miércoles, 4 de junio de 2014

LABERINTO
                                                            Cuento.

            Derrumbándose con estrépito gravitatorio al rededor mío la estructura polímera del techo compactado del edificio aquel que cuantas veces me habían presentado con estímulos predispuestos en  mi ilusorio recorrido onírico que cada noche se me presentaba sobre la periférica pantalla de mi mente aletargada por estímulos entrelazados y producidos por la ingestión continua de de la misma masa confundida de sabores diferidos que satisfacían a millones de seres como yo en esta época de aguda globalización compensatoria que hundía en sus miasmas telúricas y gigantescas a al nueva civilización adormecida que sin carácter ni voluntad se dejaba guiar obtusa y lerda en las rutas plácidas del placentero deleite visual entregado sin costo en pantallas gigantes pegadas a edificios, fachadas y globos de hidrogeno volantes perpetuamente anclados a las orillas de las amplísimas avenidas de veinte carriles que unían a los países ahora sin fronteras.
            En mi interior surgió  un goce inefable que repercutió sin demora en todo mi ser, por saberme sin error y no equivocado. Una como brisa suave me recorrió el alma  arrancándome las gasas blancas que obnulizában mis pensamientos. ¡No he estado equivocado! Era la realidad lo que había descubierto  por pura casualidad. Nos endilgaban sueños ilusos y placenteros, programados no se como, para tenernos tranquilos consumiendo lo mismo, sin queja y sin inquietud.
            Habíamos vivido engañados tantos años, sintiéndonos gozosos y vivos, nadando tranquilos en una inmensa pecera azul.
            En cúmulo gradual y aglomerado se descolgaron todas las piezas faltantes del imponente rompecabezas. Una a una, como al descuido fueron embonando lívidamente las fantásticas cuadriculas que formaban la cruel realidad,  Sabores amargos subieron a mi boca  que no asimilaba el agudo engaño. ¡Había descubierto al salirme de la ruta clásica y normal, el fraude inmenso! que los ocultos directores habían creado desde sus feudos apartados. Una fría calma invadió mi ser aletargado. Comencé a sentir nuevamente los pies afincados en la tierra original. Me quité las botas de gruesa suela sintética que aislaba la energía corporal de la necesaria convivencia con los microorganismos naturales del ambiente puro. Y descalzo arrastré con deleite  mis pálidas extremidades por vez primera sobre la gruesa capa de esponjosa tierra, ese limo primigenio producido por los desechos orgánicos tan desvalorados por la publicidad. Una temblorosa melancolía vibrátil subió por mis piernas. La tibiezona nueva experiencia me inquietó al principio, más mis censores se ajustaron a la extraña conmoción producida por tan novedosa  sensación. Me quité con temor el filtro que cubría desde mi nacimiento mis vías respiratorias, mareándome al recibir mis pulmones el acre olor del aire viciado de mi mundo.
            ¿Mi mundo? La pregunta se explayó en mi conciencia como explosión nuclear desvaneciendo mi eterno desvarío. ¿Mi mundo? Este mundo controlado por los comerciantes del caos. Este planeta conducido al criterio de los voraces comerciantes apátridas. Esos seres mitológicos  llamados inversores. Los propietarios de los medios productores de alimentos, de las cadenas de ventas de artículos de primera necesidad, los dueños de las vías de comunicación, de las empresas que expendían el agua, el aire, la Luz, los combustibles, ropas, Etc. Grupo selecto apartado y aislado viviendo en sus míticas plataformas en recónditos lugares inalcanzables para el común de los seres humanos.
            Pero al fin había descubierto la razón de mis sueños. siempre dude de esos sueños tan Laigt que me asaltaban noche a noche. Tal vez por ser tan observador en uno de los miles de recorridos nocturnos por esas calles oníricas, miré leves detalles repetidos en vehículos, edificios, paisajes camuflados, rostros  Etc. que por lo normal se miran en los sueños y pesadillas. La incertidumbre  brotó en mis pensamientos y elucubre teorías que al fin resultaron ciertas. Nos alimentábamos con lo mismo, tomábamos lo mismo, mirábamos lo mismo, leíamos lo mismo. Éramos una sociedad  subliminalmente programada y conducida a consumir  lo mismo. Globalizada para
absorber, derrochar,  disipar, gastar lo mismo. Pues las  hileras de cadenas productoras no paraban nunca en las ciclópeas fabricas, granjas, factorías, de las que salían todo lo que los seres humanos consumíamos en todas las partes de planeta, pues lo mismo deglutíamos, ingeríamos, masticábamos, bebíamos, en Asia, que en África, o en Oceanía o en América.
            Todo comenzó para abaratar los costos de producción en esos emporios por los años primeros  del siglo veintiuno. Inversionistas (Inversores) habilidísimos  idearon la globalización total, apoderándose con negociaciones hay veces turbias de todas las empresas pequeñas, creando formidables monopolios ocultos por contables electrónicos computarizados. los que sin domicilio fijo manejaban desde sus búnkeres palaciegos , con tan solo apretar una tecla el comercio mundial.
            Y de alguno de esos cerebros sin nacionalidad real, brotó la genial idea. ¡Podremos manipular al planeta! Démosle al público lo que necesita y quiere. Pan y circo. Si manejamos a nuestro arbitrio la información, lo que beben, lo que comen, lo que ven. Si somos propietarios de lo que compran, de lo que desean, seremos los dueños de sus sueños. ¿Cómo? Dándoles el placer mejor, sueños garantizados llenos de deleites increíbles, suspendidos en ondas caloríferas mutantes y gravitatorias, que se embonarán con los rituales más atávicos y profundos de la conciencia colectiva generada por eones de míseros seres anhelantes de una felicidad prometida.
            Esos inversores, provocaron con sus fórmulas nutricionales épicas y afortunadas, ilegales y curvados viajes sensoriales cerebrales que en extrañas vibraciones oníricas nos llevaban hacia a un paraíso por siempre deseado. Extrañas y luminiscentes fantasías acentuaban la edad de algo desglosadamente anhelado, con relieves arrogantes y barrocos, como flotantes arabescos burbujeantes entre cendales tibios y glamorosos, detalles que hundían las conciencias entre blondos  encajes deleitantes dejando caudas de placer colmado en los espíritus apáticos de los nuevos consumidores de los químicos programados por criminales de computadora, desvaneciendo sus fechorías en leyes modificadas y vueltas dogma  por el fetiche ilusorio de las promesas pintadas a diario en los millones de monitores que nos atraían con sus colores miméticos y sus mensajes subliminales conduciéndonos hacia el crédulo consumo de lo mismo.
            Eran, ahora lo sabía, solo voraces y concupiscentes negociantes que absorbían
la energía de la población hundiéndola en sus volátiles y opiómanos sueños, manteniéndoles aletargados en sus góndolas flotantes  sobre esos ríos de imágenes soporíferas, apacibles, dulces y envolventes que placenteras somnolencias solamente ofrecían, pero que tan bien sabían  llevarnos sin queja alguna. Éramos solo una creación
de esos insaciables negociantes sin patria, esas sanguijuelas sin alma y sin conciencia que parasitában sobre todo lo creado.
            Con los ojos ardientes y escozor en la piel, ambos no acostumbrados al corrosivo ambiente natural producido por los detritus de tierra y polvo, me deslicé sobre la gris pared de hormigón sintiendo agradable la sensación al raspar mi espalda sobre el ríspido material, hasta quedar sentado casi hundido en la suave materia del actual suelo.
            Sentía una agradable satisfacción al embonar en mi mente las tantas piezas sospechadas y hasta ahora corroboradas. Ya no caería en la trampa de las ficciones ilusorias, ya no me metería en los callejones tortuosos de satisfactorias promesas, ya no correría a la menor campanada de la mítica canción hipnotizante, no me encausaría voluntario en el carril entretenido de las imágenes coloridas, cautivantes y persuasivas que ofrecidas como la panacea nos endilgaban en lo monitores. ¡Ya no! me dije. Buscaré la manera de vivir en esta caótica maraña de engaños, en este sintético maremagnum producido por los negociantes de la crisis, por los parásitos del globalizado mundo creado por ellos. ¡Ya no! Nunca más me dejaré manejar a su arbitrio y criterio. ¡Ya no! ¡Ya no! Gritaba mi mente y mi cuerpo mientras me adormecía por el cansancio dejándome ir en la riente flamula de la inconciencia. ¡Ya no!
            Y recostado apareció su esqueleto reseco como a los tres años, ahí mismo donde aquella vez descubrió todo lo anterior relatado, muerto envenado por los virus que pululaban en el ambiente natural del espacio que rodeaba al planeta y al que su cuerpo ya no estaba acostumbrado por vivir en el aséptico ambiente y vendido por los inversores.



                                                                       FIN.



Octubre del 2002.

S.a.C.f

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