DOÑA
TRINI
La madrota del primer pequeño burdel que existió en el
pueblo se llamaba Trini, robusta matrona que asistía regularmente en compañía
de las putas que regenteaba a las misas que se celebraban por esos tiempos en
una galerita cercada de tiras de tarros y techada de laminas de cartón negro,
construida en el lugar ya elegido para el futuro y verdadero templo.
A esa iglesia asistíamos a misa mis hermanos y yo, aún
chiquillos a intervenir en las liturgias como coro, cantando los kiries y el
credo en latín, idioma con el que los curas oficiaban en esos tiempos los
cultos.
El Párroco, hombre robusto que se distinguía por usar sobre
su cabeza “sarakof” y vestir trajes como de cazador, creo que se sentía en las
selvas africanas, se llamaba Basilio y venía de cuando en vez a realizar su
función, a la que asistíamos llamados por los toques que producía un largo y
viejo cilindro de gas acetileno, colgado de una rama de un viejo árbol de mango
que existió donde ahora está el atrio de la iglesia actual.
Los fieles nos llegábamos a los toquidos del viejo cilindro
aquel, con ganas de sentir la presencia del altísimo, y era para mi, gran
atractivo ver llegar a Doña Trini y a sus muchachas, muy bien pintadas y recién
bañaditas, hincarse con devoción y al pasar la charola de las limosnas, cosa
que hacía de ves en cuando yo, notar que las mejores limosnas las dejaban Doña
Trini y sus chicuelas.
Don Basilio el cura, cada vez que venía a ofrecer sus
oficios, después de la misa solicitaba a la concurrencia que cooperaran para la
construcción del templo, yendo con fe y como penitencia, a la orilla del
arroyo, que estaba como a unos cien metros de donde exhortaba su solicitud, ahí
cada feligrés se cargaba con una piedra que pudiese aguantar de acuerdo a sus
fuerzas y al peso de sus culpas, para acarrearla transportándola hasta el terreno
donde se construiría la futura iglesia.
Estas piedras con el tiempo servirían para construir la
base y los cimientos de la iglesia, así que una parte importante de esa obra se
la debe nuestro pueblo a Doña Trini y a sus putas.
Esta señora fue en su tiempo, parte significativa de la
sociedad pueblerina, participando económica y personalmente en cuestiones que a
la larga cambiaron la fisonomía del lugar.
Su burdel al que le llamábamos “El Burro” existió casi
pegado al río, en el terreno (Que curiosa coincidencia) en donde está ahora
construida la clínica del I.M.S.S. donde todavía asisten nuestros ciudadanos en
busca de alivio y consuelo.
Por
cierto, el culto a la Virgen de la Natividad, nació en el ejercicio del
Sacerdote Basilio, el que poniéndose de acuerdo con mi Padre (Don Valdemar
Cabrera) trataron de llevar más gente a la iglesia. Mi Papá notó que en la casa
de una señora que se llamaba Julia, y que vivió entre los dos arroyos y pegado
a la carretera, lugar donde ahora vive Genaro (El Tlacuache), adoraban y
veneraban una estampa de la virgencita milagrosa de “La Natividad”, a la que de
cuando en cuando le llevaban música y le bailaban reverentemente los campesinos
convocados a tal festividad. Habló con el Eclesiástico y mandó a hacer una
imagen de bulto de acuerdo al modelo de la estampita que veneraban en casa de
Doña Julia, a la cual le rezan actualmente en la iglesia. Esta imagen se mandó
a fabricar al Distrito Federal y fue
obsequio de mi padre al pueblo, la hermosa imagen viajó en avión de México a
Poza rica, para llegar a tiempo de la celebración de su bendición y primera misa, en compañía y bajo
los cuidados de Don Agustín Galindo (Padre) que encomendado por mi Papá, se
prestó a ir a recoger la efigie hasta el taller del santero allá en la capital.
Bueno, pero esto es otra historia. Ya que estábamos recordando a Doña Trini, la
madrota del primer “Zumbido” que existió en el pueblo. Sus pupilas o Huílas,
laboraron algunos años en la cantinucha aquella, recuerdo a una de las más
populares a la que le decían Santa, yo como pílcate, me gustaba espiarlas
cuando iban en grupo a bañarse al arroyo, llenándome los ojos al mirar sus
enormes senos, sus caderónas redondas enjabonadas y los mechones oscuros de sus
sexos y axilas. Entre los
arbustos, escondidos mis amigos y yo, platicábamos de cosas de sexo,
sintiéndonos ya casi hombres, por el solo hecho de haber visto a un montón de pirujas desnudas. Algunas de ellas
al notar que las espiábamos, nos apedreaban para que nos retiráramos,
gritándonos lindezas entre bromas y carcajadas. Doña Trini también se borró de
las calles del terruño, buscando mejores ámbitos, pero de todos modos pasó a
ser parte importante de la historia de mi pueblo.
S.a.C.f.
1998. Xalapa, Ver.
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