domingo, 2 de marzo de 2014

LA LEONA Y LA ERISIPELA


N
o es tan fácil para mi relatarles esto que me tocó vivir allá en el Rancho de mi padre, rancho que es una pequeña fracción de lo que  antes fue la enorme hacienda de Zanatepec (Cerro de los zanates), propiedad comprada por mi bisabuelo, padre de Don Herminio Cabrera, mi abuelo paterno, persona culta y de inclinaciones artísticas, ya que según cuentan estudió algo en la famosa Academia de San Carlos, allá en la en esos tiempos lejana capital.
Bueno, ha de ver sido como en los años sesentas, cuando lo que trato de relatarles pasó. En la región norte del Estado de Puebla, muy cerca de los linderos de Veracruz es costumbre todavía la de aceptar peonada que vienen a vivir a la propiedad con toda su familia, y el dueño del rancho les proporciona techo y terreno para sus siembras, pudiendo tener sus animales de corral, cerdos, borregos, guanajos y gallinas, con el compromiso entendible, de proporcionar su mano de obra cuando sea necesario, que por lo regular es siempre, mano de obra que se les paga de acuerdo a los salarios existentes en la zona.
Así fue que esa vez se aposentaron en “El Suspiro”, casita de tejas de barro y paredes de tablones de madera de “frijolillo” y “caobo”, que se encuentra situada en una loma, como a unos 1,500 metros de la Casa Principal. Casita que tiene a su alrededor unos árboles de ciruelo criollo, guayabos y durazneros priscos y que escucha el murmullo del arroyo que pasa muy cerquíta de la misma al pie de la ladera, arroyo que se escurre y sombrea bajo ramazones de tarros, bienvenidos y tepe tomates.
Decía, que se presentó una familia compuesta por un matrimonio ya de edad, pero que traían una jovencita como hija, que más bien parecía nieta. Esta pareja formada por “Cándido” el esposo y “Doña Cacha”, una viejecilla que tenía la costumbre de cuando hacía calor andar desnuda de la cintura para arriba, aún recuerdo cuanto me llamaba la atención ver sus senos flácidos y pellejudos que le colgaban casi hasta la cintura. Y la hija, que tenía por nombre el de Leonor, por lo que de cariño le decían  “La Leona”.
Ella era una mujercita tímida, redondita de formas, con un matojo de pelo esponjoso, rizado y rojizo quemado por el sol, por lo que le quedaba perfecto el mote de “La Leona”, yo la alcancé a ver varias veces por las tardes cuando venía de bañarse en el arroyo, con un pedazo de manta enredado en la cabeza, manta que ocupaba como toalla. En mi inquietud juvenil la notaba sensual y antojáble, olorosa a yerbas frescas y a fronda.
Por esas fechas llegó a vivir con esta familia, un jovencito muy alegre y chiflador, que según luego me enteré, era algo familiar de Doña Cacha. Este personaje venía de alguna colonia del Distrito Federal, por lo que era demasiado despierto en comparación con los jóvenes nativos de su edad, yo, sin que él lo supiera, le apodé “El Chiflador”, puesto que las veces que lo encontré cuando iba a caballo a campear las vacas, siempre iba silbando, notándosele alegre y despreocupado, además de simpático. El trajo de allá de la Gran Ciudad, un radio portátil que siempre llevaba colgado de uno de sus hombros y cuando laboraba como peón en alguna de las faenas que se le encomendaban, lo tocaba, atorándolo en algún árbol cercano a su trabajo, por lo que se escuchaba en el ambiente del medio día, la música que captaba por las ondas del aire y que venía para nosotros desde muy lejos.
Con el paso de los meses, me di cuenta, que la Leona se ponía mas bonita, coloradita y mas sonriente y cuando la veía venir del riachuelo después del baño, siempre la acompañaba el chiflador y su radio.
Cierta tarde ya casi oscureciendo, se llegó doña Cacha con mi madre a pedirle consejo y opinión, su ayuda, ya que a la Leona se le estaban hinchando las piernas y le dolían los huesos. Mamá después de escuchar los síntomas que doña Cacha notó en su hija, diagnosticó una enfermedad que era muy común en esos días, la erisipela y le recomendó entre otras cosas que le caldeara las piernas inflamadas, con barquilla morada y que procurara no asolearse.
Hasta ahí me enteré de las cosas que estaba sufriendo la leona. Ya que por decisión propia, me separé de la casa paterna para ir a recorrer el mundo, conocer otras gentes y lugares, trabajando y buscando el futuro, cosas que todo joven desea encontrar por si mismo. Y los meses se deslizaron bajo la puerta de mis anhelos, convirtiéndose en tres o cuatro años, tiempo que tardé en saber de aquella familia.
Otro de los trabajadores del Rancho, me refirió de lo que le pasó a la Leona, ya que fue el actor principal en el desenlace de la historia que les relato. Gabriel, así se llamaba esta persona, un domingo en que regresaba del tianguis que se realizaba en el poblado más próximo, acertó a pasar muy cerca del “Suspiro”, la casita aquella que le habíamos facilitado a Cándido y su familia, cuando según él, oyó que la Leona gritaba, como quejándose y se acercó presuroso para ver que acontecía a esta familia y prestar auxilio como se acostumbra hacerlo cuando se es vecino y compañero del jornal.
El Gabriel se llevó la sorpresa de su vida al encontrarse a la pobre Leona pariendo una niñita, en solitario. Ya que sus padres también andaban de tianguis dominguero y ni siquiera estaban enterados de que su hija estaba preñada. Así que Gabriel, hombre de experiencia, pues él con su mujer habían tenido ya media docena de chiquillos, auxilió a la pobre Leona que ni siquiera sabía lo que era un parto, así que el Gabriel la hizo de comadrona y con su machete cortó el cordón umbilical, realizando los trabajos necesarios para que el parto, tan rústico, saliera con bien.
El Gabriel me contó, que el Chiflador se desapareció dos o tres meses antes de estos hechos y que nadie sospechó ni sabía que la Leona estaba embarazada, que el Cándido cuando regresó del tianguis, encontró a su hija ya con su nieta en los brazos y que el único comentario que hizo, fue que lo bueno
 de todo era que el chiflador le había dejado a la Leona su “Radio Portátil”.
Así paso esto y cuando lo llego a platicar, siempre me refiero que la Leona parió una niñita a la que yo le puse “La Erisipela”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario