LABERINTO
Cuento.
Derrumbándose con estrépito
gravitatorio al rededor mío la estructura polímera del techo compactado del
edificio aquel que cuantas veces me habían presentado con estímulos predispuestos
en mi ilusorio recorrido onírico que
cada noche se me presentaba sobre la periférica pantalla de mi mente aletargada
por estímulos entrelazados y producidos por la ingestión continua de de la
misma masa confundida de sabores diferidos que satisfacían a millones de seres
como yo en esta época de aguda globalización compensatoria que hundía en sus
miasmas telúricas y gigantescas a al nueva civilización adormecida que sin
carácter ni voluntad se dejaba guiar obtusa y lerda en las rutas plácidas del placentero
deleite visual entregado sin costo en pantallas gigantes pegadas a edificios,
fachadas y globos de hidrogeno volantes perpetuamente anclados a las orillas de
las amplísimas avenidas de veinte carriles que unían a los países ahora sin
fronteras.
En mi interior surgió un goce inefable que repercutió sin demora en
todo mi ser, por saberme sin error y no equivocado. Una como brisa suave me
recorrió el alma arrancándome las gasas
blancas que obnulizában mis pensamientos. ¡No he estado equivocado! Era la
realidad lo que había descubierto por
pura casualidad. Nos endilgaban sueños ilusos y placenteros, programados no se
como, para tenernos tranquilos consumiendo lo mismo, sin queja y sin inquietud.
Habíamos vivido engañados tantos
años, sintiéndonos gozosos y vivos, nadando tranquilos en una inmensa pecera
azul.
En cúmulo gradual y aglomerado se
descolgaron todas las piezas faltantes del imponente rompecabezas. Una a una,
como al descuido fueron embonando lívidamente las fantásticas cuadriculas que formaban
la cruel realidad, Sabores amargos
subieron a mi boca que no asimilaba el
agudo engaño. ¡Había descubierto al salirme de la ruta clásica y normal, el
fraude inmenso! que los ocultos directores habían creado desde sus feudos
apartados. Una fría calma invadió mi ser aletargado. Comencé a sentir
nuevamente los pies afincados en la tierra original. Me quité las botas de
gruesa suela sintética que aislaba la energía corporal de la necesaria
convivencia con los microorganismos naturales del ambiente puro. Y descalzo
arrastré con deleite mis pálidas
extremidades por vez primera sobre la gruesa capa de esponjosa tierra, ese limo
primigenio producido por los desechos orgánicos tan desvalorados por la
publicidad. Una temblorosa melancolía vibrátil subió por mis piernas. La
tibiezona nueva experiencia me inquietó al principio, más mis censores se
ajustaron a la extraña conmoción producida por tan novedosa sensación. Me quité con temor el filtro que
cubría desde mi nacimiento mis vías respiratorias, mareándome al recibir mis
pulmones el acre olor del aire viciado de mi mundo.
¿Mi mundo? La pregunta se explayó en
mi conciencia como explosión nuclear desvaneciendo mi eterno desvarío. ¿Mi
mundo? Este mundo controlado por los comerciantes del caos. Este planeta conducido
al criterio de los voraces comerciantes apátridas. Esos seres mitológicos llamados inversores. Los propietarios de los
medios productores de alimentos, de las cadenas de ventas de artículos de
primera necesidad, los dueños de las vías de comunicación, de las empresas que
expendían el agua, el aire, la Luz, los combustibles, ropas, Etc. Grupo selecto
apartado y aislado viviendo en sus míticas plataformas en recónditos lugares
inalcanzables para el común de los seres humanos.
Pero al fin había descubierto la
razón de mis sueños. siempre dude de esos sueños tan Laigt que me asaltaban
noche a noche. Tal vez por ser tan observador en uno de los miles de recorridos
nocturnos por esas calles oníricas, miré leves detalles repetidos en vehículos,
edificios, paisajes camuflados, rostros
Etc. que por lo normal se miran en los sueños y pesadillas. La
incertidumbre brotó en mis pensamientos
y elucubre teorías que al fin resultaron ciertas. Nos alimentábamos con lo
mismo, tomábamos lo mismo, mirábamos lo mismo, leíamos lo mismo. Éramos una
sociedad subliminalmente programada y
conducida a consumir lo mismo.
Globalizada para
absorber,
derrochar, disipar, gastar lo mismo.
Pues las hileras de cadenas productoras
no paraban nunca en las ciclópeas fabricas, granjas, factorías, de las que
salían todo lo que los seres humanos consumíamos en todas las partes de
planeta, pues lo mismo deglutíamos, ingeríamos, masticábamos, bebíamos, en
Asia, que en África, o en Oceanía o en América.
Todo comenzó para abaratar los costos
de producción en esos emporios por los años primeros del siglo veintiuno. Inversionistas
(Inversores) habilidísimos idearon la
globalización total, apoderándose con negociaciones hay veces turbias de todas
las empresas pequeñas, creando formidables monopolios ocultos por contables
electrónicos computarizados. los que sin domicilio fijo manejaban desde sus
búnkeres palaciegos , con tan solo apretar una tecla el comercio mundial.
Y de alguno de esos cerebros sin
nacionalidad real, brotó la genial idea. ¡Podremos manipular al planeta!
Démosle al público lo que necesita y quiere. Pan y circo. Si manejamos a
nuestro arbitrio la información, lo que beben, lo que comen, lo que ven. Si
somos propietarios de lo que compran, de lo que desean, seremos los dueños de
sus sueños. ¿Cómo? Dándoles el placer mejor, sueños garantizados llenos de
deleites increíbles, suspendidos en ondas caloríferas mutantes y gravitatorias,
que se embonarán con los rituales más atávicos y profundos de la conciencia
colectiva generada por eones de míseros seres anhelantes de una felicidad
prometida.
Esos inversores, provocaron con sus
fórmulas nutricionales épicas y afortunadas, ilegales y curvados viajes
sensoriales cerebrales que en extrañas vibraciones oníricas nos llevaban hacia
a un paraíso por siempre deseado. Extrañas y luminiscentes fantasías acentuaban
la edad de algo desglosadamente anhelado, con relieves arrogantes y barrocos,
como flotantes arabescos burbujeantes entre cendales tibios y glamorosos,
detalles que hundían las conciencias entre blondos encajes deleitantes dejando caudas de placer
colmado en los espíritus apáticos de los nuevos consumidores de los químicos
programados por criminales de computadora, desvaneciendo sus fechorías en leyes
modificadas y vueltas dogma por el
fetiche ilusorio de las promesas pintadas a diario en los millones de monitores
que nos atraían con sus colores miméticos y sus mensajes subliminales
conduciéndonos hacia el crédulo consumo de lo mismo.
Eran, ahora lo sabía, solo voraces y
concupiscentes negociantes que absorbían
la energía de la
población hundiéndola en sus volátiles y opiómanos sueños, manteniéndoles
aletargados en sus góndolas flotantes
sobre esos ríos de imágenes soporíferas, apacibles, dulces y envolventes
que placenteras somnolencias solamente ofrecían, pero que tan bien sabían llevarnos sin queja alguna. Éramos solo una
creación
de esos insaciables
negociantes sin patria, esas sanguijuelas sin alma y sin conciencia que
parasitában sobre todo lo creado.
Con los ojos ardientes y escozor en
la piel, ambos no acostumbrados al corrosivo ambiente natural producido por los
detritus de tierra y polvo, me deslicé sobre la gris pared de hormigón
sintiendo agradable la sensación al raspar mi espalda sobre el ríspido
material, hasta quedar sentado casi hundido en la suave materia del actual
suelo.
Sentía una agradable satisfacción al
embonar en mi mente las tantas piezas sospechadas y hasta ahora corroboradas. Ya
no caería en la trampa de las ficciones ilusorias, ya no me metería en los
callejones tortuosos de satisfactorias promesas, ya no correría a la menor
campanada de la mítica canción hipnotizante, no me encausaría voluntario en el
carril entretenido de las imágenes coloridas, cautivantes y persuasivas que
ofrecidas como la panacea nos endilgaban en lo monitores. ¡Ya no! me dije.
Buscaré la manera de vivir en esta caótica maraña de engaños, en este sintético
maremagnum producido por los negociantes de la crisis, por los parásitos del
globalizado mundo creado por ellos. ¡Ya no! Nunca más me dejaré manejar a su
arbitrio y criterio. ¡Ya no! ¡Ya no! Gritaba mi mente y mi cuerpo mientras me
adormecía por el cansancio dejándome ir en la riente flamula de la inconciencia.
¡Ya no!
Y recostado apareció su esqueleto
reseco como a los tres años, ahí mismo donde aquella vez descubrió todo lo
anterior relatado, muerto envenado por los virus que pululaban en el ambiente
natural del espacio que rodeaba al planeta y al que su cuerpo ya no estaba
acostumbrado por vivir en el aséptico ambiente y vendido por los inversores.
FIN.
Octubre del 2002.
S.a.C.f
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