de alta graduación, no tengo hijos. Salgo en unos días de viaje a residir a un país de Europa donde mi marido ha sido comisionado por el Presidente actual. Si de veras no tiene miedo a nada, pase conmigo a tomar algo al interior, pero recuerde que es su riesgo. Me gusta su actitud y franqueza, supo halagarme y adularme con sus directas propuestas, que jamás fueron groseras  ni ofensivas y se las creo sinceras y francas. Y el destino es el destino.
Dándome la espalda, abrió la pequeña puerta, pasando con seguridad a su casa, y yo, pues con la misma seguridad le seguí.
Lo que a continuación sucedió, es cosa que por caballerosidad mi labio calla. Solo sépanse que nos seguimos viendo los tres días que pasé en la ciudad y que jamás olvidaré esos deliciosos momentos íntimos pasados al lado de esa extraña hermosa señora, que el destino puso en mi camino esa afortunadísima noche en que alborotados mis instintos por ver los bailes de “Tongolele”, salía del teatro “Tívoli”.
S.a.C.f.
Xalapa, Ver. 11 de Diciembre de 1998.      18.53 Hrs.


EL JINETE
En memoria de un amigo
Pedro Acosta (+) 2006.

Sobre el talud de roja tierra se reflejaba su silueta al ir cabalgando sobre el gran alazán de grupas robustas y brillosas.
El gran talud rojo era la gran pantalla donde el sol del atardecer dibujaba la silueta del jinete, que erguido avanzaba sobre el caballo, que con las orejas levantadas iba pendiente de la vereda que se abría paso entre la verde grama.
El gran talud de granulada tierra roja era un reverbero de formas grises. La del jinete y su caballo que avanzaban zigzagueantes y brincones entre pedruscos y matas de hierba dormilona.
El redondo sol anaranjado se desguindaba de la cúpula celeste como un lento yoyo gigantesco rumbo a otras tierras, pardeando el contorno, pintando de azul grisáceo todas las lejanas montañas de la sierra madre.
A lo lejos por lo transparente del aire, se alcanzaba a distinguir la forma cintilante del Citlaltepetl, como un plateado faro que se despedía entre la ligerísima bruma del crepúsculo.
 El hombre que montaba al robusto alazán, con su mano derecha arrancó al paso, un pequeño racimo de capulines de un arbusto que estaba a la orilla del caminito por donde transitaba tranquilo, y mientras sus ojos se llenaban del vespertino paisaje, iba comiendo los redonditos dulces frutos silvestres, mientras sostenía firmemente las riendas del corcel con la mano izquierda, cosa que cualquier buen vaquero hace inconscientemente y por buena enseñanza, y aquel jinete era de esos.¡Todo un vaquerazo!
Ya iba rumbo al pueblo en donde tenía su morada y de donde había salido muy de madrugada con una misión específica y arriesgada. Atrapar a un toro ladino y acimarrado, que amogotado hacía mas de un año por las laderas acagualosas del la Hacienda de Zanatepec, no se dejaba agarra por los vaqueros locales. Por lo tanto le habían invitado, ofreciéndole una buena recompensa en efectivo, para que intentara lazarlo en pleno campo y conducirlo a las corraleras de la enorme propiedad de la familia Cabrera.
Al Cebú aquel, lo atrapó de una difícil lazada, en un carril pegado a la cerca de alambres de púas, que divide a “El Encinal” con “Tierra Blanca”, nombres dados por los vaqueros a esas secciones de potrero que están  rumbo a “Mecapalapa”.
          Se había amarrado la lazadera a muerte de la campana del fuste, pues presintió que el torazo iba a intentar escapar al sentir la “Chavinda” sobre el pescuezo.Y así fue, solo que el fuste, las cinchas, el látigo y el contra látigo de la montura eran nuevos, previniendo los
fuertes tirones que el de la gran joroba haría  al sentirse sujeto por la reata de lechuguilla.
El Alazán elegido esa ves por su robustez, ligereza y conocimiento de las labores, se llamaba el “Rebelde”, y era hijo de la yegua “La Doña” y del potro el “Coronel”, ambos de la finca “La Pimientera”que se hallaba allá por la hacienda “Huilotla”, rumbo a “La Junta”, congregación perteneciente al municipio de Jalpan, y que se distinguía por estar ubicada en donde se unían el Río San Marcos con el arroyo de Tlaxcalantongo, a orillas del camino real que iba a Villa Juárez.
          La montura había cumplido más que bien con las expectativas, pues olfateó al toro, lo buscó entre las matillas cuando fue necesario y al apretón de piernas del caballista, se abalanzó como ventarrón, acercándose al hastado, para que el vaquero pudiera enlazarlo a placer, luego, después que se chorreó la lazadera, quemando el fuste que dio gusto, resistió el tironazo del morlaco cimarrón, que bufando atorado en un “Sangre de grado” se dejó acortar el lazo, para que el hombre le pusiera unas pinzas narigueras y así, dócil dejarse conducir entre el breñal hacia el corral.
Todo esto iba recordando el jinete, mientras continuaba refrescándose la garganta con los dulces capulines silvestres que iba saboreando al transitar, ya pardeando el día, rumbo a su hogar. Cumplida la misión se encaminaba tranquilo por el retorcido camino, observando al paso cosas del campo, como el reflejo del sol anaranjado sobre el espejo de una pequeña laguna, o la vertiginosa carrera de una pareja de coyotes descuidados que se perdieron instantáneamente entre los matorrales o las parejas de cotorras y loros que parloteando volaban rumbo a sus nidos.
Y entre el zumbido alargado y aturdidor de las “chicharras” el jinete pasaba por la bajo-sombra de los follajes de Encinos, Cedros e Higueros, casi ya a oscuras, rodeado por miríadas de “cocuyos” que pringaban con sus chispazos fantásticos, la casi noche. De repente de los labios del jinete, se escuchó un silbido que trataba de llevar la cadencia de una canción triste y melodiosa. Una canción que relataba la historia de un amor lejano y solitario, tonada que entre las oscuras frondas se fue perdiendo mientras la silueta del jinete se desvanecía entre los ramajes de los arbolones que bordeaban la ahora casi borrada senda.

Diciembre 98.
Xalapa, Ver.
S.a.C.f.


LA MOLIENDA

          Por la brecha bordeada de hierbajos, caminaba apresurado aquella vez. Con el corazón alegre, pues iba en busca de la razón de mis inquietudes. Una jovencita piernilínda de pelo largo y negro y de nariz respingada que me había citado en el cañál.
          De la orilla del camino iba cortando flores silvestres, que pensaba regalarle a mí adorada en un pequeño ramo, cuando la tuviera al alcance de mis manos. Pues ella se había escapado de la escuela en compañía de otras dos amigas y pensaban pasar un buen rato en la molienda de cañas. Ranchito propiedad de mi amigo Benito, quien se dedicaba a producir panelas, y que servia de paseo para los habitantes del pueblo donde residíamos.
          El entretenimiento general era sencillo y divertido. Desde empujar a mano los maderos que hacían girar el trapiche. Meter las cañas entre los gruesos rodillos de hierro que las exprimían. Atajar en los moldes de barro, que eran unos toscos depósitos de gruesas paredes en donde se hacían las panelas al cristalizarse la miel cocida, el dulce jugo natural de color terroso. Y si estaban laborando los cañeros, esperar a que se cumpliera el ciclo de producción. Corte de las cañas, molienda en el trapiche, con tracción animal, mulas o bueyes, cocimiento en las grandes pailas del jugo, hasta que se hacía miel, probando en el trayecto, primero el jugo caliente, al que ya en el vaso le poníamos una hojita de árbol de pimienta o de naranjo, lo que le daba al brebaje un sabor exótico y diferente que era muy reanimador. La espuma (Cachaza) cuando se purificaba la miel, la comíamos utilizando un gran pedazo de gabazo de caña exprimida que introducíamos entre la ardiente espuma que se desparramaba sobre un gran cono truncado de lamina, que se colocaba cubriendo toda la boca del gran cazo donde hervía el aguamiel, evitando con ello que al crecer la mezcolanza hirviente, se derramara al suelo. Luego cuando se quitaba este artefacto, metíamos cañas curvas y delgadas a la hirviente melaza de color dorado. La caña salía embarrada de una  miel a la que llamábamos chicle, porque era pegajosa. De ahí, esta melaza al continuar cociéndose, se comenzaba a transparentar al ir cristalizándose. A este producto le llamábamos  conserva, pues era cuando se sacaban de ella las calabazas, chilacayotes, plátanos o limones reales que previamente se habían metido en la paila para que se cocieran entre la miel. Después, aún más cocida esta melaza, se vaciaba con un gran cucharón sobre los moldes de barro antes descritos, en donde al enfriarse comenzaba el momento de cristalización, quedando así hechos los pilones, que luego ya fríos los
ataban diestramente envolviéndolos por pares en hojas secas de las matas de caña, formando así las conocidas panelas.
          A esto íbamos al cañál siempre, aunque a mí ahora me serviría como amparo de mi cita de amor. Era a inicios de Enero, en pleno invierno y hacía mucho frío, tanto que había observado un preludio de nevada, cosa rara por estas nuestras ardientes tierras. Para mí era muy extraño pues jamás en mi corta vida había tenido la experiencia de ver nevar. Mas esa vez en el camino al cañál, mire como del cielo caían infinidad de pequeñísimos copos de nieve a los que confundí con cenizas, ya que me encontraba muy cerca de la molienda y en ella para cocer el jugo de las cañas, prendían unos grandes fogones aprovechando como combustible los gabazos secos de las cañas molidas que producen abundantes y ligeras cenizas. Más no. Esa vez era tanto el frío que en realidad comenzó a nevar, aunque los mínimos copos jamás cubrieron la tierra, ni las ramas de los arbustos y árboles, pues se derretían al posarse sobre estos. Lo que si me preocupó fue encontrar varios cadáveres de aves tirados por la senda, muertos por el tremendo frío. Cosa rara y extraña, más con el paso de los días murieron árboles, pasto y las grande acagualeras de las laderas de los cerros se secaron por la tremenda helada de aquel año. Como nota curiosa, ese año se secó la Gran Ceiba que adornaba y daba nombre a un poblado de mi región.
           Bueno, cuando llegué a la molienda, la niña de mis antojos ya se encontraba saboreando un vaso de jugo de caña, que en compañía de sus amigas habían logrado producir, empujando ellas el trapiche. Discretas sus compañeras nos dejaron solos para que nos pudiéramos entrevistar sin testigos. Ella sonriente y sonrosada, me ofreció su vaso con jugo de caña recién exprimido, y yo le obsequié mi ramito de flores silvestres recogidas a la orilla del camino. Le tomé de la mano y la conduje entre los grandes montones de blancos gabazos de las cañas exprimidas, donde buscamos refugio a miradas indiscretas y pudimos darnos los más dulces besos almibarados con el rico jugo de las cañas de la molienda de mi amigo Benito.
          Esos besos aun viven pulsátiles en mi recuerdo como límpidas calcomanías de una época azul, ilusoria, diáfana y feliz. Jamás los olvido. Besos de mi juventud, besos limpios, frescos como agua de manantial, besos que me sabían a miel de caña, besos en los que entregábamos el alma y el corazón al ritmo de nuestra sangre, y que se quedaron como parámetro comparador de los besos que en el futuro pudimos dar.


Xalapa, Ver.  30 de Diciembre de 1998.  19.00 Hrs.
S.a.C.f.



POR EL PASEO DE LOS LAGOS
          Xalapa es una metrópoli hermosa y cosmopolita, que se distingue por su ambiente cultural remarcado por contar con una de las (Si no la principal) Orquestas sinfónicas de mayor prestigio nacional, así como la de ser sede de los principales campus y Rectoría de la Universidad Veracruzana, aunado a ello las oficinas esenciales de infinidad de dependencias que forman el mayor mazo de burócratas aglomerados en esta ciudad capital, que cuenta con dos palacios de gobierno, uno, el federal donde están las oficinas del Gobernador, y  el del Gobierno municipal, donde síndicos, regidores y Presidente tratan de hacer lo posible por conducir con precaución, inteligencia y habilidad, las riendas de esta hermosa y cada día más caótica urbe en la que decidí vivir con mi esposa y los dos hijos que procreamos con amor.
          En esta Xalapa de las flores, llamada así por algún amante de la naturaleza al que probablemente le encanta el producto de las plantas que en este clima húmedo y sub-tropical se desarrollan con imponderable eficacia, existen lugares entre los que destacan. El Cerro del Macuiltepec, lugar de frondas y verdores amplios; El Parque de los Berros, arbolada estación donde anidan ardillas y primaveras en históricas Hayas, Eucaliptos y Liquidámbares. Y el Paseo de Los Lagos. Escalonado remanso esmeraldino donde sobre trémulas ondas nadan Patos y se reflejan arbóreos paisajes. Que en sus márgenes, frondosos Higüeros, Hayas viejísimas, Hules de raíces que  parecen venas de seres mitológicos, Pinos esbeltos, Eucaliptos de cortezas jaspeadas y Liquidámbares de aromados follajes, sombrean umbrosas sendas, en las que trotan y caminan infinidad de personajes para gozar del tranquilo rielar de las brisas sobre las espejeadas cuencas, mientras respiran aromadas ondas bajo sus frondas.
          Sobre estas sendas camino diariamente para seguir las instrucciones del Medico del I.M.S.S. Quien sugiriome bajar de peso y hacer algo de condición física para bajar algo mis niveles de glucosa de mi corriente sanguínea aliviando con algo la carga extra de la bomba aún incansable de mi corazón.
Por lo tanto, salgo en compañía de mi esposa todos los días invariablemente casi a la misma hora de mi domicilio de la Ave. 20 de Noviembre; ella queda en la esquina de Revolución y 20 de Noviembre, mientras yo continúo bajando por Revolución con firme paso hasta el parque Juárez, el que atravieso espantando a las palomas que sobre el adoquinado frente del palacio de gobierno buscan su alimento que la gente generosa les echa; me dirijo a la escalinata que está frente al Ágora y que baja a la calle Allende, que atravieso para continuar por J. Herrera, un pequeño tramo por B. Domínguez y la calle del Dique, a llegar a La Casa del lago (Casa de la Cultura) deteniéndome un poco ante los escalones de la inclinada pendiente para observar si está puesta la bomba que impele el inmenso chorro de agua del Lago principal, cosa que me encanta ver desde ese lugar, porque es un espectáculo tranquilizante y placentero. Luego continuo mi diario viaje por la margen izquierda del primer lago, quitándome la gorra de tela con la que protejo mi lizo cráneo de los quemante rayos del sol mañanero, y gozo de las frescas corrientes del aire aromatizado por perfumes de Jazmín y azahares de Naranjos y Cafetos.
Paso junto a un grupo de mujeres que realizan ejercicios aeróbicos a la voz de un atlético instructor al cruzar cerca del puente que divide el primer lago del segundo, mientras le doy paso a una hermosa jovencita que en patines recorre el mismo rumbo por donde voy.
El I.M.S.S. se encuentra rumbo a mi mano izquierda, pues bajo las sombras de los árboles alcanzo a distinguir sus edificios sobre del verde talud, y suena runrunearte un motor eléctrico, probablemente del suministro de agua. .
Luego ante el Águila de fierro, enorme estatua de una ave gigantesca con las alas abiertas, que parece querer comerse a los míseros seres que pasamos ante sus vacuos ojos, como queriendo urgirnos a que continuemos nuestro caminar, para cruzar el principal puente que divide el segundo del tercer lago. Continúo mi camino por la margen izquierda para llegar al otro puente y cruzar la cuarta sección, la más larga de este paseo de los lagos. En ese punto me detengo un instante para gozar el monótono canto de una gallina guinea que junto a patos de variadas especies habitan esa sección.
          Atravieso el puente y paso a la margen derecha bajo una hilera de jóvenes Fícus, que semejan desmadejados soldados reposando de la fajina aburrida que les impusiera su comandante gruñón.
          Miro de reojo la hermosa isleta donde dos parejas de jóvenes platican íntimamente de sus cosas, mientras a mi lado un enrome perro de melenas alborotadas jala con fuerza la correa que una pequeña mujer de Pants azules y desgreñada cabellera pelirroja, con trabajos puede contener. Después entre el circuito Presidentes y el Lago, me siento a descansar de mi recorrido, sacando de mi morral verde, mi gastada libreta donde inicio esta descripción de mi paseo diario, cuando me sorprende el;
- ¡Hola!
          De una hermosa trotona rubia que esbelta y amistosa, ya se acostumbró a mi tranquila presencia en esa curva de la pista, donde de cuando en vez sonriente y acalorada, sacude su rubia melena ante el aire que le brinda sus mejores brisas alborotándole sus crenchas claras.

Décima

La misma rubia de ayer
miro pasar raudamente,
mientras le perla la frente
lindo sudor de mujer;
y se ve palidecer
mientras pasea caminando,
creo que se cansó trotando
bajó su velocidad,
¿Condición ya no tendrá?
tal ves, porque va jadeando.
9.28 Hrs.

S.a.C.f.
Julio del 2003. En el Paseo de Los Lagos, Xalapa.



EL DESAYUNO

          Hoy, al desayunar en compañía de mi esposa, ya solos pues los hijos se habían ido a sus respectivas escuelas. Tenemos dos vástagos, una jovencita de diez y seis años que está estudiando la Preparatoria y un barón de trece, que va en segundo de secundaria. Bueno, con mi mujer tenemos la costumbre de intercambiar ideas, temas y penas saboreando la tacita de café negro, infaltable de nuestras sobremesas, mientras desayunamos en la cocina, y hoy resultó muy instructiva la plática, pues versó de dos temas muy interesantes.
          Mientras yo admiraba la blusa que usaba mi mujer, tejida delicadamente con hilos de colores contrastantes, por manos de campesinos amusgos del estado de Guerrero, prenda que le regalé después de uno de mis variados viajes; y me hundía en sus hermosos ojos color almendra, pozos profundos de amor insondable. Ella, con entusiasmo me relataba su última experiencia literaria. Había descubierto en una revista de fecha atrasada, de esas que se editan mensualmente y que se distinguen e identifican por un logotipo que tiene la figura de un hermoso Pegazo en actitud de reposo.
          Entre bocado y sorbo, tomó la revista y me leyó partes del articulillo, y un corto poema del escritor y poeta Británico (Rudyar Kipling), autor de relatos de ambiente Hindú, como El Libro de la selva, Kim, etc.) ganador del premio Novel de 1907. El hermoso poema se llamaba. “Si”. Y se lo dedicaba a su único hijo barón, que después murió en la guerra de 1915. El artículo contaba la anécdota de uno de sus lectores, soldado también, que había salvado la vida al llevar en la bolsa de su chaqueta, un ejemplar de una de las novelas de Kipling. La bala que segaría su vida, había sido detenida milagrosamente por el libro. Esto, agregado a su valor, le valió la medalla de la Cruz de Malta y la de la Cruz de guerra, y por agradecimiento le mandó regalar al escritor ambas cosas.
          Con el tiempo, el soldado invitó al escritor como padrino de su primogénito, al que le puso por nombre Jean, como se había llamado el difunto hijo de Rudyar. Hasta ese momento el escritor pudo aceptar la irreparable pena de haber perdido a su adorado hijo.
          Luego, mi esposa me leyó otro artículo que le había parecido interesante, y era sobre las personalidades que conocemos solo por su nombre, al encontrárnoslas a menudo en las placas que nos informan sobre el calificativo de una calle, una estación del metro o identifican a una escuela o edificio publico.
          Realmente fue un desayuno muy ilustrador, pues recordé datos que de tan importantes pasan a ser baladíes. Así que investigué un
poco más para compartir con ustedes esto que para nosotros resultó interesantísimo.
          La estación del metro, BÁLDERAS, allá en el Distrito Federal, lleva el apellido del famoso torero Alberto Balderas, que en 1926 siendo músico, cambió el violín por la muleta y el estoque, convirtiéndose así con el tiempo en uno de los matadores más populares que haya México conocido.
          Hay en la republica ciudades y pueblos llamados Altamirano, debido a Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) Juarista integro, que luchó contra Maximiliano y que nació en Tuxtla, Gro. Autor de poesías (Rimas) Novelas (La Navidad en las montañas) de carácter sentimental, (Clemencia) Romántica y (El Zarco) la más famosa donde retrata y describe con exactitud la vida mexicana después de la guerra de la Reforma.
          Una de las calles más céntricas del Distrito federal, es Miguel Ángel de Quevedo, quien lleva el nombre del llamado “Apóstol del árbol”. Este señor gran parte de su vida la dedicó a promover y a practicar la silvicultura, proponiendo y utilizando variadas especies de árboles y arbustos que resolvieron algunos problemas naturales, como el de los médanos del puerto de Veracruz. Con sus recursos formó gran parte de lo que actualmente se conoce como los viveros de Coyoacan, los que cedió al país en el año de 1911.
          Otra calle importante de nuestra capital lleva el nombre del historiador y Arqueólogo, Francisco del Paso y Troncoso, quien fue el que determinó el sitio en que Hernán Cortés, fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, realizando importantes exploraciones en la región del Totonacápan.
          Hay también muchas escuelas y calles que llevan por nombre el de Gabino Barreda, existiendo comunidades que se llaman como este Pedagogo y medico, quien introdujo el positivismo en la educación publica mexicana y participo en la elaboración de la ley que hizo laica, obligatoria y gratuita, la instrucción primaria, y que en 1867 creó la escuela Nacional Preparatoria.
Otra calle del distrito federal, en donde abundaban las terminales foráneas antes de las hoy funcionales centrales de autobuses, es Fráy Servando Teresa de Mier (1765-1827) personaje que estando desterrado en España por sus ideas liberales, propagó en Europa la idea de la Independencia Americana, regresando a México en 1816 en compañía de Francisco Javier Mina, a quien había persuadido a luchar por la liberación del país. Teresa de Mier, era Dominico, además de escritor y político, autor de Memorias, Historias de la revolución de la Nueva España, etc.
Innumerables calles y centros educativos de nuestra republica llevan el nombre de Justo Sierra, debido y como homenaje al historiador, poeta romántico, orador y principalmente educador, quien había nacido en Campeche en 1848. Autor de La Revolución Política de México, e Historia Patria, que sirvió a muchas generaciones como libro de texto y otras obras más. Su labor como Pedagogo a ejercido gran influencia en nuestros actuales educadores, murió en 1912.
Gran cantidad de calles llevan el nombre de José Vasconcelos (1881-1859) quien fue escritor y político, quien publicó cuentos (La Cita) Obras de teatro (Prometeo Vencedor) Memorias (Ulises Criollo, La Tormenta, El Desastre), y varios libros de carácter sociológico, filosófico y critico, el era Oaxaqueño.
Como estos datos, existen infinidad de ellos esperando ser redescubiertos para brillar en la plática de un desayuno como el que gozamos mi mujer y yo, este deslumbrante día de Mayo, costumbre que recomiendo a realizar diariamente.




S.a.C.f.

En Xalapa, Ver. 2001.
LA DOÑA
Una potranca.

Nació, una tardecita de Mayo bajo de unos encinos, en el potrero y como a las seis de la tarde. Cuando llegué junto a ella, se acababa de poner de pié, arrastrando aún el cordón umbilical que ya se le comenzaba a resecar. Su madre, le lamía la piel limpiándole los residuos de placenta y líquido amniótico. Ella temblorosa, trataba de continuar erguida sobre sus cascos amarillos por lo tiernos.
Era colorada, con las patas negras,
 - ¡Que buena montura será! me dije, notando su talla. Mediría como noventa centímetros de altura de los cascos delanteros a la cruz. De orejas paradas, cola alborotada que movía nerviosa, espantándose las moscas, que necias le rodeaban buscando residuos de humedad lubrica. Su cuello, orgulloso, reflejaba las características de su padre, el potro “El Cuervo”, un negro zaino de fama regional. La talla alta la sacaría de su progenitora, “La Coyota”, yegua de la manada de mi patrón  Don Valdemar Cabrera, que la prefería en sus andanzas por los lomeríos de su propiedad por su doble andadura.
La pequeña potranca era nerviosa y con clase. Al notarlo, me dije.
- A esta la voy apartar y la amansaré con mucha dedicación y cariño. La arrendaré como debe ser, pa` que jale pa donde yo quiera y a donde la lleve.
Con el tiempo, la fui acostumbrando a mi persona. Con mucho cuidado la lacé por vez primera, cosa que me gusto mucho, pues por sus brincos y corcoveos, demostró la clase que tenía. La jalé con cuidado pero enérgicamente, sintiendo los tirones en las palmas de las manos al rasparme la rudeza de mi lazadera, hasta que le pude acariciar la grupa y las ancas. Luego y a cada vez que tenía tiempo, pues las tareas del rancho nunca acaban, le volvía a enlazar acercándola a mi, para acariciarle y peinarle con las manos las crines, acariciarle la cruz, los lomos, los belfos y los hijáres, cosa que no le gustaba pues tenía muchas cosquillas, más poco a poco la fui amansando, que a los pocos meses, ella me buscaba para que le jalara las orejas y le rascara los corvejones y los brazuelos.
          Así fue pasando el tiempo y la potranquita a la que bautice con el nombre de “La Doña” por su pinta altiva y orgullosa, iba desarrollándose muy bonita.
          Tendría como diez meses, cuando le puse amarrado por los codillos y el lomo, un pedazo de cabestrillo de crin, pa` que se acostumbrara al roce de la cuerda y se le fueran quitando las cosquillas. Ella ya respondía al jalón de la reata cuando la traía atada del cuello. Le tejí una gamarra de hilaza de dos colores, que le coloque sobre su cabeza, jalándole un mechón de crin sobre la frente, como le
aprendí mi patrón Don Valde, ya que el invariablemente acostumbraba hacerle eso a sus caballos cuando les colocaba la cabezada del freno.
          La llevaba a bañar al arroyo cada mes, y le cepillaba muy bien de la testuz a las ancas, de la cruz a las pesuñas, peinándole la cola y las cerdas del la crin, que le brillaran de restregadas. La traía muy consentida, esperando que se allegara a mi persona, para cuando le pusiera por vez primera la montura, supiera que era para mi placer y servicio.
          Cuando me dirigía a los quehaceres normales del racho y pasaba cerca del potrero o achicadero donde ella pastoreaba, le comenzaba a silbar  así.
          - ¡ Fi,fi,fi,fi,fi,fi,fiu ¡ ¡Fi,fi,fi,fi,fi,fi.fi,fiu!
          Y ella corría desde donde estuviera para acercarse y a través de la cerca de alambres de púas, le pudiera acariciar la quijada y los belfos.
          Era tal la comunicación que teníamos, que cuando murió, lo supe inmediatamente y lo presentí.
          Fue una tarde del mes de agosto, ya oscureciendo, me dirigía caminando a apersogar a mi alazán, al achicadero más próximo, después de acabar la rutina diaria, cuando sentí una ráfaga helada de aire sobre la nuca, de esos airecitos que te dan escalofríos y que te dejan inquieto pues no concibes de donde vienen, al notar los follajes de los árboles y de la acagualera estáticos y sin movimiento. Me sentí raro, más no le di importancia, siendo como soy de incrédulo para este tipo de fenómenos y acostumbrado en el campo a experimentar y ver hay veces cosas extrañas y sin explicación. Bueno, llegué a la casa con cierta inquietud que se desvaneció después de saborear una frugal cena  en compañía de la familia.
          Al otro día, como a las doce del día miré sobre el cielo una parvada  de zopilotes que volando en círculos me indicaron que habría algún animal muerto en los potreros. Jamás me imagine que la que había dejado de existir era mi querida potranca. De todos modos, intrigado por el vuelo de los carroñeros, me dirigí orientado por ellos mismos hacía donde descendían planeando sobre los huisaches y los rocillales. Encontré a mi potranca ya muerta, estirada y tiesa, con los ojos abiertos. Había muerto sufriendo espasmos dolorosos, pues al pasar mi mano sobre sus lomos, en una caricia en la que expresaba mi dolor por su muerte, esta quedó empapada de sangre.
          - ¡Maguaquite! - me dije.- Me la mató un pínche Maguaquite.
          Estas serpientes son peligrosísimas, por estos rumbos existen, ya que se vienen arrastradas en las crecientes del arroyo de los montes vírgenes de las tierras altas y se llegan a nuestras suaves tierras perjudicándonos de cuado en vez. Los Maguaquites son el “Coco” de los peones y terratenientes, pues llegan a matar gentes y animales.
          El que me mató a “La Doña”, tuvimos la suerte de encontrarlo, ya que de coraje, mandé chapolear una gran área cerca de donde murió mi potra.
 Era un enorme Rabo amarillo, también llamado cuatro narices o Nauyaca que en un gehuital se hallaba amatillado, creí yo rumiando su mala obra. Al peón que lo mató, le di de recompensa una buena lana, ya que me la apartó colgada de una vara larga y puntiaguda que le clavó en la cabeza, para que la pudiera ver y comprobar que la había matado. El mendigo bicho medía como un metro y medio de largo aproximadamente, era enorme para su especie.
A mi potranca no la enterré, por estos lugares esto no se acostumbra. Preferimos dejar que los carroñeros, (Coyotes, Auras, Quebrantahuesos, Zopilotes y Hormigas) hagan su labor altruista y aséptica.
Jamás volvió a nacer otro animal con las características de “La Doña”, por lo tanto no me volví a encariñar otra vez como con ella. Solo la extraño de cuando en vez, y oigo sus relinchos por los lomeríos en las tardecitas de tormenta y cuando acaba de pasar algún aguacero, escucho con atención su galope por entre las grises nubes que se alejan de mis rumbos y mentalmente le digo. ¡Adiós Doña¡ ¡Fi,fi,fi,fi.fi.fi,fiuu!¡ ¡Fi,fi,fi,fi,fi,fi,fiuu!

S.a.C.f.

Xalapa, Ver. 3 de Marzo del 2003.
SUSPIRO.

Suspiro grandilocuente
que místico te resbalas,
amparándote en las galas
de mi sentir elocuente;
como anquilosada fuente
que brotante y quebradiza,
haces nacer la sonrisa
de´ste necio  impertinente,
ya que brotas de la fuente
debajo de mi camisa.
9.31  Hrs.

Suspiro no brotes más
y quédate ahí metido,
que ya me has enternecido
y  no te añoro ya más;
quédate haya en el jamás
en el pasado renuente,
y oculta tu continente
en tu obtuso dispensario,
después que dabas a diario
tu alivio constantemente.
9.34  Hrs.
Suspiro ya no divagues
por mi pecho atormentado,
y quédate  ahí guardado
no tiene caso que halagues
y que con empeño apagues
mis tristes divagaciones
con estas explicaciones
que salieron decimales,
como parodias normales
de mis álgidas razones.
9.38 Hrs.

8 de Julio del 2014.

miércoles, 4 de junio de 2014

PIROTECNIAS Y  JUEGOS VERBALES

El verbo justifica al hecho, como la voz al eco. Justificando al hecho la voz se vuelve eco. El hecho como la voz son justificaciones del verbo. La voz al repetirse en eco se justifica en las paredes del verbo.
15.09 Hrs. Del 31 de Julio del 2004.                                                                 Donartu.
Darle salida al misterio nos justifica a la acción. El misterio se justifica con la acción saliente. Justificada la acción el misterio sale solo y la acción a la salida es misterio justificado.
15. 12 Hrs. Del 31de Julio del 2004.                                                                    Donartu.
Los sonidos vibran y la razón se calla. Vibrante la razón acalla los sonidos. En la razón callada vibran los sonidos. Callados sonidos vibran razonablemente.
15.15 Hrs. Del  31 de Julio del 2004.                                                                  Donartu.
El deseo sobrevaluado se desplaza por insistente. Sobrevaluado y desfasado es el insistente deseo. Desfasado por insistente el deseo se sobrevalúa. Insistente el deseo se desfasa sobrevaluado.
11.18 Hrs. Del  1º de Agosto del 2004.                                                               
MEDITACIONES DE CRISANTOMO NAPOLEON

La memoria es un libro con páginas de cristal, frágiles, leves, ligeras, difíciles de borrar,
pues son grabadas a fuego con el diamante mejor, las historias, los recuerdos, las penas y los aromas, los perfumes de las flores, las texturas, los sabores, todo aquello que vivido a probado lo sentido  en la vida terrenal. Lo onírico es muy normal que también quede en la historia de la vasta red-memoria en la que inmersos vivimos, pues todo lo que sentimos, que probamos, que miramos, va llenado esos lugares de nuestros hondos sentires, quedándose imperturbables esos recuerdos vividos que avivarán los sentidos con tantas palpitaciones, activando nuestros dones que  voluntarios se abrieron ante lo que vieron con ojos  francos, nuevos.
La memoria es un libro con páginas de cristal.
¡Cuidado pues se te puede quebrar!
Un 16 de Enero del 2005.
Xalapa, ver.
Cris-Nap.



La memoria es de cristal
sus páginas son ligeras,
gráciles, si las sintieras
de transparencia total;
en ellas s` ta la normal
historia de tus andares,
tus motivos singulares
buscando cosas perdidas
en esas sendas urdidas
tus mentiras, tus verdades. 
21.11 Hrs.
9 de Enero del 2005.
S.a.C.f.
Xalapa, Ver.

Es la memoria razón
del humano devenir,
por ella puede existir
amor en el corazón;
es la memoria cordón
que ata seres y causas,
en sus alargadas pausas
en las que trenza la historia,
de esa peregrina gloria
que es vivir esta corriente
donde todo un contingente
viaja con meta ilusoria. 
21.23 Hrs.







La memoria es muy exacta
y precisa certifica,
pues con parsimonia explica
lo que el humano contacta;
como levantando un acta
todo apunta, todo guarda,
en nuestro pasado


escarda
ahí quedaron escritos,
tus cronologías, tus mitos,
que el intelecto resguarda.
 21.30 Hrs
9 de Enero del 2005.
S.a.C.f
Xalapa, Ver.