jueves, 13 de junio de 2013

MIS RECUERDOS

Fragmento de un libro de versos que les dediqué a mi padre y mis hermanos.
( Aquí hablo de lo que pasaba y miré en los días de tianguis )




Así como los escribo
mis recuerdos van saliendo
a empujones, así vivo
y así los voy refiriendo,
hay veces se me amontonan
no se por donde empezar
y le abro a todas mis puertas
mirándolos desfilar.

Y a lueguíto  que salieron
y que puedo meditar,
me digo, por donde empiezo
para no poder parar,
pa´ que los vaya llamando
y en mi versada sencilla
irlos pintando bonito
y formando cadenillas.

Por que esto de recordar
tiene su chiste, ni hablar,
los recuerdos son madeja
que tengo que deshilar
y hay veces pues no se dejan
toditos quieren salir,
formándoseme un relajo
ya no pudiendo escribir.

Y abandono la intención
y a otra cosa me dedico,
pero el montón de recuerdos
siempre asomando su pico,
no me deja mucho tiempo

y comienza nuevamente
incitándome a que escriba
esforzando mas mi mente.

Estos versos que así escribo
forzados por los recuerdos,
no me gustan como quedan
y tengo que componerlos.
Yo soy versador tranquilo
y así mis versos saldrán,
sin apuros y sin prisas
solititos  brincarán.

Y caerán frente de mi
que es donde quiero mirarlos,
pa´ poderlos pepenar
y como yo guste usarlos,
que al fin en la trovada
en la rima o el versar,
se canta, se escribe o se dice
lo que uno quiere y ya está.
Y aquí comienzo de vuelta
la madeja deshilando,
voy escribiendo estos versos
con lo que vaya pensando.
De mi niñez contaré,
de las cosas que pasaron
del as cosas que miré
y que no se me olvidaron.



Algo que siempre recuerdo
con nostalgia y con cariño,
los días bonitos y aquellos
¡Inolvidables domingos!
Tianguis hermoso del pueblo,
la romería dominguera,
el revoltijo de gente
que llegaba de ahonde quiera.

Llegaban de muchas partes
los paisanos a comprar,
lo mismo venían a pata
o traían en que montar.
Era negocio tener
en esos tiempos mesones,
donde a las bestias meter
y no andar con apuraciones.

Por un peso por cabeza
se podían quedar ahí
dándoles algo de paja
y un puñado de maíz,
se les llamaba macheros
y eran unos corralones,
donde caballos y mulas
la pasaban dormilones.

La arrierada transportaba
de todo en sus acémilas,
que acostumbradas al peso
viajaban siempre tranquilas,
eran recuas no muy grandes
de diez a quince mulitas,
donde un arriero sólito
la pasaba tranquilita.



Estos arrieros mercaban
todo para revender,
en costales empacaban
lo que no imagina usted,
botellas y botellones,
empaquitos y empacotes,
cajas chiquitas, cajones
bultos chicos y grandotes.
En fin:
Ellos siempre acomodaban
su carga bien distribuida,
para que no la tiraran
en la primera subida,
porque hay veces el camino
era de una o dos jornadas,
entonces toda la carga
tenía que ir acomodada.

Y acomodar sobre el lomo
de las bestias tanta carga,
tenían que hacerlo muy bien
o la pasaban amargas;
porque hay veces sucedía
que algún muletito bronco,
hacia pedazos la carga
al estrellarla en algún tronco.

Por eso cualquier arriero
que quería viaje completo,
tenía que acomodar bien
sus costalitos repletos;
para no fregar los lomos
de sus buenos animales,
y así acabar sus viajes
sin sufrir tamaños males.



Así eran los domingos
de esos tiempos ya pasados,
eran siempre días de sol,
días de comprar el mandado.
Pues se enviaba  a la sirvienta
con su canasta a comprar,
la despensa de verduras
que tenía que a completar.

Con cacahuates tostados,
papas rojas o perritos,
yuca en miel, camotes blancos,
pitayas o chayotitos;
la chiquillada esperaba
que la canasta llegara,
pa’ que con estos manjares
a lueguíto se atracara.

Eran golosinas buenas
toditas muy naturales,
que podías atarragarte
sin que te causaran males;
eran los tianguis hermosos
para la niñez feliz
que se pasaba comprando
los caramelos de anís.

Los trozos de calabaza,
chilacayote o biznaga,
las cáscaras de naranja,
doraditas las cocadas,
estos dulces tan sabrosos
los vendía una viejecita,
sobre canasto de mimbre
ella se llamaba Ninfa. *1



Y aquel viejo paletero *2
que le faltaba una mano,
con su cajón de madera
y vestido de paisano;
me acuerdo bien de su cara
era blanco y muy barbón,
ricas paletas vendía
de tan excelso sabor.

Las de arroz, las mas sabrosas,
las de vainilla con ron,
las de grosella o de piña,
y las verdes de limón;
de este viejano me acuerdo
por lo grandote y gritón,
por sus paletas tan ricas
siempre de muy buen sabor.

Había en ese mercadito
gente que se distinguía
por ser asiduos puesteros
ya sus marchantes tenían;
así que ya conocidos
cada domingo venían
con sus puestos a vender
todo lo que mas podían.

Y aquí en esta versada
recordaré con cariño
a algunos de aquellos nombres
que escuché cuando era niño;
Don Margarito el Moreno *3
con su puesto de verduras,
Don Tonche vendiendo el pulque *4
Doña Hermila con sus tunas. *5



Don Braulio vendía sombreros *6
jarcias, ojillos, correas,
Doña Felipa, comida, * 7
Don Porfirio hacía bateas *8
y los dulces de panela,
Choncaca, para el paisano,
que los hacían en cazuela
formándolos con las manos.

Las trompadas, pepitorias
y las charamuscas duras,
jamoncillos de pepita
y las anonas maduras,
las vendía una bizquita *9
que allá del llano venía,
su mamá doña Juanita
era la que las hacía.

Había otra paisanita
que en canasto bien tejido,
vendía las frutas del campo,
los jobos, los bienvenidos,
zapotes chicos, ciruelas,
tepetomates muy ricos,
las flores de calabaza
y los elotes hervidos.

Y aquellos zapotes prietos,
timbiriches, capulines,
las calabacitas tiernas
y verdes los chiltepines,
de su nombre no me acuerdo  *10
pero como me gustaba
al contemplar su figura
cuando se nos acercaba.



A toda la paisanada
que me conoció de niño,
les dedico mi versada
con muchísimo cariño,
es la gente mas bonita
de mi terruño querido,
pura raza morenita
color de Dios preferido.

Hay los saludo paisanos
en esta mi escribidera,
va un apretón de manos
del que nunca les fingiera,
y continuo mi versada
donde hace rato quedé,
de gente de aquellos tiempos
aquí yo les contaré.

Había un señor que vendía *11
herramienta en el mercado,
era un señor chaparrito
moreno y muy bien cuadrado,
de este amigo bien recuerdo
que tenía una vitrola,
con trompeta muy bonita
y que no tocaba sola.

Pues con una manivela
cuerda le tenía que dar
y unos discotes grandotes
pa´ que pudiera tocar,
era música bonita,
tonaditas contestadas,
corriditos, pasos dobles
y canciones de vaciladas.



Esta vitrola tocaba
para llamar la atención,
de la gente que pasaba
enfrente del tendajón,
que exhibía miles de cosas
de hierro, lámina ó cobre,
donde podían bien mercar
tanto ricos como pobres.

Porque este señor vendía
herramienta de trabajo,
azadones, hachas, bieldos,
machetes, picos, arados,
clavos de herrar y cadenas,
peroles, cubos y cazos,
puras herramientas buenas
para todos los trabajos.

Estas herramientas eran
hechas por viejos fragüeros,
que para hacer los machetes
templaban bien los aceros.
Para calar si eran buenos
puño y punta se tomaba,
se arqueaba con la rodilla
hasta donde se aguantaba.

Al enderezarse la hoja
había de quedar derecha,
y si tenía alguna falla
es que no estaba bien hecha,
se exigía por los productos
que se pagaban muy caros,
si la herramienta era buena
nadie le ponía reparos.



La clientela era exigente
pues sabía lo que compraba,
escogían siempre las cosas
que mucho mas les duraban,
y este señor les vendía
siempre productos muy nobles,
nunca trampa les hacía
ni sus precios eran dobles.

Y ya que de trampas hablo,
recordaré aquí de paso
a algunos tipos vivillos
que daban algún zarpazo
a la paisana honrada
que se dejaba engañar,
por la bolita perdida
que no se dejaba hallar.

Este juego era atracción
porque traía sus paleros,
que haciéndole de emoción
apostaban buen dinero,
la paisanada al mirar
lo fácil con que ganaban
pues se ponían a arriesgar
y la lana les bajaban.

Alueguito los tahúres
se iban a otro poblado,
allá jugaban albures
o algún gallito tapado,
haciendo así su lanita
sin ampollarse las manos
y el paisanaje feliz
presumiendo de arriesgados.



Y a otro personaje aquí
quiero pintar con mi verso,
pues su imagen llega a mí
así sin ningún esfuerzo,
de cuando en vez el venía
a cumplir con su misión,
proporcionando alegría
con mucha satisfacción.

Cargaba con dos jaulitas
donde gorrión y canario,
adivinando la suerte
se la pasaban a diario;
brincoteándo el pajarito
de la jaulita salía,
tomando así un papelito
que la suerte nos decía.

Al anunciar su función
este feliz vendedor,
le hacía de mucha emoción
pa que le fuera mejor;
y la clientela llegara
deseosa que le dijeran,
que la novia lo quería
o la cosecha se diera.

O que el marido la amaba
o que la yegua paría ,
noticias siempre bonitas
que causaban alegría,
así el adivinador
con su canario y gorrión
venía de vez en cuandito
a repetir la función.



Otra cosa que recuerdo
que tengo muy bien grabado,
como se vestía el paisano
en esos días de mercado.
Los barones de calzón
blanco y de tres amarres,
unos se ponían faja azul
mas todos con sus morrales.

La camisita era blanca
desde luego de algodón,
guarache pata de gallo
casi amarrado al calzón;
otros traían de colores
la pequeña camisita,
que les llegaba al ombligo
pues la usaban cortitíta.

Estos paisanos usaban
sombrero como un tricornio,
con un largo barbiquejo
que les llegaba hasta el hombro.
y pa’  guardar el dinero
en paliacate amarrado,
entre el calzón lo metían
lo traían asegurado.

Hay veces también llegaban
a vender  sus mercancías,
los merolicos gritones
a ganar lo que podían,
ofrecían mil y un remedios
pa’ las reumas y lombrices,
pa’ la palidez, las manchas,
para borrar cicatrices.



Pa’ que naciera el cabello,
linimentos y jabones,
para ese dolor de muelas,
para los retorcijones;
al ofrecer sus productos
que no aliviaban nadita,
al paisanito engañaban
bajándoles la lanita.

Para llamar la atención
siempre traían compañía,
algún Mico remolón
que cacahuates comía,
o frascos con solitarias,
con víboras o alacranes,
un pollo con dos cabezas
o vivos los escorpiones.

Era función dominguera
el merolico en cuestión,
atrayendo a su clientela
con su escandalosa voz.
Entre el gentío destacaba
también otro personaje,
que cada semana era
un Dominguero paisaje.

Doña Virginia era el nombre * 12
del personaje en cuestión,
la borrachita del pueblo,
la que armaba el vacilón,
con su sombrero de palma,
rebozo cual carrillera
con la botella en la mano
gritando pa’ donde quiera.

Tenía los brazos deformes
de tantísimos porrazos,
y la cabeza abollada
de dos que tres botellazos;
era feliz la señora,
siempre pasaba gritando,
¡Viva Valdemar Cabrera *13
mientras se iba tambaleando.

Y así pasaba su día
brindando por las piqueras,
pulque, aguardiente, tequila,
todo lo que le cupiera
y ya pardeando la tarde
y rumbo ya de su casa,
se escuchaban desde lejos
sus gritotes de borracha.

Aquí recordé aunque sea
nomás así de corrida,
a personas y detalles
que esta mi mente no olvida,
e iré pintando al ratito
todos mis otros recuerdos,
para sentir bien bonito
cuando vuelva yo a leerlos.



 

 NOTAS:

1 Doña Ninfa venía de Villa Juárez, con otra señora que se llamaba Flora, ella continuó viniendo a poner su puesto de dulces, hasta que la edad se lo impidió.
2 También de Villa Juárez, se llamaba Sabás, grueso, barba blanca, paliacate rojo, sombrero y de gran talla, vestía de manta blanca.
3  De Villa Juárez, ponía un gran puesto de verduras con sus hijos, fue compañero de Doña Hermila.
4 Don Antonio Hernández, su esposa Doña Flora, gente de Tulancingo, introductor en toda la región del mejor pulque de los Valles de Tulancingo, tenía un despacho en el mercadito, donde los preparaba curados con cilantro, cebolla y chiles verdes.
5 Doña Hermila Vargas, tenía también un puesto fijo en el mercado.
6 Don Braulio Vargas, venía de Huachinango, donde tenía una tienda de sombreros y jarcia frente de la iglesia.
7 Doña Felipa, tenía en el mercado un puesto fijo de comida regional, guisos ricos.
8 Don Porfirio Escamilla, en sus ratos de ocio era artesano, con sus achuelas fabricaba canoas y bateas.
9 Cirila hija de Doña Juanita, vivían en el llano, ahora Santa Inés, luego fue esposa de don Abacú Fernández.
10 Esta señora se llamaba María y fue ejidataria, los que le queríamos le tratamos siempre de comadre. Mi suegro Don Polo, le decía Lucía. “Locía”
11Aquí si me falló la memoria, no recuerdo su nombre, mas era un señor de personalidad recia, parecía árabe, moreno, chaparrito, panzón, al que ya le faltaba algo de pelo.
12 Doña Virginia, vivió del otro lado del arroyo, tenía, recuerdo, una hija muy guapa y un chiquillo güerito, lagañiento que le acompañaba en sus correrías.
13 Valdemar Cabrera, mi padre, compadre de muchos y amigos de mas, Asesor moral y Político del pueblo en aquellos tiempos, Comerciante y Ganadero de prestigio Regional.




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