jueves, 1 de mayo de 2014

UNA SEÑORA


Era blanca de la piel y de pelo rizado y rubio, nariz respingada, y con una hendidurita en la punta, lo que la hacía distinguirse de todas las otras mujeres que a su lado pasaban.
Su boca recién pintada era una herida sangrante que se distinguía en el paisaje blanquecino de su hermoso rostro. En los lóbulos de sus orejas colgaban titilando un puñado de piedras brillantes que formaban sus elegantes aretes. Su vestido de hombreras, que en arrugado corte se le ceñía cruzado en la cintura, era de color negro, lo que le hacía resaltar el pálido color de su sensual piel.
Sobre los hombros llevaba puesto un abrigo de piel de astracán de abultado cuello, de color café oscuro, que hacía juego con sus estilizadas zapatillas de plataforma, las que lucían unas hebillas con  el mismo tipo de piedras brillantes que exhibía  en sus aretes.
El pelo rizado y rubio se lo ceñía con un gran pasador sobre el lado izquierdo,    descubriendo totalmente una de sus pequeñas orejas, caracol misterioso y subyugante que se me antojó besar y que presentí dispuesto a escuchar mis palabras.
Ella, la hermosa mujer observada tan detenidamente por mí, bajaba como distraída por las escaleras del gran salón  de variedades del que acababa yo de salir.
Yo un robusto mocetón  de 27 años cumplidos me había animado a ver el espectáculo que presentaba el famoso”Tivoli”. La bailarina exótica “Tongolele” y el barítono de Argel, Emilio Tuero; había llegado por la mañana  al rastro de Ferrería, en donde descargué  tres vagones de ferrocarril  en los que transporté  desde la Estación de Beristaín en el estado de Puebla, una punta de toretes y novillos para el sacrificio, que había arreado desde las huastecas y que ya comprometidas, entregué al comprador en las corraleras del gran rastro del Distrito Federal.
Era costumbre de los que vendíamos ganado en la capital, después de cerrar las operaciones de venta de nuestros animales, quedarnos a hacer compras en los grandes almacenes  de moda y pachanguearnos  en los cabarets  y salones de diversión por unos dos que tres días en la ya populosa ciudad de los palacios, la que en los años 1940,1946, portaba con orgullo ya la designación de la región mas transparente del mundo.
Esa ves en que conocí a la dama descrita, después de bañarme en el cuarto del hotel y luciendo  pantalón de dril color caqui, camisa negra de seda de importación , botines de glasé color café, bien boleados, paliacate de seda blanca al cuello, una chaqueta tipo cazadora de piel de gamuza y sombrero “Stetsoon” de pelo color gris claro, y la infaltable Súper ”Star”de calibre 38  clavada del  lado derecho de la cintura, que discreta se cubría con los alones de la americana de piel, me dirigí a las calles de la ruidosa ciudad.
Comí abundantemente en el restaurante “La blanca”café al que, era como una manda convidarse por los provincianos en nuestras visitas a la gran urbe.
 En el periódico”La prensa”, mientras acababa mis alimentos, busqué las carteleras y me animé primero a visitar al “Tívoli”, por el atractivo de “Tongolele”, en lugar del “Folies” que era más de mi preferencia, y también para escuchar en la melódica voz de Emilio Tuero  uno que otro tango que el cantaba con estilo único.
Pues bien, jamás pensé en la fascinante y riesgosa aventura que me tocaría vivir esa inolvidable y fresca noche. Todo paso por mi  carácter y mi temperamento audaz y decisivo.
Resulta que gocé como nunca de todos los actos artísticos que se presentaron en la alegre función. Mas el acto que me impresionó é impactó fue el de la exótica bailarina “Tongolele”. ¡Que mujer!  Bella como Diosa pagana. Ojos como esmeraldas deslumbradoras. Abullonado y desparpajado matojo de perfumados rizos negros,  guedejas que guardaban esencias primigenias y sensuales. Cintura  cimbreante, copa rotunda de vinos prometedores, cautivadora corola  de subyugantes efectos, caderas de suaves laderas e incitadoras curvas como para perderse en el paraíso de su vientre abombadito y tembloroso por el ritmo de los Bongoes. Piernas ebúrneas, torneadas, acariciables, incitadoras, alechozadas. Tobillos  acinturados y pies pequeños, bellísimos.
Sus bailes me provocaron una leve excitación  de profundo anhelo, alborotando mis sentidos  con sus lascivos movimientos pélvicos. El ritmo de mi corazón se aparejó al de los tambores que acompañaban a la hermosa bailarina  en sus contoneos armoniosos y deslizantes.”Tongolele” se transformaba con las cadencias de las congas en una Diosa pagana, ofreciéndose públicamente al excitado publico varonil, que hechizados  por su belleza y movimientos, embelesados por la música, solo abríamos al máximo los ojos para captarla en todo su arte y esplendor.
Al terminar la función, me quedé sentado saboreando hasta lo último la extraordinaria exhibición de música y baile, mientras el demás público abandonaba aplaudiendo la gran sala del recinto iluminado.
Al encaminarme a la salida del gran salón, aun alborotados los instintos por la experiencia vivida hacía unos instantes, miré a la mujer que describo, que distraída y lentamente, bajaba despacio las gradas de la entrada del Tívoli”.
Sentí al verla un atractivo tal, que no pude contenerme y la observé con descaro, quedándoseme grabados los detalles de su persona, (como lo notarán en mi narración).Le seguí discreto y decidido y al poner ella su pié derecho sobre el ultimo escalón de la amplia escalinata, ya sobre la banqueta, me arrimé con serenidad y sin  medir consecuencia alguna  le tomé del brazo  diciéndole.
-¿Me permite ayudarle?
Ella, al dar el paso  para bajar a la banqueta, no tuvo mas que dejarse conducir hasta ahí. Luego levantando la vista y mirándome directamente a los ojos, retiró con energía y brusquedad su brazo, diciéndome a continuación.
-¡Atrevido!
Intentando después continuar su camino.
Más yo, transformado completamente, le dije.
 -Señora, permítame presentarme y acompañarle a donde Usted vaya.
Ella nuevamente y con seriedad me dijo.
-Por favor ¡Déjeme en paz! Me dirijo a mi casa. ¡Por favor!
-Señora. No me crea atrevido, mas insistiré. Ya es de noche, la calle está oscura, permítame brindarle mi compañía, que le prometo solo le dará seguridad
-Joven. Me contestó. Soy una mujer casada, aunque ahora vengo sola, esto no quiere decir nada. ¡Cómo se atreve!
-Por favor. Le rogué.  No se ofenda y permítame insistir. Le acompaño en este tramo oscuro y cuando ya la sienta segura, le dejo continuar a su albedrío y con toda confianza.
-No insista joven, sea tan amable de dejarme continuar mi camino, sola. ¡Que atrevido!
            Para eso habíamos avanzado unos diez pasos y yo me sentía a mis anchas  y muy seguro de mi mismo.
Así que le insistí nuevamente, mientras caminaba a su lado.
 -Óigame por favor, señora. Soy fuereño, ranchero  pero educado, discúlpeme por favor pero me siento ahora responsable de su seguridad y no puedo dejarla transitar con riesgos por estas calles peligrosas.
Yo la acompaño hasta donde valla, no la tocaré, ni ofenderé, solo permítame acompañarle y escucharme.
Mientras ella, algo desconfiada más curiosa, continuó caminando por la semi iluminada banqueta donde  repiqueteaban rítmicos  los tacones de sus zapatillas.
-Como le dije señora. Soy fuereño, huasteco para mi honor, sincero y generoso, decidido y galante, así somos por mi rumbo.
Quisiera, mientras le acompaño, que me brinde su atención. Como le digo. No la ofenderé  en lo más mínimo. Por allá  por mis rumbos a las mujeres las chuleamos  las halagamos, pero jamás las ofendemos.
Ella, comenzó a voltear la cara a mirarme, mientras que yo, desatado continuaba con mi perorata.
-Óigame señora. Ahorita que salí del salón, con todo respeto le digo que jamás me había pasado esto. Por pura coincidencia levante la vista y me atrajo el brillo de sus aretes, por eso me atreví a mirarla, mientras usted distraída bajaba las escaleras  de la salida, y le repito. Nunca me ha pasado esto, ni acostumbro a ser como me estoy portando ahorita. Mas mi vista resbaló de sus aretes a sus oreja, de su oreja a su pelo, de su pelo a su frente, de su frente a su nariz, de su nariz a su boca y ahí, disculpe usted señora pero quedé hechizado. ¡Que hermosa es usted! Y no pude detenerme, discúlpeme en serio, por favor. Como le digo, jamás  me a pasado esto  y nunca he sido tan audaz con las mujeres, mas noté en usted un atractivo tal, que insisto no pude contener mis pasos y tenía que presentarme a usted y enterarla del deslumbre que me provocó  sin que usted se enterara  y mucho menos lo provocara. Así que mi mente dijo.
-Ve y dile lo hermosa que es. Ve y  dile lo que te atrae. Ve y dile tus halagos sin ofenderla. Se galante. Se caballero. Se amable. Se cortés. Se tu mismo.
-Así que perdone mi atrevimiento y si la ofendí e incomode, yo solo quería que se enterara lo que usted sin notar inspiró en mí.
- Así que si  usted me perdona, me retiro, pues veo que ya transitamos por lugares más iluminados  y creo que usted se sentirá más segura por esta avenida.
Me detuve para  cortésmente  despedirme, diciéndole adiós con la cabeza
Ella, sorprendida, me observó de arriba abajo, mientras que daba dos que tres pasitos hacia atrás, hasta recargarse en la pared rugosa del edificio que en ese momento se encontraba por donde caminábamos nosotros, para permitir que los transeúntes  pasaran sin molestarnos, y con cara de preocupación me dijo.
-Joven, usted me sorprende y halaga. De verdad que es decidido.
 Y mirándome directamente a los ojos, continuo. Mas si de veras no siente temor ante nada, le permito que me acompañe hasta mi casa. Le miro muy decidido y me gusta su actitud formal y respetuosa, la noche esta agradable y me place caminar hasta mi domicilio. Así que le permito hacerme compañía, mientras usted se porte tranquilo y decente.
Para esos momentos y al escucharla, me sentí mas sereno en mis actitudes y le respondí con galantería.
-Señora ante una mujer tan atractiva e impresionante como usted no siento temor alguno ni ante nadie. Seré su guardián en el camino de aquí hasta su casa. Y le repito, soy ranchero y muy decidido cuando por una belleza me siento atraído. ¡Por favor señora, diga usted por donde nos vamos!
Ella con una sonrisa leve marcándose en sus mejillas y el brillo del interés al sentirse halagada  y adulada, me tomo suavemente del brazo y comenzamos a caminar por la concurrida avenida. Mientras se evaporaba de nuestros cuerpos  el nerviosismo y la tirantes del primer encuentro y se inició una corriente de simpatía mutua que nos aflojó la lengua y cuerpos, pues conversamos fluidamente de variadas cosas, ella curiosa y halagada, yo galante y simpático, ella al inicio con  cierto  nerviosismo y yo algo reticente mas conforme  mientras caminábamos  me solté con toda desfachatez  al dialogo de galanteo, tratando de seducirla con mis palabras. Pues sabía que la oportunidad la pintan calva y que no sabía que lejos estaba la vivienda  de la hermosura que la suerte había puesto a mi vera. Por lo tanto urgía lanzarle mis dardos apasionados directamente a sus más sensibles sentimientos.
Por lo tanto ante sus preguntas e interés sobre mí, le expuse con toda  franqueza y galantería mi deseo formal.
-Señora, dirá usted que voy demasiado aprisa con mis palabras, que soy exageradamente audaz y descarado, que debo contener mis ímpetus por cortesía y caballerosidad, mas como le dije cuando me presente ante usted, no soy citadino y tengo por costumbre no medir consecuencias cuando tengo la suerte de encontrar a una mujer como usted.
Soy ha veces irresponsable con mi persona, pues me expongo ante lo que sea por conseguir lo que deseo y usted desde que la vi. me ha contagiado un lógico  y agudo deseo de poseerla.
Ella, deteniéndose bruscamente bajo unas de las grandes luminarias de la hermosa avenida en la que continuábamos caminando me dijo.
-Quedamos joven  que no me insultaría ni me causaría problemas. ¿Quién cree usted que soy? ¿Qué se ha creído? ¿Por qué me dice estas  cosas? ¡Por favor, usted me ofende! Soy una mujer casada, usted me confunde y me molesta.
-Señora hermosa, disculpe que mis directos piropos le perturben, lo que menos intento y quiero es molestarla y ofenderla. Soy un hombre impetuoso y anhelante que en un afán lógico de amar me expreso ante una mujer solitaria que camina por esta avenida abigarrada, distinguiéndose ante muchas otras mujeres por su sensualidad y  hermosura.
Y continué en ese tono ya desbocado en mi ardor y voluptuosidad.
-Por favor señora. Ante este inmenso mundo ilógico que es esta enorme ciudad, somos solo dos granitos de arena que el destino en su capricho nos a echo coincidir en este preciso lugar.
Mis palabras hermosa señora, solo usted con sus lindos oídos las a escuchado. Tenga pues entonces  por favor la reserva de jamás mencionarle a nadie que un  extraño y decidido hombre se las ha dicho.
Por lo tanto señora hermosa, comprenda que no son ofensas mis palabras, sino extremas realidades, y creo que usted y yo somos como engranes embonados en la rueda lógica del destino. Que si nos encontramos ahora en esta calle, a esta precisa hora, solos conversando sin que a nadie  le importe   y sin que nadie nos tome en cuenta  es que así estaba escrito en el libro de nuestras vidas.
Permítame pues señora hermosa, llevarla hasta su domicilio y no tenga ninguna desconfianza, que no tomaré de usted nada que no me permita tomar. Ante todo soy para mi buena estrella caballero con las damas.
Y tomándola, ahora yo, firmemente del brazo, le dije, por favor, continuemos nuestro camino hacía su casa
Ella, que realmente no tenia nada que arriesgar ni perder, entendió que estaba muy decidido  a llevarla hasta su morada se, dejó conducir.
Fuimos pues recorriendo varias calles iluminadas y muy limpias entre el trafago de los viadantes que nos ignoraban, sin presentir que en esa pareja que transitaba conversando se gestaba un misterio.
Así continuamos hasta llegar hasta una zona  residencial en donde las casas eran más espaciosas y bonitas, de lotes más grandes con amplios jardines protegidas por altas cercas y bardas con celosías y hiedras.
              La amplia calle donde después de recorrer tres cuadras nos detuvimos, era tranquila y estaba  semi iluminada, no había en ese momento tráfico de vehículos, ni persona alguna se veía por las aseadas banquetas.
Ella se encaminó hacia una gran puerta de madera, que me pareció la entrada de un garaje  como para cuatro o cinco autos y que pertenecía a una casona de color gris de dos plantas, a la que en la parte superior se le distinguían unas ventanas alargadas, adornadas con vitrales y cristales biselados que prodigaban unas curiosas luces como llamaradas caleidoscópicas.
Ella, saco de su bolso un llaverito y hasta entonces me di cuenta, que había una puertecita integrada  en un lado del  gran portón de madera, y a ella se dirigió con firmeza  ya con la llave en la mano.
Yo, en mis adentros pensaba. A esta hermosura no le llegaron al corazón mis reclamos amorosos. Ya que todo el recorrido hasta su casa había continuado insistiéndole en mis ansias por amarla, mientras ella, hay veces molesta pero curiosa, otras veces sorprendida pero halagada, continuaba caminando a mi lado con algo de prisa y nerviosismo, pero escuchándome. ¡Que le quedaba ante mi persistencia!
             -Bueno joven, aquí es mi casa. Le agradezco su compañía
-Señora, le conteste. Soy su seguro servidor. Gracias a usted por permitirme acompañarla, mas quisiera que me escuchara.
- ¡Por favor joven! Calle y escuche. Y mirándome sin pena  y directamente a los ojos me pregunto.
-¿De veras no le tiene miedo a nada?
-¡A nada, Señora hermosa! ¡A nada y a nadie! Conteste.
-¿Es  usted de veras tan decidido, como me lo ha venido pregonando todo el camino?
-Si señora, Usted nomás diga a donde y ahí estoy.
 Ella tomo aire y sonriendo me dijo.
. -¡Ahora! Pero escúcheme por favor joven.
-Esta es mi casa, estoy solo por ahora. Soy casada con un militar de alta graduación, no tengo hijos. Salgo en unos días de viaje a residir a un país de Europa donde mi marido ha sido comisionado  por el Presidente actual. Si de veras no tiene miedo a nada, pase conmigo a tomar algo a la casa, pero recuerde que es su riesgo. Me gusta su actitud y franqueza, supo halagarme y adularme con sus directas propuestas, que jamás fueron groseras  ni ofensivas  y se las creo sinceras y francas. Y el destino es el destino.
Dándome la espalda, abrió la pequeña puerta, pasando con seguridad a su casa, y yo, pues con la misma  seguridad  la seguí.
Lo que a continuación sucedió, es cosa que por caballerosidad mi labio calla. Solo sépanse que nos seguimos viendo los tres días que pasé en la ciudad y que jamás olvidaré esos deliciosos momentos íntimos pasados al lado de esa extraña hermosa señora, que el destino puso en mi camino  esa afortunadísima noche en que alborotados mis instintos por ver los bailes de “Tongolele”, salía del teatro “Tívoli”.




s.A.c.F                                             Xalapa, Ver. 11 de Diciembre de 1998. 18.53 Hrs.


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