sábado, 19 de julio de 2014

EL JINETE
En memoria de un amigo
Pedro Acosta (+) 2006.

Sobre el talud de roja tierra se reflejaba su silueta al ir cabalgando sobre el gran alazán de grupas robustas y brillosas.
El gran talud rojo era la gran pantalla donde el sol del atardecer dibujaba la silueta del jinete, que erguido avanzaba sobre el caballo, que con las orejas levantadas iba pendiente de la vereda que se abría paso entre la verde grama.
El gran talud de granulada tierra roja era un reverbero de formas grises. La del jinete y su caballo que avanzaban zigzagueantes y brincones entre pedruscos y matas de hierba dormilona.
El redondo sol anaranjado se desguindaba de la cúpula celeste como un lento yoyo gigantesco rumbo a otras tierras, pardeando el contorno, pintando de azul grisáceo todas las lejanas montañas de la sierra madre.
A lo lejos por lo transparente del aire, se alcanzaba a distinguir la forma cintilante del Citlaltepetl, como un plateado faro que se despedía entre la ligerísima bruma del crepúsculo.
 El hombre que montaba al robusto alazán, con su mano derecha arrancó al paso, un pequeño racimo de capulines de un arbusto que estaba a la orilla del caminito por donde transitaba tranquilo, y mientras sus ojos se llenaban del vespertino paisaje, iba comiendo los redonditos dulces frutos silvestres, mientras sostenía firmemente las riendas del corcel con la mano izquierda, cosa que cualquier buen vaquero hace inconscientemente y por buena enseñanza, y aquel jinete era de esos.¡Todo un vaquerazo!
Ya iba rumbo al pueblo en donde tenía su morada y de donde había salido muy de madrugada con una misión específica y arriesgada. Atrapar a un toro ladino y acimarrado, que amogotado hacía mas de un año por las laderas acagualosas del la Hacienda de Zanatepec, no se dejaba agarra por los vaqueros locales. Por lo tanto le habían invitado, ofreciéndole una buena recompensa en efectivo, para que intentara lazarlo en pleno campo y conducirlo a las corraleras de la enorme propiedad de la familia Cabrera.
Al Cebú aquel, lo atrapó de una difícil lazada, en un carril pegado a la cerca de alambres de púas, que divide a “El Encinal” con “Tierra Blanca”, nombres dados por los vaqueros a esas secciones de potrero que están  rumbo a “Mecapalapa”.
          Se había amarrado la lazadera a muerte de la campana del fuste, pues presintió que el torazo iba a intentar escapar al sentir la “Chavinda” sobre el pescuezo.Y así fue, solo que el fuste, las cinchas, el látigo y el contra látigo de la montura eran nuevos, previniendo los
fuertes tirones que el de la gran joroba haría  al sentirse sujeto por la reata de lechuguilla.
El Alazán elegido esa ves por su robustez, ligereza y conocimiento de las labores, se llamaba el “Rebelde”, y era hijo de la yegua “La Doña” y del potro el “Coronel”, ambos de la finca “La Pimientera”que se hallaba allá por la hacienda “Huilotla”, rumbo a “La Junta”, congregación perteneciente al municipio de Jalpan, y que se distinguía por estar ubicada en donde se unían el Río San Marcos con el arroyo de Tlaxcalantongo, a orillas del camino real que iba a Villa Juárez.
          La montura había cumplido más que bien con las expectativas, pues olfateó al toro, lo buscó entre las matillas cuando fue necesario y al apretón de piernas del caballista, se abalanzó como ventarrón, acercándose al hastado, para que el vaquero pudiera enlazarlo a placer, luego, después que se chorreó la lazadera, quemando el fuste que dio gusto, resistió el tironazo del morlaco cimarrón, que bufando atorado en un “Sangre de grado” se dejó acortar el lazo, para que el hombre le pusiera unas pinzas narigueras y así, dócil dejarse conducir entre el breñal hacia el corral.
Todo esto iba recordando el jinete, mientras continuaba refrescándose la garganta con los dulces capulines silvestres que iba saboreando al transitar, ya pardeando el día, rumbo a su hogar. Cumplida la misión se encaminaba tranquilo por el retorcido camino, observando al paso cosas del campo, como el reflejo del sol anaranjado sobre el espejo de una pequeña laguna, o la vertiginosa carrera de una pareja de coyotes descuidados que se perdieron instantáneamente entre los matorrales o las parejas de cotorras y loros que parloteando volaban rumbo a sus nidos.
Y entre el zumbido alargado y aturdidor de las “chicharras” el jinete pasaba por la bajo-sombra de los follajes de Encinos, Cedros e Higueros, casi ya a oscuras, rodeado por miríadas de “cocuyos” que pringaban con sus chispazos fantásticos, la casi noche. De repente de los labios del jinete, se escuchó un silbido que trataba de llevar la cadencia de una canción triste y melodiosa. Una canción que relataba la historia de un amor lejano y solitario, tonada que entre las oscuras frondas se fue perdiendo mientras la silueta del jinete se desvanecía entre los ramajes de los arbolones que bordeaban la ahora casi borrada senda.

Diciembre 98.
Xalapa, Ver.
S.a.C.f.


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