XXXIV
Febrero 18 de
1994.
Pasó
una vez con su bordón en la mano derecha. Bordón de raíz de otate, pulido por
el uso y con su sombrero agarrado con la mano izquierda. Iba encorvado por el
peso de los años, luciendo sus cabellos blancos rizados sobre un rostro
agradable, amable y atractivo. Usaba lentes de gruesos vidrios de aumento, sus
ojillos eran dulces y algo claros por su avanzada edad. Iba caminando muy
atento y se detenía pegando la espalda a la pared, cuando por la angosta
banqueta en la que caminaba, alcanzaba a mirar que venia una mujer dándole el paso galantemente y se quedaba así
un momento, como recobrando el aliento y así lo alcancé diciéndole:
-¿Anda
pidiendo ayuda amigo? Pues noté que detenía el sombrero con la copa viendo
hacia arriba, como para que le colocaran o depositaran algo en ella.
El
me miró, notando sus ojos agrandados por los cristales de los lentes contestándome
como que con pena.
-Si
señor eso hago,
-Espéreme
tantito, le dije, yo le ayudaré con algo.
Rebusqué
en mis bolsillos algunas monedas y las eché en la copa de su sombrero, que
noté, era de palma de cuatro pedradas, muy jarocho. El me dio las gracias
pronunciando una bendición y continuó caminando por la angosta banqueta de esa
calle de Xalapa, calle de mucho tránsito y de comercios abundantes.
A
mí no me gusta dar limosnas, pero no se
que me dio ver a esta persona en esa postura y en ese preciso instante en que
yo pasaba por ahí.
¿Me
recordó a alguien muy querido? ¿Me recordó mi futura vejez? ¿Me recordó la realidad
de la vida? No lo pude saber, mas lo importante es que llegué a casa con el
alma ligerita y el gesto alegre.
Xalapa, Ver.
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