domingo, 2 de junio de 2013

EL BESO


E
lla era casi niña, de pelo largo y ondulado color café claro, ojos luminosos enmarcados en unas pestañas chinas y abundantes. El óvalo de su rostro era agraciado y pálido. La nariz respingada, le daba un aire de pilluela traviesa. Sus labios eran gruesos y bien delineados, principalmente el labio inferior que se le distinguía por su forma abultadita y oferente. El labio superior se adornaba con un pequeño lunar negro que se le distinguía del lado derecho y que se avivaba haciendo señas cuando sonreía.
En su dentadura del lado izquierdo en uno de sus colmillos, brillaba una leve coronita de oro blanco que iluminaba con sus destellos su franca risa.
Ella era espigada y esbelta, sus senos apenas brotando se insinuaban aquella vez, bajo una ligera blusa color verde oscuro y sus caderas rotundas para su edad, abombaban una faldita corta color naranja. En su mano izquierda portaba un anillo con brillantes piedras rojas y en la derecha lucía otro mas con una gran piedra azul.
Sus piernas largas y bien torneadas se veían frescas y limpias. Sus pies pequeños se resguardaban de los guijarros de la calle con unas sandalias blancas de piel.
Yo en esos tiempos era un mocetón de dieciséis años, que trabajaba con gusto en la casa de mi padre, haciendo innumerables quehaceres para cooperar en el mantenimiento de normal del hogar. En la gran casa de madera en donde había nacido, se desempeñaban labores muy variadas, desde barrer, atender a los clientes, pues había tienda de abarrotes. Elaborar paletas y barras de hielo. Fabricar tejas de cemento, bloques, celosías, macetas y maceteros. Cuidar cerdos, gallinas y conejos, así como caballos que se utilizaban para las labores del rancho. Y atender desde las cuatro y media de la mañana, un molino de nixtamal. Cosa que realizaba aquella mañana cuando conocí a la niña descrita.
Ella con coquetería natural, despertó mis instintos primordiales sin ningún esfuerzo y en menos de tres días, ya era mi cliente más asidua, pues venía a platicar conmigo acompañando a sus amigas y primas cada vez que podía ante la ventana del molino de nixtamal.
En menos que canta un gallo, en una visita de esas me le declaré, notando en sus ojos la inmediata aceptación, aunque me dijo el si, dos días después de mi arrebato. Más el ser novios, ella una pequeñuela y yo un larguirucho mozuelo, como que no se veía bien. Mas nos gustábamos y ella era una mujercita hecha y derecha para su edad. Con sus sentidos despiertos y avivados por el clima tropical y sensual de la región, pues venía de una ciudad que se distinguía de todas por producir ardientes fumarolas (quemadores) que ardían todo el día calentando y avivando caracteres y cuerpos de sus habitantes.
Yo discreto y tímido. Ella ardiente y audaz. Yo romántico y soñador. Ella práctica y decidida. Ambos apenas hechos el uno para el otro, en aquella pequeña sociedad pueblerina, donde no existían lugares para que se pudiera uno ver con la novia, pues en el pequeño poblado donde residíamos, apenas había luz eléctrica en algunas casas. Luz que proporcionaban unos motores de combustión diesel. No contábamos con banquetas en las calles. El terreno que habría de ser hermoso parque en el futuro, apenas era un llano en donde pastaban los burros, caballos y cerdos. Más existía un mercadito de casuchitas con techos de láminas de cartón y junto de este pequeño mercado, frente a la carretera federal que pasaba bien en medio del poblado, se amontonaban una hilera de negocitos, changarros, cantinas y carnicerías que ofrecían sus variadas mercancías a los viajeros que pasaban por la vía asfaltada que comunica a Tampico con la capital de la República.
La niña hermosa, mi novia. Me citó una tarde en el mercadito aquel, detrás de la hilera de casas que estaba enfrente de la carretera. Ya que ella iría a comprar el pan a una de ellas. Más de regreso a su casa, en vez de irse por la parta de enfrente, pasaría por atrás donde yo le estaría esperando.
Así quedamos aquella vez, era una tarde de verano calurosa y rojiza, pues el sol ya se estaba poniendo. Sin prisas y algo nerviosón, me encamine angustiado al lugar de mi cita, en mi mente surgía la pregunta ¿Que voy a hacer cuando me encuentre con ella frente a mi y a solas? ¿Que pasará? Aunque antes de salir de la casa le pregunté a mi hermano mayor, el brete en que me encontraba. El, sonriendo y algo burlón me dijo:
-Como eres menso carnal, pues la abrazas y la besas.
Yo, que jamás había tenido una experiencia de esas, con inocencia, todavía me atreví a preguntarle.
- ¿La beso en la boca?
-¡Pues claro babas, en donde mas!
-¡No mano, me va a dar asco!- Me llenará de babas. Le dije.
-No seas Guey mano, pero primero pruebas y luego me cuentas, a lo mejor no te gusta como besa.
En eso iba pensando cuando llegué al lugar citado. Todavía se alcanzaba a ver a lo lejos, pues la tarde se alargaba y el sol no se ponía del todo.
Recargado en uno de los horcones que sostenían uno de los tejabanes del mercado, miraba rumbo a la casa de mi novia, cuando la vi asomarse a su ventana y mirar rumbo donde yo me encontraba. Me hizo directa con su cabeza
- ¡Quihúbole! Y me sonrió coqueta.
Al poco rato la vi salir altiva y alegre rumbo al mandado. Llevaba en la mano una bolsa y en su sonrisa el brillo del oro blanco de la alegría.
Se dirigió salerosa y decidida y a cada que pasaba frente de una de las casas, volteaba a mirarme por entre el espacio que existía entre casa y casa, ya que yo la iba siguiendo paralelamente por la parte de atrás de las construcciones.
En uno de estos espacios me quedé esperándola un buen rato, oyendo las pláticas de las gentes que iban por el pan. Pasó un buen rato mientras el cielo se iba a cada momento poniéndose mas oscuro, hasta que completamente se hizo de noche.
De repente la vi salir con su bolsa llena de pan. Volteó sonriente a verme y caminó hacia su casa por el mismo rumbo. O sea por enfrente de los negocios que estaban junto a la carretera. Lugar todo iluminado. Yo la perseguí entre las penumbras de la parte trasera de la hilera de negocios y changarros. Ella igual que antes volteaba sonriente cuando me alcanzaba a distinguir entre las casas. Dos casas antes de llagar a la calle, se desvió segura y sin miedo hacia mí, que me quedé helado y sorprendido. Atravesó ligera el oscuro corredor y tomándome la mano me llevó con premura a la oscura protección de las sombras de los techos de las casitas del mercado y sin más ni mas, se arrimó ufana a mi cuerpo, buscando con su boca mi boca y con su mano libre mi mano.
Yo la apreté a mi cuerpo con el otro brazo, confundido y excitado, gozando al máximo el íntimo contacto corporal. Su nariz respingada se frotó contra la mía cariñosa y buscadora. Sus pestañas rozaron mi mejilla con un leve cosquilleo electrizante. Sus mejillas buscaron las mías con hambre de cariño y sus labios se deshicieron en los míos fundiéndose en una profunda comunicación, dejándome con el sabor de su saliva, cristales derretidos, miel de abejas, nieve delicada, dulce néctar, suavidad excelsa y un exquisito vaivén en las venas.
Cuando me di cuenta ella se iba dejándome atolondrado y tembloroso. Vi su ligera silueta perderse en la penumbra caminando rumbo a su casa, mientras yo me recargaba casi desfalleciente en la reseca pared de uno de los changarros del oscuro mercado.
Cuando llegué a casa, mi hermano al notar mi sonrisa y el brillo de mi mirada, me dijo:
-¿Quihubo Gallo, se te hizo la cosa verdad?
Yo ni le contesté, la emoción y el placer se me amontonaban en el rostro como arroyos crecidos. ¡Por fin había besado a una mujer en la boca! Y me había encantado la experiencia. Misma que se volvió a repetir cada que hubo una oportunidad. Ahora al pasar de los años, no niego que he experimentado mayores y mejores placeres. Que he besado infinidades de bocas. Bocas de mejores labios y mayores experiencias, mas la frescura, ternura y audacia de esos primeros besos, jamás los he olvidado y son parámetro de comparación de los nuevos besos que voy probando en mi loca carrera por encontrar lo óptimo.




Xalapa Ver. 29 de noviembre de 1996.


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