LA LLORONA
Cierta
ves por calentano
y
enamorado irredento,
esto
que aquí hoy les cuento
que
me pasa a mi, de plano.
Todo
mi intento fue vano
pa`
remediar la cuestión,
pues
por dar al corazón
satisfacción
y placer,
me
fui a ver a una mujer
allá
rumbo del panteón.
Una
noche neblinosa
tétrica
más bien diría,
buscando
la cofradía
que
presagiaba la hermosa
dueña
de una prestigiosa
fama
de mujer galante,
me
lancé con el desplante
de
un Don Juan lucidor,
que
por buscar el amor
no
le importa el contrincante.
Sería
casi media noche
cuando
con empuje ardiente,
perlada
de sudor la frente
por
la pasión en derroche
que
solo paliaba el broche
muy
común del firmamento,
la
luna, cual elemento
principal,
se columpiaba
y
la calle iluminaba
cual
plateado complemento.
Caminando
y sin temores
acicateado
y dispuesto
avanzaba
predispuesto
a
conseguir los favores
de
esa mujer y sus flores
que
prometían mil hechizos,
tranquilos,
sin compromisos
bajo
frondas perfumadas,
iba
en la noche estrellada
en
busca del paraíso.
Para
alcanzar el edén
en
los brazos de mi amante,
tenía
que cruzar campante
un
solitario badén
y
un arroyuelo también
que
se escurría presuroso,
bajo
del sombraje hermoso
de
Otates y Casuarinas,
allá
tras de las colinas
de
aquel valle generoso.
Cuando
cruzaba el arroyo
sobre
unas piedras boludas,
oía
a las tartamudas
ranas
verdes que en su embrollo
cantaban
su eterno rollo
como
nocturnal marea,
mientras
me hacía a la idea
de
llevarle serenata
a
mi beldad, esa ingrata
que
a mis penares recrea.
De
repente voy mirando
una
silueta precisa,
que
en silencio se desliza
como
si fuera flotando,
y
en la orilla caminando
observé a una mujer,
que
callada y sin temer
paseaba
sin previsiones
como
buscando razones
para
ofrecer su querer.
Yo
me dije. - ¡Esta es la mía!
pues
la noté provocante
y
sin pensarlo un instante
me
lancé con alegría
pues
mi pasión a porfía
desbocada
me jaló,
a
su lado me llevó
sin
pensarlo y alevosa,
en
busca de aquella hermosa
que
mi interés desbocó.
La
seguí por un buen trecho
entre
el cascajal, ansioso,
solo
buscando el reposo
con
el corazón desecho
que
latiéndome en el pecho
cual
las esquilas de misa,
me
abombaba la camisa
como
un Bombo o Atabal,
me
animaban por mi mal
a
indagar a esa mestiza.
Por
fin, en la noche oscura
la
alcance y sin miramientos,
de
tomarla hice intentos
a
la agraciada figura,
que
embozada de blancura
por
el cascajo avanzaba,
cual
flor sutil de guayaba
entre
la silente bruma,
más
parecía blanca espuma
que
entre las piedras flotaba.
Aquella
extraña mujer
de
ebúrnea silueta altiva,
se
detuvo decisiva
y
con chocante placer
se
volvió y dejóme ver
un
rostro largo y equino,
que
me hundió en un remolino
de
terror descontrolado,
pues
les juro haber mirado
a
Satán en mi camino.
Luego,
se lanzó gritando
sobre
la negra corriente,
con
un aullido estridente
que
se alargó y que flotando
a
sus hijos fue llamando
con
lastimero alarido,
que
sintiéndome perdido
me
quedé petrificado,
pensando
en el gran pecado
que
habría tal ves cometido.
Pues mirar aquel
espanto
del que tanto había
escuchado,
¡La Llorona! Estoy fregado
me dije casi en un
llanto.
Eso pasó, mientras
tanto
mi Dama allá abandonada
en su lecho, alborotada
esperome al alba fría,
sin ninguna simpatía
por el que nunca
llegaba.
Así me pasó, señores,
esta experiencia
maldita
que tuve esa nochecita,
por cosechador de flores
se me fueron los
colores
más aprendí la lección,
ahora sin dilación
me porto bien
precavido,
me las busco con marido
por eso de la
espantasión.
¡Tron- tron!
2 de Junio del 2003.
Ave. 20 de Noviembre
Nº. 35.
Xalapa,Ver.
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