ESTRIP-TEASE
Entré por la puerta lateral del
aquel gran salón. Serían como las diez y
ocho horas de una calida tarde, tarde color de rosa de esas tan comunes de
Acapulco. El antro aquel me llamó la atención por sus deslumbre de luz en su
entrada, al pasar aquella vez accidentalmente por la avenida. - Para eso son
estas luces, me dije. Mientras estacionaba el Volks- wagen color amarillo que
conducía en el área especial para esto, y un atento y diligente joven vestido
con chaqueta blanca me invitaba casi jalándome hacia en interior de aquel
recinto iluminado, rodeado de grandes espejos.
Como iba solo, me dirigí a la barra,
pues la experiencia me había enseñado que
para ambientarse en un lugar de esos, hay que platicar con el barman,
conocedor de los tejes y manejes de su cubil. Le pedí un caballito de tequila
hornitos con sangrita de la viuda, unos chilitos verdes y cacahuates como
botana, mientras me acomodaba sobre un alto banco y observaba por el gran
espejo de la barra a la gente que se encontraba ocupando algunas de las mesas.
Cuando el servicial encargado del
mostrador trajo lo solicitado, saqué de la bolsa de mi chaqueta de pana color gris, una cajetilla de cigarros Del
Prado, pitillos de tabaco oscuro y fuerte que consumía con placer por esos tiempos,
invitándole al cantinero, quien acepto uno, arrimándome un cenicero de barro
que en el fondo traía grabado el nombre del tugurio aquel. “La palmera”.
Comenzamos a conversar de cosas sin
importancia, mientras saboreaba los cacahuates y mi tequila. De repente comenzó
el Show sobre un estrado alargado que penetraba hasta casi la mitad de aquel
salón. Estrado que se ilumino con unos potentes reflectores, mientras un
desgarbado animador vestido de esmoquin azul claro y moño rojo, comenzó su
perorata, presentando para comenzar a una rubia alta y caderona, la que sin más
ni más al ritmo de la música comenzó a aventar al publico las prendas que
vestía, hasta quedar desnuda completamente, luciendo unos grandes y flácidos
senos, su despelucada pelambrera del pubis daba tristeza, así como unas estrías
blancas que resaltaban sobre sus caderas. Ella se despidió tras de unos
desanimados aplausos. Alguien entre el publico le gritó. - ¡Ponte una peluca!
Luego salió al estrado un hombre
amariconado que vestido con un traje de color café, trató de entretenernos
sacando listones, flores y mascadas de sus bolsillos. Luego otra hembra, ahora
pelirroja, cubierta de plumas azules y amarillas, la que me pareció una pequeña
avestruz nalgona, quien se desnudo con mejor estilo que la anterior, haciendo
unos lánguidos movimientos con un gran collar de perlas ficticias que se
enrollaba y desenrollaba de sus desnudeces. A continuación, dos jovencitos
vestidos como esclavos árabes, sacaron al escenario un pequeño baúl cubierto
con una tela a rayas blancas y rojas, y sobre un trono de madera negra
trasportaron después a un alto personaje, de ojos brillantes, que cubría su
cabeza con un turbante dorado, en el que resaltaba una gran piedra brillante de
color azul. Sobre sus hombros portaba una gran capa blanca que cubría su
esbelto y delgado cuerpo, lampiño y brilloso. Traía puesto sobre sus partes
nobles un pequeño taparrabos blanco que le cubría apenas sus genitales, pues
luego se le hundía entre las nalgas saliéndole en unas pequeñas cintas por la
cintura, donde se las amarraba en ambos lados con dos pequeños moños. El
personaje aquel, que medía como 1.70 de estatura más o menos, se quitó la capa y descalzo se
encaminó hacia el pequeño baúl cubierto por la tela rallada y lo descubrió, resultando
que el mentado cofrecito estaba echo de material transparente como de cristal.
Lo destapó y se metió dentro de el, y cuando digo que se metió, es que se
metió. Al ritmo de música de flautas, parecida a esa música que usan los
encantadores de serpientes, el tipo aquel se fue doblando y dislocando los
huesos para irse acomodando dentro de aquel pequeño espacio hasta que solo su
mano izquierda quedo fuera, con la que nos hizo un gracioso ¡Adiós! y jaló la
transparente tapa del baulillo, al que sus auxiliares taparon con la cortina y
cargaron para salir del escenario entre aplausos del publico y uno que otro
grito de. ¡Queremos pelos! ¡Queremos Pelos!
Salió el animador del esmoquin azul
para presentar a otras varias mujeres que igual que las anteriores, bailaron
despojándose de sus variados ropajes, mostrando algunas sus encantos y las más
sus vergüenzas.
Cuando después de cuatro Tequilas y
varios puñados de cacahuates, observé a la estrella del show. Según una
bailarina importada del D.F. la que sobre una plataforma que colocaron sus auxiliares. comenzó a
realizar su rutina de Strip-tease. Al ritmo de una pieza de moda pegajosa y
sensual llamada Suave y Tierno, tema de la famosa y erótica película Emanuelle.
Era una mujer realmente atractiva, con un
cuerpo fino y menudito, piernas y muslos
bien torneados, pies pequeñitos y de arco perfecto, cintura estilizada
remarcada por una fina cadena dorada, de melena rizada y rubia que le notaba a
las leguas que era postiza. En su rostro resaltaba una boquita exquisita y bien
dibujada. Unas pestañónas le aleteaban como alas de mariposa nocturna, lo que
en realidad era esta dama observada, y que engarzaban las esmeraldas de sus
ojazos verdes. En su mejilla derecha y sobre de unos de sus senos lucía sendos lunares negros, que con su nariz
respingada eran sus atractivos que la distinguían de las demás. Más su
principal logro de esa noche fue su actuación, pues realizó el arte de
despojarse de su ropa con un ritual deslizante y cautivante, imitando con su
boca los sonidos suaves de una hembra ganosa. Sus pequeños senos, exquisitos,
los ge descubriendo y ofreciéndolos a
nuestras miradas a nuestras miradas como quien brinda los frutos más preciados
y guardados para una especial fecha, logrando con sus movimientos y disimulos,
que todos pidiéramos que ya nos lo
mostrara. Cosa que hizo como si nos diera un gran premio. Cuando comenzó a
quitarse la ultima prenda, una pequeñísima tanga dorada, sucedió lo mismo. Fue
tal su actuación de ofrecimiento y negación, de lacividád e inocencia, de calidez y repudio, que
alguno de los parroquianos excitados al máximo le gritaba a grandes voces,
¡Pelos! ¡Pelos! ¡Pelos!, mientras le lanzaban billetes arrugados y hechos bola
al estrado donde ella gemía y los estimulaba, para animarla o incitarla a que
pronto nos mostrara el ofrecido y tan negado misterio de su rizado sexo.
Ella en pleno control de su acto, realizó de
espaldas al público, una acción difícil y algo rara para este tipo de
espectáculo. Se fue abriendo de piernas
lentamente, lanzando grititos como de satisfacción, como si se estuviera
empalando voluntaria y dolorosamente sobre un imaginario y bien dotado amante,
meciéndose suave y lentamente de arriba abajo, mientras los músculos de sus glúteos se contraían en espasmos que
nos daban la sensación de aceptación, de su sacrificio, hasta quedar abierta
totalmente en un perfecto y difícil esprint, mientras apretaba sus manos por sus nalgas hacia abajo, echando
hacia atrás su cara, mostrándonos en un
arco exquisito y perfecto , a contraluz el perfil de sus pequeños y perfectos
senos. Luego cambió de posición sobre la roja alfombra que servia de fondo a su
pálido cuerpo, y en provocativos movimientos comenzó, con una lentitud
desesperante, la pequeña tanga dorada, hasta quedar totalmente desnuda,
mostrando el nido rizado, el pequeño caracol lubricado de su sexo. Sucedió un
silencio largo y expectante, cuando como con pena cubrió con una de sus manos,
la tan anhelada joya, y se retiró modesta, como apenada, sabiendo que había conquistado
a su público, pues de repente explotaron los aplausos, los gritos de ¡Bravo!
¡Bravo! ¡Mamasota! ¡Quiero! ¡Quiero! que lanzaban los exaltados y excitados
parroquianos, que para calmar sus despertados ardores, llamaban a gritos a los
meseros pidiendo nuevas rondas de bebidas.
Yo, desde la barra, saboreando mis
tequilas, observé todos estos acontecimientos
algo excitado por
el arte de la menudita artista, me dispuse
a tomarme otro más antes de retirarme.
A los pocos minutos, se sentó en el banco que estaba a mi lado, una mujer
morenita, de pelo lacio y muy recortado, que usaba un vestido de color rosa
pálido, largo, de tela lisa y brillosa,
sin adorno algún. No traía joyas, quien con una voz tranquila y grave le pidió
al barman un vaso con hielos y Ginger-ale. Yo le observe, admirando su
respingada nariz y sus cejas bien delineadas. Olía a fresco, como si se acabar
de bañar, su aroma me recordó esa pequeña flor que se llama, Heno de Právia el
que da un olor discreto pero atractivo, sensual y cautivante. Galantemente le
ofrecí un cigarrillo y cuando volteó su rostro a mirarme, me perdí en el
luminoso pozo profundo y cristalino de sus verdes ojos. Con una mano estilizada
por el contraste de sus largas y rojas barnizadas uñas, tomó el pitillo llevándoselo
a la boca. Boca recién pintada que me sonrió con cierta coquetería, mientras
con mi “Ronsson”le encendía el cigarro, del que ella absorbió el humo con
placer y satisfacción.
Se me hizo levemente conocida, más
hasta que conversamos un buen rato, no me di cuenta que era la misma mujer que
hacía un buen rato nos había excitado
tanto con su actuación sobre la roja alfombra.
Discreto, seguí actuando como
si no me hubiese dado cuenta, tratando
de ser amable y amplio en mi conversación, para atraer su atención y su
interés. Le invite una copa, cosa que
acepto, advirtiéndome que sería la única, pues ella tomaba poco. Pidió un
Cinzano con hielos y limón, que le trajeron
en un ancho y achaparrado vaso en el que tintineaban los cubos de hielo,
adornados con una verde y retorcida cascarilla de limón.
Platicamos
mucho esa noche, pues simpatizamos con plena conciencia. Ella se tomó otra copa
más y yo me bebí otros tres tequilas, botaneando y fumando mucho, aderezando
con ello nuestra fluida conversación, que verso de infinidad de temas, mientras
en el escenario se seguían presentando los artistas, sin que a nosotros nos
importara.
- Ahorita vengo. Me toca actuar.
Espérame no seas malito. Me dijo.
Mientras me daba un beso en la mejilla y con su mano derecha, discreta,
al bajar de su alto banco, me apretaba el muslo, en señal de futuras promesas.
Lo que siguió no viene al caso, solamente
sépanse que mientras actuaba, me pareció que lo hacía solamente para mí, que
desde la barra observaba sus ojos verdes buscándome de cuando en vez entre la
penumbra, y que salimos varias
veces mientras estuve en Acapulco,
gozando de los atractivos de playas y Hoteles de la hermosa costa.
Lo que quiero dejar asentado en este
escrito, es que la mujer que ví en el
escenario, era completamente diferente a la que conocí en la barra y que me
brindo sus afectos y amistad. Aunque era la misma, solo que en el escenario era
la artista de exótico nombre y audaz
proceder, la que despertaba y ofrecía placeres sensuales en su arte sutil y
bien logrado. Y ya en la vida real, vestida normalmente era una mujer común y
corriente, que despertaba solo ternura, y eso era lo que necesitaba. Era una
amante plena y tranquila. Amiga decidida y compartida. Una mujer pequeña de
cuerpo, más con una alma gigante. Madre abnegada, procuradora y cariñosa, ya
que con el tiempo conocí a sus dos hijos, ambos barones y muy buenos
estudiantes, excelentes amigos. Era una mujer de dos vidas, la que en el
escenario se transformaba y actuaba como una gata en celo, y en lo privado era solo una mujer que
recitaba cariño y amor. Cosa que encontramos ambos en nuestra amistad nacida
por coincidencia eran aquel local de Acapulco, una tarde color de rosa, de esas
típicas del puerto.
Los
Lagos, Xalapa,Ver. un 5 de Diciembre de 1998.
S.a.C.f.
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