jueves, 11 de julio de 2013

UNA TARDE DE MARZO



            En el tibio silencio vespertino, resultó casi burlón el extraño canto de un Guajolote, mientras se extendían en el ambiente infinitos trinos de primaveras; Trinos que no gorjeos, pues por estas fechas, los zorzales (Turdus Grayi)  expresan sus sentíres silbando un continuo, corto y melodioso sonsonete que se convierte en hipnótico salmodio, adormecedor, ritualista e inquietante para el neófito. 
            El sol casi ocultándose embarraba sus rayos pintando de dorado anaranjado  los follajes y troncos de los árboles y palmeras, que lucían sobre sus tallos extraños jeroglíficos pintados por las fungosidades de los hongos y parásitos, que en colonias diversas y variadas invadían sus cortezas. El cielo sin ninguna nube era un enorme playón azul celeste, nítido y transparente, algo borroso en los bajíos, bruma que hacía misteriosos los cerros y lomeríos, como si quisieran ocultarse de las miradas de quien esto escribe.
            El calor había sido agobiante, más después de un regaderazo con agua helada, una taza de café caliente y criollo, estaba nuevamente con ganas de reflejar en mis escritos lo que mis ojos veían en esa bochornosa tarde. Hasta mi llegaban los gritos agudos de los hijos del peón que vivía a un lado de la casa grande, y que jugaban bajo las inmensas bugambilias, columpiándose en sus gruesas ramas.
            Del otro lado de la carretera, por donde se encontraba La cisterna del agua, una de las largas hojas de la mata de plátano-bolsa., parecía que me decía ¡Quihubole! al moverse por la leve corriente del aire que refrescó por unos momentos el estático instante. Y abajo del viejo Litchi de la entrada, una hoja de helecho que había nacido sobre una pila de rojos ladrillos, ahora verdes por el musgo, me decía ¡Adiós! insistentemente movida por la misma brisa. Respire profundamente el cálido aire perfumado  por azahares de naranjo, mientas el ambiente  se iba tornando cada vez más opaco y escuchaba el cántico de un gallito curro que presagiaba la inminente llegada de la nocturna capa negra de la cercana noche.
            Los tulipanes amarillos Parecían enormes conos de nieve de vainilla que se empezaran a derretir por el airecillo que en ese instante me trajo reminiscencias d lejanas tierra, de tierras calidas, brumosas, pegadas a la costa del pacifico.
            Así sentí ese ambiente allá por tierra caliente, en el estado de Michoacán, una tarde como esta que por pura suerte y coincidencia me toco conocer la presa “El Infiernillo”  Una tarde como esta, una tarde muy parecida a esta. Una tarde de un mes de marzo.



S.a.C.f.                                   Altamira, Pue.  Marzo del 2001.



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