jueves, 20 de marzo de 2014


LA  MARIA



P
asa y me saluda.- ¡N’as tardes!, con una vocecita ligera y pequeñita, al voltear a sonreírme me enseña sus encías sin dientes y su rostro noble y lleno de arrugas. ¿Cuantos años tendrá la María?, me digo al mirarla pasar callada, sobre sus pies de dedos abiertos como si fueran dedos de las manos, pies de millones de pasos. Su silueta es paisaje inconfundible de los caminos de acceso al poblado. Silueta siempre activa, portando en sus espaldas, pero por lo regular en la cabeza, un tercio de leña, un racimo de plátanos, una gran calabaza, un atado de dulces cañas, un gran pedazo de madera, una robusta yuca o algún otro producto del campo. De su campo que la verá morir cualquier día. De su campo que pisa con la seguridad de saberse dueña, por que María es de la tierra y tiene el color moreno de la honrada tierra que la parió y a ella irá, ya merito. Sin ningún miedo ni temor; pues a los brazos de la madre ningún hijo le zacatea.
- ¡Adiós, María!, le digo, sintiendo un calorcillo que se me arrebuja en las entrañas, nada más de puro afecto y lentamente exhaló el aire para respirar, como en un suspiro; ¡Adiós María!



Nota:

A esta persona mi Suegro Don Polo Cruz le nombraba. - Locia. Ella fue ejidataria.

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