XXXVIII
Mayo 12 de
1994.
Iba
caminando por una vereda que se pegaba como lombriz a la tierra, por el filo de
una barranca, a la orilla de un cantil lleno de árboles grandes y frondosos con
sus ramas repletas de heno y orquídeas. Caminaba observando la belleza de una
cascada que se adornaba con brumas blancas y variados arco iris. Cascada que
murmuraba miles de ocultos nombres en sus retumbes y sonidos, y humedecía el
follaje de los arbustos y de los gigantescos árboles que se pergeñaban en las
laderas del cantil sobre gigantescas peñas que circundaban la caída del agua.
Avanzaba
lentamente entre las sombras frescas de las ramazones de helechos gigantes y de
enormes enredaderas que cubrían los troncos de los árboles. Mis zapatos se
cubrían con la hojarasca que se pintaba de amarillo, rojo, blanco y negro por
los millares de hongos que crecían y brotaban entre las raíces de los árboles.
La hojarasca servía de amortiguadora alfombra para mis pasos haciendo que
sintiese que caminaba entre silenciosas, húmedas y calladas veredas; cuando
escuché un leve rumor que venía del espacio localizado a mi derecha. Volteé. Curioso
deteniendo mis pasos y contemplé algo maravilloso y sorprendente. El vuelo
suave y rítmico de unos pájaros hermosísimos y raros. Eran como cinco o seis
nada más, de color negro brillante, sus colas larguísimas de plumas suaves y
rizadas, sus ojos negros, brillantes como azabaches. Tenían todo el pecho
cubierto de plumaje color rojo claro y alrededor de su cuello un collar de
plumas blancas. Los vi tan fastuosos que me quedé extasiado observando su
agraciado vuelo. Para mi suerte, aquellas aves se posaron a descansar
precisamente en las ramas del árbol bajo del cual me encontraba parado en ese
instante. Los volátiles seres aquellos no producían ningún trino, ni ningún
gorjeo, mas eran tan sublimemente brillantes y se advertían tan suaves, que se
me antojó acariciarlos. Levanté la mano inconscientemente para tal efecto y uno
de los pájaros al presentir mis movimientos,
bajó la vista hacia mí. Sus negros ojos brillaron más por un mínimo instante y
con una reacción fugaz se lanzo al vacío en compañía de los demás, para
remontar el vuelo rumbo a lo desconocido. Les observe con congoja como
atravesaban entre las copas de los ciclópeos árboles sacudiendo sus alas y
colas al impulso de sus nerviosos y espantados movimientos.
Así se perdieron entre las frondas
dejándome su recuerdo eterno. Al continuar mi camino, iba recogiendo de la
vereda alfombrada por la hojarasca una que otra pluma, rojas o negras, plumas
brillantes que se elevaban del suelo por la suave brisa que causaba el agua de
la cascada en su caída eterna y brillaban sus rizadas espumas como si fueran las
irisadas burbujas mágicas de los sueños.
Xalapa, Ver.
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