jueves, 1 de mayo de 2014

ESTRIP-TEASE

            Entré por la puerta lateral del aquel gran salón. Serían como las  diez y ocho horas de una calida tarde, tarde color de rosa de esas tan comunes de Acapulco. El antro aquel me llamó la atención por sus deslumbre de luz en su entrada, al pasar aquella vez accidentalmente por la avenida. - Para eso son estas luces, me dije. Mientras estacionaba el Volks- wagen color amarillo que conducía en el área especial para esto, y un atento y diligente joven vestido con chaqueta blanca me invitaba casi jalándome hacia en interior de aquel recinto iluminado, rodeado de grandes espejos.
            Como iba solo, me dirigí a la barra, pues la experiencia me había enseñado que  para ambientarse en un lugar de esos, hay que platicar con el barman, conocedor de los tejes y manejes de su cubil. Le pedí un caballito de tequila hornitos con sangrita de la viuda, unos chilitos verdes y cacahuates como botana, mientras me acomodaba sobre un alto banco y observaba por el gran espejo de la barra a la gente que se encontraba ocupando algunas de las mesas.
            Cuando el servicial encargado del mostrador trajo lo solicitado, saqué de la bolsa de mi chaqueta de pana  color gris, una cajetilla de cigarros Del Prado, pitillos de tabaco oscuro y fuerte que consumía con placer por esos tiempos, invitándole al cantinero, quien acepto uno, arrimándome un cenicero de barro que en el fondo traía grabado el nombre del tugurio aquel. “La palmera”.
            Comenzamos a conversar de cosas sin importancia, mientras saboreaba los cacahuates y mi tequila. De repente comenzó el Show sobre un estrado alargado que penetraba hasta casi la mitad de aquel salón. Estrado que se ilumino con unos potentes reflectores, mientras un desgarbado animador vestido de esmoquin azul claro y moño rojo, comenzó su perorata, presentando para comenzar a una rubia alta y caderona, la que sin más ni más al ritmo de la música comenzó a aventar al publico las prendas que vestía, hasta quedar desnuda completamente, luciendo unos grandes y flácidos senos, su despelucada pelambrera del pubis daba tristeza, así como unas estrías blancas que resaltaban sobre sus caderas. Ella se despidió tras de unos desanimados aplausos. Alguien entre el publico le gritó. - ¡Ponte una peluca!
            Luego salió al estrado un hombre amariconado que vestido con un traje de color café, trató de entretenernos sacando listones, flores y mascadas de sus bolsillos. Luego otra hembra, ahora pelirroja, cubierta de plumas azules y amarillas, la que me pareció una pequeña avestruz nalgona, quien se desnudo con mejor estilo que la anterior, haciendo unos lánguidos movimientos con un gran collar de perlas ficticias que se enrollaba y desenrollaba de sus desnudeces. A continuación, dos jovencitos vestidos como esclavos árabes, sacaron al escenario un pequeño baúl cubierto con una tela a rayas blancas y rojas, y sobre un trono de madera negra trasportaron después a un alto personaje, de ojos brillantes, que cubría su cabeza con un turbante dorado, en el que resaltaba una gran piedra brillante de color azul. Sobre sus hombros portaba una gran capa blanca que cubría su esbelto y delgado cuerpo, lampiño y brilloso. Traía puesto sobre sus partes nobles un pequeño taparrabos blanco que le cubría apenas sus genitales, pues luego se le hundía entre las nalgas saliéndole en unas pequeñas cintas por la cintura, donde se las amarraba en ambos lados con dos pequeños moños. El personaje aquel, que medía como 1.70 de estatura  más o menos, se quitó la capa y descalzo se encaminó hacia el pequeño baúl cubierto por la tela rallada y lo descubrió, resultando que el mentado cofrecito estaba echo de material transparente como de cristal. Lo destapó y se metió dentro de el, y cuando digo que se metió, es que se metió. Al ritmo de música de flautas, parecida a esa música que usan los encantadores de serpientes, el tipo aquel se fue doblando y dislocando los huesos para irse acomodando dentro de aquel pequeño espacio hasta que solo su mano izquierda quedo fuera, con la que nos hizo un gracioso ¡Adiós! y jaló la transparente tapa del baulillo, al que sus auxiliares taparon con la cortina y cargaron para salir del escenario entre aplausos del publico y uno que otro grito de. ¡Queremos pelos! ¡Queremos Pelos!
            Salió el animador del esmoquin azul para presentar a otras varias mujeres que igual que las anteriores, bailaron despojándose de sus variados ropajes, mostrando algunas sus encantos y las más sus vergüenzas.
            Cuando después de cuatro Tequilas y varios puñados de cacahuates, observé a la estrella del show. Según una bailarina importada del D.F. la que sobre una plataforma  que colocaron sus auxiliares. comenzó a realizar su rutina de Strip-tease. Al ritmo de una pieza de moda pegajosa y sensual llamada Suave y Tierno, tema de la famosa y erótica película Emanuelle.
             Era una mujer realmente atractiva, con un cuerpo fino y menudito, piernas  y muslos bien torneados, pies pequeñitos y de arco perfecto, cintura estilizada remarcada por una fina cadena dorada, de melena rizada y rubia que le notaba a las leguas que era postiza. En su rostro resaltaba una boquita exquisita y bien dibujada. Unas pestañónas le aleteaban como alas de mariposa nocturna, lo que en realidad era esta dama observada, y que engarzaban las esmeraldas de sus ojazos verdes. En su mejilla derecha y sobre de unos de sus senos lucía  sendos lunares negros, que con su nariz respingada eran sus atractivos que la distinguían de las demás. Más su principal logro de esa noche fue su actuación, pues realizó el arte de despojarse de su ropa con un ritual deslizante y cautivante, imitando con su boca los sonidos suaves de una hembra ganosa. Sus pequeños senos, exquisitos, los ge  descubriendo y ofreciéndolos a nuestras miradas a nuestras miradas como quien brinda los frutos más preciados y guardados para una especial fecha, logrando con sus movimientos y disimulos, que  todos pidiéramos que ya nos lo mostrara. Cosa que hizo como si nos diera un gran premio. Cuando comenzó a quitarse la ultima prenda, una pequeñísima tanga dorada, sucedió lo mismo. Fue tal su actuación de ofrecimiento y negación, de lacividád e inocencia, de calidez y repudio, que alguno de los parroquianos excitados al máximo le gritaba a grandes voces, ¡Pelos! ¡Pelos! ¡Pelos!, mientras le lanzaban billetes arrugados y hechos bola al estrado donde ella gemía y los estimulaba, para animarla o incitarla a que pronto nos mostrara el ofrecido y tan negado misterio de su rizado sexo.
             Ella en pleno control de su acto, realizó de espaldas al público, una acción difícil y algo rara para este tipo de espectáculo. Se fue abriendo de piernas  lentamente, lanzando grititos como de satisfacción, como si se estuviera empalando voluntaria y dolorosamente sobre un imaginario y bien dotado amante, meciéndose suave y lentamente de arriba abajo, mientras los músculos  de sus glúteos se contraían en espasmos que nos daban la sensación de aceptación, de su sacrificio, hasta quedar abierta totalmente en un perfecto y difícil esprint, mientras apretaba  sus manos por sus nalgas hacia abajo, echando hacia atrás su cara, mostrándonos  en un arco exquisito y perfecto , a contraluz el perfil de sus pequeños y perfectos senos. Luego cambió de posición sobre la roja alfombra que servia de fondo a su pálido cuerpo, y en provocativos movimientos comenzó, con una lentitud desesperante, la pequeña tanga dorada, hasta quedar totalmente desnuda, mostrando el nido rizado, el pequeño caracol lubricado de su sexo. Sucedió un silencio largo y expectante, cuando como con pena cubrió con una de sus manos, la tan anhelada joya, y se retiró modesta, como apenada, sabiendo que había conquistado a su público, pues de repente explotaron los aplausos, los gritos de ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Mamasota! ¡Quiero! ¡Quiero! que lanzaban los exaltados y excitados parroquianos, que para calmar sus despertados ardores, llamaban a gritos a los meseros pidiendo nuevas rondas de bebidas.
            Yo, desde la barra, saboreando mis tequilas, observé todos estos acontecimientos
algo excitado por el arte de la menudita artista, me dispuse  a tomarme otro más antes de retirarme.
            A los pocos minutos, se sentó  en el banco que estaba a mi lado, una mujer morenita, de pelo lacio y muy recortado, que usaba un vestido de color rosa pálido, largo, de tela lisa y  brillosa, sin adorno algún. No traía joyas, quien con una voz tranquila y grave le pidió al barman un vaso con hielos y Ginger-ale. Yo le observe, admirando su respingada nariz y sus cejas bien delineadas. Olía a fresco, como si se acabar de bañar, su aroma me recordó esa pequeña flor que se llama, Heno de Právia el que da un olor discreto pero atractivo, sensual y cautivante. Galantemente le ofrecí un cigarrillo y cuando volteó su rostro a mirarme, me perdí en el luminoso pozo profundo y cristalino de sus verdes ojos. Con una mano estilizada por el contraste de sus largas y rojas barnizadas uñas, tomó el pitillo llevándoselo a la boca. Boca recién pintada que me sonrió con cierta coquetería, mientras con mi “Ronsson”le encendía el cigarro, del que ella absorbió el humo con placer y satisfacción.
            Se me hizo levemente conocida, más hasta que conversamos un buen rato, no me di cuenta que era la misma mujer que hacía un buen rato nos había excitado   tanto con su actuación sobre la roja alfombra.
            Discreto, seguí actuando como si  no me hubiese dado cuenta, tratando de ser amable y amplio en mi conversación, para atraer su atención y su interés. Le invite  una copa, cosa que acepto, advirtiéndome que sería la única, pues ella tomaba poco. Pidió un Cinzano con hielos y limón, que le trajeron  en un ancho y achaparrado vaso en el que tintineaban los cubos de hielo, adornados con una verde y retorcida cascarilla de limón.
            Platicamos mucho esa noche, pues simpatizamos con plena conciencia. Ella se tomó otra copa más y yo me bebí otros tres tequilas, botaneando y fumando mucho, aderezando con ello nuestra fluida conversación, que verso de infinidad de temas, mientras en el escenario se seguían presentando los artistas, sin que a nosotros nos importara.
            - Ahorita vengo. Me toca actuar. Espérame no seas malito. Me dijo.  Mientras me daba un beso en la mejilla y con su mano derecha, discreta, al bajar de su alto banco, me apretaba el muslo, en señal de futuras promesas.
             Lo que siguió no viene al caso, solamente sépanse que mientras actuaba, me pareció que lo hacía solamente para mí, que desde la barra observaba sus ojos verdes buscándome de cuando en vez entre la penumbra,  y que salimos varias veces  mientras estuve en Acapulco, gozando de los atractivos de playas y Hoteles de la hermosa costa.
            Lo que quiero dejar asentado en este escrito,  es que la mujer que ví en el escenario, era completamente diferente a la que conocí en la barra y que me brindo sus afectos y amistad. Aunque era la misma, solo que en el escenario era la artista  de exótico nombre y audaz proceder, la que despertaba y ofrecía placeres sensuales en su arte sutil y bien logrado. Y ya en la vida real, vestida normalmente era una mujer común y corriente, que despertaba solo ternura, y eso era lo que necesitaba. Era una amante plena y tranquila. Amiga decidida y compartida. Una mujer pequeña de cuerpo, más con una alma gigante. Madre abnegada, procuradora y cariñosa, ya que con el tiempo conocí a sus dos hijos, ambos barones y muy buenos estudiantes, excelentes amigos. Era una mujer de dos vidas, la que en el escenario se transformaba y actuaba como una gata en celo,  y en lo privado era solo una mujer que recitaba cariño y amor. Cosa que encontramos ambos en nuestra amistad nacida por coincidencia eran aquel local de Acapulco, una tarde color de rosa, de esas típicas del puerto.





Los Lagos, Xalapa,Ver. un 5 de Diciembre de 1998.

 S.a.C.f.




  

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