UNA
SEÑORA
Era
blanca de la piel, de pelo rizado y rubio, nariz respingada, con una
hendidurita en la punta, lo que la hacía distinguirse de todas las otras
mujeres que a su lado pasaban.
Su
boca recién pintada era una herida sangrante que se distinguía en el paisaje
blanquecino de su hermoso rostro. En los lóbulos de sus orejas colgaban
titilando un puñado de piedras brillantes que formaban sus elegantes aretes. Su
vestido de hombreras, que en arrugado corte se le ceñía cruzado en la cintura,
era de color negro, lo que le hacía resaltar el pálido color de su sensual
piel.
Sobre
los hombros llevaba puesto un abrigo de piel de astracán de abultado cuello, de
color café oscuro, que hacía juego con sus estilizadas zapatillas de
plataforma, las que lucían unas hebillas con
el mismo tipo de piedras brillantes que exhibía en sus aretes.
El pelo rizado y rubio se lo ceñía con
un gran pasador sobre el lado izquierdo, descubriendo totalmente una de sus
pequeñas orejas, caracol misterioso y subyugante que se me antojó besar y que
presentí dispuesto a escuchar mis palabras.
Ella, la hermosa mujer observada tan
detenidamente por mí, bajaba como distraída por las escaleras del gran salón de
variedades del que acababa yo de salir.
Yo
un robusto mocetón de 27 años cumplidos, me había animado a ver el espectáculo
que presentaba el famoso”Tivoli”. La bailarina exótica “Tongolele” y el barítono
de Argel, Emilio Tuero. Había llegado por la mañana al rastro de “Ferrería”, en
donde descargué tres vagones de ferrocarril en los que transporté desde la
Estación de Beristaín en el estado de Puebla, una punta de toretes y novillos
para el sacrificio, que había arreado desde las Huastecas y que ya
comprometidas, entregué al comprador en las corraleras del gran rastro del
Distrito Federal.
Era
costumbre de los que vendíamos ganado en la capital, después de cerrar las
operaciones de venta de nuestros animales, quedarnos a hacer compras en los
grandes almacenes de moda y pachanguearnos en los cabarets y salones de
diversión, por unos dos o tres días en la ya populosa ciudad de los palacios,
la que en los años 1940,1946, portaba con orgullo ya la designación de la
región mas transparente del mundo.
Esa
ves en que conocí a la dama descrita, después de bañarme en el cuarto del hotel
y luciendo pantalón de dril color caqui, camisa negra de seda de importación,
botines de glasé color café, bien boleados, paliacate de seda blanca al cuello,
una chaqueta tipo cazadora de piel de gamuza y sombrero “Stetsoon” de pelo
color gris claro, y la infaltable Pistola, Súper ”Star”de calibre 38 clavada
del lado derecho de la cintura, que discreta se cubría con los alones de la
americana de piel, me dirigí a las calles de la ruidosa ciudad.
Comí
abundantemente en el restaurante “La blanca”café al que, era como una manda
convidarse por los provincianos en nuestras visitas a la gran urbe.
En
el periódico “La prensa”, mientras acababa mis alimentos, busqué las carteleras
y me animé primero a visitar al “Tívoli”, por el atractivo de “Tongolele”, en
lugar del “Folies” que era más de mi preferencia, y también para escuchar en la
melódica voz de Emilio Tuero uno que
otro tango que el cantaba con estilo único.
Pues
bien, jamás pensé en la fascinante y riesgosa aventura que me tocaría vivir esa
inolvidable y fresca noche. Todo paso por mi carácter y mi temperamento audaz y
decisivo.
Resulta
que gocé como nunca de todos los actos artísticos que se presentaron en la
alegre función. Mas el acto que me impresionó é impactó fue el de la exótica
bailarina “Tongolele”. ¡Que mujer! Bella como Diosa pagana. Ojos como esmeraldas
deslumbradoras. Abullonado y desparpajado matojo de perfumados rizos negros, guedejas
que guardaban esencias primigenias y sensuales. Cintura cimbreante, copa
rotunda de vinos prometedores, cautivadora corola de subyugantes efectos,
caderas de suaves laderas e incitadoras curvas como para perderse en el paraíso
de su vientre abombadito y tembloroso por el ritmo de los Bongoes. Piernas
ebúrneas, torneadas, acariciables, incitadoras, alechozadas. Tobillos acinturados
y pies pequeños, bellísimos.
Sus bailes me provocaron una leve
excitación de profundo anhelo, alborotando mis sentidos con sus lascivos
movimientos pélvicos. El ritmo de mi corazón se aparejó al de los tambores que
acompañaban a la hermosa bailarina en sus contoneos armoniosos y deslizantes.
“Tongolele” se transformaba con las cadencias de las congas en una Diosa
pagana, ofreciéndose públicamente al excitado publico varonil, que hechizados
por su belleza y movimientos, embelesados por la música, solo abríamos al
máximo los ojos para captarla en todo su arte y esplendor.
Al terminar la función, me quedé
sentado saboreando hasta lo último la extraordinaria exhibición de música y
baile, mientras el demás público abandonaba aplaudiendo la gran sala del
recinto iluminado.
Al
encaminarme a la salida del gran salón, aun alborotados los instintos por la
experiencia vivida hacía unos instantes, miré a la mujer que describo, que
distraída y lentamente, bajaba despacio las gradas de la entrada del Tívoli”.
Sentí
al verla un atractivo tal, que no pude contenerme y la observé con descaro,
quedándoseme grabados los detalles de su persona, (como lo notarán en mi
narración).Le seguí discreto y decidido y al poner ella su pié derecho sobre el
ultimo escalón de la amplia escalinata, ya sobre la banqueta, me arrimé con
serenidad y sin medir consecuencia alguna le tomé del brazo diciéndole.
-¿Me
permite ayudarle?
Ella,
al dar el paso para bajar a la banqueta, no tuvo mas que dejarse conducir hasta
ahí. Luego levantando la vista y mirándome directamente a los ojos, retiró con
energía y brusquedad su brazo, diciéndome a continuación.
-¡Atrevido!
Intentando
después continuar su camino.
Más yo, transformado completamente, le
dije.
-Señora, permítame presentarme y acompañarle a
donde Usted vaya.
Ella
nuevamente y con seriedad me dijo.
-Por
favor ¡Déjeme en paz! Me dirijo a mi casa. - ¡Por favor!
-Señora.
No me crea atrevido, mas insistiré. Ya es de noche, la calle está oscura,
permítame brindarle mi compañía, que le prometo solo le dará seguridad
-Joven.
Me contestó.- Soy una mujer casada, aunque ahora vengo sola, esto no quiere
decir nada. ¡Cómo se atreve!
-Por
favor. Le rogué. - No se ofenda y permítame insistir. Le acompaño en este tramo
oscuro y cuando ya la sienta segura, le dejo continuar a su albedrío y con toda
confianza.
-No
insista joven, sea tan amable de dejarme continuar mi camino, sola. ¡Que
atrevido!
Para
eso habíamos avanzado unos diez pasos y yo me sentía a mis anchas, muy seguro
de mi mismo.
Así
que le insistí nuevamente, mientras caminaba a su lado.
-Óigame por favor, señora. Soy fuereño,
ranchero pero educado, discúlpeme por favor pero me siento ahora responsable de
su seguridad y no puedo dejarla transitar con riesgos por estas calles
peligrosas. Yo le acompaño hasta donde valla, no la tocaré, ni ofenderé, solo
permítame acompañarle y escucharme.
Mientras
ella, algo desconfiada, más curiosa, continuó caminando por la semi iluminada
banqueta donde repiqueteaban rítmicos los tacones de sus zapatillas.
-Como
le dije señora. Soy fuereño, huasteco para mi honor, sincero y generoso,
decidido y galante, así somos por mi rumbo.
-
Quisiera, mientras le acompaño, que me brinde su atención. Como le digo. No la
ofenderé en lo más mínimo. Por allá por
mis rumbos a las mujeres las chuleamos, las halagamos, pero jamás las
ofendemos.
Ella,
comenzó a voltear la cara a mirarme, mientras que yo, desatado continuaba con
mi perorata.
-Óigame
señora. Ahorita que salí del salón, con todo respeto le digo que jamás me había
pasado esto. Por pura coincidencia levante la vista y me atrajo el brillo de
sus aretes, por eso me atreví a mirarla, mientras usted distraída bajaba las
escaleras de la salida, y le repito. Nunca me ha pasado esto, ni acostumbro a
ser como me estoy portando ahorita. Mas mi vista resbaló de sus aretes a su
oreja, de su oreja a su pelo, de su pelo a su frente, de su frente a su nariz,
de su nariz a su boca y ahí, disculpe usted señora pero quedé hechizado. ¡Que
hermosa es usted! Y no pude detenerme, discúlpeme en serio, por favor. Como le
digo, jamás me a pasado esto y nunca he sido tan audaz con las mujeres, mas
noté en usted un atractivo tal, que insisto, no pude contener mis pasos y tenía
que presentarme a usted y enterarla del deslumbre que me provocó sin que usted
se enterara y mucho menos lo provocara. Así que mi mente dijo.
-Ve
y dile lo hermosa que es. Ve y dile lo que te atrae. Ve y dile tus halagos sin
ofenderla. Se galante. Se caballero. Se amable. Se cortés. Se tu mismo.
-Así
que perdone mi atrevimiento y si la ofendí e incomode, yo solo quería que se
enterara lo que usted sin notar inspiró en mí.
-
Así que si usted me perdona, me retiro, pues veo que ya transitamos por lugares
más iluminados y creo que usted se sentirá más segura por esta avenida.
Me detuve para cortésmente despedirme,
diciéndole adiós con la cabeza
Ella,
sorprendida, me observó de arriba abajo, mientras que daba dos que tres pasitos
hacia atrás, hasta recargarse en la pared rugosa del edificio que en ese
momento se encontraba por donde caminábamos, para permitir que los transeúntes pasaran
sin molestarnos, y con cara de preocupación me dijo.
-Joven,
usted me sorprende y halaga. De verdad que es decidido.
Y mirándome directamente a los ojos, continuo.
-
Mas si de veras no siente temor ante nada, le permito que me acompañe hasta mi
casa.
-Le
miro muy decidido y me gusta su actitud formal y respetuosa, la noche esta
agradable y me place caminar hasta mi domicilio. Así que le permito hacerme
compañía, mientras usted se porte tranquilo y decente.
Para
esos momentos y al escucharla, me sentí mas sereno en mis actitudes y le
respondí con galantería.
-
Señora ante una mujer tan atractiva e impresionante como usted no siento temor
alguno ni ante nadie. Seré su guardián en el camino de aquí hasta su casa. Y le
repito, soy ranchero y muy decidido cuando por una belleza me siento atraído.
¡Por favor señora, diga usted por donde nos vamos!
Ella
con una sonrisa leve marcándose en sus mejillas y el brillo del interés en sus
ojos al sentirse halagada y adulada, me tomo suavemente del brazo y comenzamos
a caminar por la concurrida avenida. Mientras se evaporaba de nuestros cuerpos el
nerviosismo y la tirantez del primer encuentro, iniciándose una corriente de
simpatía mutua que nos aflojó la lengua y cuerpos, pues conversamos fluidamente
de variadas cosas, ella curiosa y halagada, yo galante y simpático, ella al
inicio con cierto nerviosismo, yo algo reticente, más conforme caminábamos me
solté con toda desfachatez al dialogo de galanteo, tratando de seducirla con
mis palabras. Pues sabía que la oportunidad la pintan calva y que no sabía que
lejos estaba la vivienda de la hermosura
que la suerte había puesto a mi vera. Por lo tanto urgía lanzarle mis dardos
apasionados directamente a sus más sensibles sentimientos.
Por
lo tanto ante sus preguntas e interés sobre mí, le expuse con toda franqueza y galantería mi deseo formal.
-Señora,
dirá usted que voy demasiado aprisa con mis palabras, que soy exageradamente
audaz y descarado, que debo contener mis ímpetus por cortesía y caballerosidad,
mas como le dije cuando me presente ante usted, no soy citadino y tengo por
costumbre no medir consecuencias cuando tengo la suerte de encontrar a una
mujer como usted.
-
Soy ha veces irresponsable con mi persona, pues me expongo ante lo que sea por
conseguir lo que deseo y usted desde que la vi. Me ha contagiado un lógico y
agudo deseo de poseerla.
Ella,
deteniéndose bruscamente bajo una de las grandes luminarias de la hermosa
avenida en la que continuábamos caminando me dijo.
-Quedamos
joven que no me insultaría ni me causaría problemas. ¿Quién cree usted que soy?
¿Qué se ha creído? ¿Por qué me dice estas cosas? ¡Por favor, usted me ofende!
Soy una mujer casada, usted me confunde y me molesta.
-Señora
hermosa, disculpe que mis directos piropos le perturben, lo que menos intento y
quiero es molestarla u ofenderla. Soy un hombre impetuoso y anhelante que en un
afán lógico de amar me expreso ante una mujer solitaria que camina por esta
avenida abigarrada, distinguiéndose ante muchas otras mujeres por su sensualidad
y hermosura.
Y continué en ese tono, ya desbocado
en mi ardor y voluptuosidad.
-Por
favor señora. Ante este inmenso mundo ilógico que es esta enorme ciudad, somos
solo dos granitos de arena que el destino en su capricho nos ha hecho coincidir
en este preciso lugar.
-
Mis palabras hermosa señora, solo usted con sus lindos oídos las a escuchado.
Tenga pues entonces por favor la reserva
de jamás mencionarle a nadie que un extraño y decidido hombre se las ha dicho.
-
Por lo tanto señora hermosa, comprenda que no son ofensas mis palabras, sino
extremas realidades, y creo que usted y yo somos como engranes embonados en la
rueda lógica del destino. Que si nos encontramos ahora en esta calle, a esta
precisa hora, solos conversando sin que a nadie le importe y sin que nadie nos
tome en cuenta es que así estaba escrito en el libro de nuestras vidas.
-
Permítame pues señora hermosa, llevarla hasta su domicilio y no tenga ninguna
desconfianza, que no tomaré de usted nada que no me permita tomar. Ante todo
soy para mi buena estrella caballero con las damas.
Y
tomándola, ahora yo, firmemente del brazo, le dije
-
Por favor, continuemos nuestro camino hacía su casa
Ella,
que realmente no tenia nada que arriesgar ni perder, entendió que estaba muy
decidido a llevarla hasta su morada, se dejó conducir.
Fuimos
pues recorriendo varias calles iluminadas y muy limpias entre el trafago de los
viandantes que nos ignoraban, sin presentir que en esa pareja que transitaba
conversando se gestaba un misterio.
Así
continuamos hasta llegar hasta una zona residencial en donde las casas eran más
espaciosas y bonitas, de lotes más grandes con amplios jardines, protegidas por
altas cercas y bardas con celosías y hiedras.
La amplia calle donde después de recorrer tres
cuadras nos detuvimos, era tranquila y estaba semi iluminada, no había en ese
momento tráfico de vehículos, ni persona alguna se veía por las aseadas
banquetas.
Ella
se encaminó hacia una gran puerta de madera, que me pareció la entrada de un
garaje como para cuatro o cinco autos y que pertenecía a una casona de color
gris de dos plantas, a la que en la parte superior se le distinguían unas
ventanas alargadas, adornadas con vitrales y cristales biselados que prodigaban
unas curiosas luces como llamaradas caleidoscópicas.
Sacando
de su bolso un llaverito, y hasta entonces me di cuenta, que había una
puertecita integrada en un lado del gran portón de madera, y a ella se dirigió
con firmeza ya con la llave en la mano.
Yo,
en mis adentros pensaba. - A esta hermosura no le llegaron al corazón mis
reclamos amorosos. Ya que todo el recorrido hasta su casa había continuado
insistiéndole en mis ansias por amarla, mientras ella, hay veces molesta pero
curiosa, otras veces sorprendida pero halagada, continuaba caminando a mi lado
con algo de prisa y nerviosismo, pero escuchándome. ¡Que le quedaba ante mi
persistencia!
-Bueno
joven, aquí es mi casa. - Le agradezco su compañía
-Señora,
le conteste. Soy su seguro servidor. Gracias a usted por permitirme
acompañarla, mas quisiera que me escuchara.
-
¡Por favor joven! Calle y escuche. Y mirándome sin pena y directamente a los
ojos me pregunto.
-¿De
veras no le tiene miedo a nada?
-¡A
nada, Señora hermosa! ¡A nada y a nadie! Conteste.
-¿Es
usted de veras tan decidido, como me lo ha venido pregonando todo el camino?
-Si
señora, Usted nomás diga a donde y ahí estoy.
Ella tomo aire y sonriendo me dijo.
.
-¡Ahora! - Pero escúcheme por favor joven.
-Esta
es mi casa, estoy sola por ahora. Soy casada con un militar de alta graduación,
no tengo hijos. Salgo en unos días de viaje a residir a un país de Europa donde
mi marido ha sido comisionado por el Presidente actual. Si de veras no tiene
miedo a nada, pase conmigo a tomar algo al interior, pero recuerde que es su
riesgo. Me gusta su actitud y franqueza, supo halagarme y adularme con sus
directas propuestas, que jamás fueron groseras
ni ofensivas y se las creo sinceras y francas. Y el destino es el
destino.
Dándome
la espalda, abrió la pequeña puerta, pasando con seguridad a su casa, y yo,
pues con la misma seguridad le seguí.
Lo
que a continuación sucedió, es cosa que por caballerosidad mi labio calla. Solo
sépanse que nos seguimos viendo los tres días que pasé en la ciudad y que jamás
olvidaré esos deliciosos momentos íntimos pasados al lado de esa extraña
hermosa señora, que el destino puso en mi camino esa afortunadísima noche en
que alborotados mis instintos por ver los bailes de “Tongolele”, salía del
teatro “Tívoli”.
S.a.C.f.
Xalapa, Ver. 11
de Diciembre de 1998. 18.53 Hrs.