miércoles, 4 de junio de 2014

PIROTECNIAS Y  JUEGOS VERBALES

El verbo justifica al hecho, como la voz al eco. Justificando al hecho la voz se vuelve eco. El hecho como la voz son justificaciones del verbo. La voz al repetirse en eco se justifica en las paredes del verbo.
15.09 Hrs. Del 31 de Julio del 2004.                                                                 Donartu.
Darle salida al misterio nos justifica a la acción. El misterio se justifica con la acción saliente. Justificada la acción el misterio sale solo y la acción a la salida es misterio justificado.
15. 12 Hrs. Del 31de Julio del 2004.                                                                    Donartu.
Los sonidos vibran y la razón se calla. Vibrante la razón acalla los sonidos. En la razón callada vibran los sonidos. Callados sonidos vibran razonablemente.
15.15 Hrs. Del  31 de Julio del 2004.                                                                  Donartu.
El deseo sobrevaluado se desplaza por insistente. Sobrevaluado y desfasado es el insistente deseo. Desfasado por insistente el deseo se sobrevalúa. Insistente el deseo se desfasa sobrevaluado.
11.18 Hrs. Del  1º de Agosto del 2004.                                                               
MEDITACIONES DE CRISANTOMO NAPOLEON

La memoria es un libro con páginas de cristal, frágiles, leves, ligeras, difíciles de borrar,
pues son grabadas a fuego con el diamante mejor, las historias, los recuerdos, las penas y los aromas, los perfumes de las flores, las texturas, los sabores, todo aquello que vivido a probado lo sentido  en la vida terrenal. Lo onírico es muy normal que también quede en la historia de la vasta red-memoria en la que inmersos vivimos, pues todo lo que sentimos, que probamos, que miramos, va llenado esos lugares de nuestros hondos sentires, quedándose imperturbables esos recuerdos vividos que avivarán los sentidos con tantas palpitaciones, activando nuestros dones que  voluntarios se abrieron ante lo que vieron con ojos  francos, nuevos.
La memoria es un libro con páginas de cristal.
¡Cuidado pues se te puede quebrar!
Un 16 de Enero del 2005.
Xalapa, ver.
Cris-Nap.



La memoria es de cristal
sus páginas son ligeras,
gráciles, si las sintieras
de transparencia total;
en ellas s` ta la normal
historia de tus andares,
tus motivos singulares
buscando cosas perdidas
en esas sendas urdidas
tus mentiras, tus verdades. 
21.11 Hrs.
9 de Enero del 2005.
S.a.C.f.
Xalapa, Ver.

Es la memoria razón
del humano devenir,
por ella puede existir
amor en el corazón;
es la memoria cordón
que ata seres y causas,
en sus alargadas pausas
en las que trenza la historia,
de esa peregrina gloria
que es vivir esta corriente
donde todo un contingente
viaja con meta ilusoria. 
21.23 Hrs.







La memoria es muy exacta
y precisa certifica,
pues con parsimonia explica
lo que el humano contacta;
como levantando un acta
todo apunta, todo guarda,
en nuestro pasado


escarda
ahí quedaron escritos,
tus cronologías, tus mitos,
que el intelecto resguarda.
 21.30 Hrs
9 de Enero del 2005.
S.a.C.f
Xalapa, Ver.









LABERINTO
                                                            Cuento.

            Derrumbándose con estrépito gravitatorio al rededor mío la estructura polímera del techo compactado del edificio aquel que cuantas veces me habían presentado con estímulos predispuestos en  mi ilusorio recorrido onírico que cada noche se me presentaba sobre la periférica pantalla de mi mente aletargada por estímulos entrelazados y producidos por la ingestión continua de de la misma masa confundida de sabores diferidos que satisfacían a millones de seres como yo en esta época de aguda globalización compensatoria que hundía en sus miasmas telúricas y gigantescas a al nueva civilización adormecida que sin carácter ni voluntad se dejaba guiar obtusa y lerda en las rutas plácidas del placentero deleite visual entregado sin costo en pantallas gigantes pegadas a edificios, fachadas y globos de hidrogeno volantes perpetuamente anclados a las orillas de las amplísimas avenidas de veinte carriles que unían a los países ahora sin fronteras.
            En mi interior surgió  un goce inefable que repercutió sin demora en todo mi ser, por saberme sin error y no equivocado. Una como brisa suave me recorrió el alma  arrancándome las gasas blancas que obnulizában mis pensamientos. ¡No he estado equivocado! Era la realidad lo que había descubierto  por pura casualidad. Nos endilgaban sueños ilusos y placenteros, programados no se como, para tenernos tranquilos consumiendo lo mismo, sin queja y sin inquietud.
            Habíamos vivido engañados tantos años, sintiéndonos gozosos y vivos, nadando tranquilos en una inmensa pecera azul.
            En cúmulo gradual y aglomerado se descolgaron todas las piezas faltantes del imponente rompecabezas. Una a una, como al descuido fueron embonando lívidamente las fantásticas cuadriculas que formaban la cruel realidad,  Sabores amargos subieron a mi boca  que no asimilaba el agudo engaño. ¡Había descubierto al salirme de la ruta clásica y normal, el fraude inmenso! que los ocultos directores habían creado desde sus feudos apartados. Una fría calma invadió mi ser aletargado. Comencé a sentir nuevamente los pies afincados en la tierra original. Me quité las botas de gruesa suela sintética que aislaba la energía corporal de la necesaria convivencia con los microorganismos naturales del ambiente puro. Y descalzo arrastré con deleite  mis pálidas extremidades por vez primera sobre la gruesa capa de esponjosa tierra, ese limo primigenio producido por los desechos orgánicos tan desvalorados por la publicidad. Una temblorosa melancolía vibrátil subió por mis piernas. La tibiezona nueva experiencia me inquietó al principio, más mis censores se ajustaron a la extraña conmoción producida por tan novedosa  sensación. Me quité con temor el filtro que cubría desde mi nacimiento mis vías respiratorias, mareándome al recibir mis pulmones el acre olor del aire viciado de mi mundo.
            ¿Mi mundo? La pregunta se explayó en mi conciencia como explosión nuclear desvaneciendo mi eterno desvarío. ¿Mi mundo? Este mundo controlado por los comerciantes del caos. Este planeta conducido al criterio de los voraces comerciantes apátridas. Esos seres mitológicos  llamados inversores. Los propietarios de los medios productores de alimentos, de las cadenas de ventas de artículos de primera necesidad, los dueños de las vías de comunicación, de las empresas que expendían el agua, el aire, la Luz, los combustibles, ropas, Etc. Grupo selecto apartado y aislado viviendo en sus míticas plataformas en recónditos lugares inalcanzables para el común de los seres humanos.
            Pero al fin había descubierto la razón de mis sueños. siempre dude de esos sueños tan Laigt que me asaltaban noche a noche. Tal vez por ser tan observador en uno de los miles de recorridos nocturnos por esas calles oníricas, miré leves detalles repetidos en vehículos, edificios, paisajes camuflados, rostros  Etc. que por lo normal se miran en los sueños y pesadillas. La incertidumbre  brotó en mis pensamientos y elucubre teorías que al fin resultaron ciertas. Nos alimentábamos con lo mismo, tomábamos lo mismo, mirábamos lo mismo, leíamos lo mismo. Éramos una sociedad  subliminalmente programada y conducida a consumir  lo mismo. Globalizada para
absorber, derrochar,  disipar, gastar lo mismo. Pues las  hileras de cadenas productoras no paraban nunca en las ciclópeas fabricas, granjas, factorías, de las que salían todo lo que los seres humanos consumíamos en todas las partes de planeta, pues lo mismo deglutíamos, ingeríamos, masticábamos, bebíamos, en Asia, que en África, o en Oceanía o en América.
            Todo comenzó para abaratar los costos de producción en esos emporios por los años primeros  del siglo veintiuno. Inversionistas (Inversores) habilidísimos  idearon la globalización total, apoderándose con negociaciones hay veces turbias de todas las empresas pequeñas, creando formidables monopolios ocultos por contables electrónicos computarizados. los que sin domicilio fijo manejaban desde sus búnkeres palaciegos , con tan solo apretar una tecla el comercio mundial.
            Y de alguno de esos cerebros sin nacionalidad real, brotó la genial idea. ¡Podremos manipular al planeta! Démosle al público lo que necesita y quiere. Pan y circo. Si manejamos a nuestro arbitrio la información, lo que beben, lo que comen, lo que ven. Si somos propietarios de lo que compran, de lo que desean, seremos los dueños de sus sueños. ¿Cómo? Dándoles el placer mejor, sueños garantizados llenos de deleites increíbles, suspendidos en ondas caloríferas mutantes y gravitatorias, que se embonarán con los rituales más atávicos y profundos de la conciencia colectiva generada por eones de míseros seres anhelantes de una felicidad prometida.
            Esos inversores, provocaron con sus fórmulas nutricionales épicas y afortunadas, ilegales y curvados viajes sensoriales cerebrales que en extrañas vibraciones oníricas nos llevaban hacia a un paraíso por siempre deseado. Extrañas y luminiscentes fantasías acentuaban la edad de algo desglosadamente anhelado, con relieves arrogantes y barrocos, como flotantes arabescos burbujeantes entre cendales tibios y glamorosos, detalles que hundían las conciencias entre blondos  encajes deleitantes dejando caudas de placer colmado en los espíritus apáticos de los nuevos consumidores de los químicos programados por criminales de computadora, desvaneciendo sus fechorías en leyes modificadas y vueltas dogma  por el fetiche ilusorio de las promesas pintadas a diario en los millones de monitores que nos atraían con sus colores miméticos y sus mensajes subliminales conduciéndonos hacia el crédulo consumo de lo mismo.
            Eran, ahora lo sabía, solo voraces y concupiscentes negociantes que absorbían
la energía de la población hundiéndola en sus volátiles y opiómanos sueños, manteniéndoles aletargados en sus góndolas flotantes  sobre esos ríos de imágenes soporíferas, apacibles, dulces y envolventes que placenteras somnolencias solamente ofrecían, pero que tan bien sabían  llevarnos sin queja alguna. Éramos solo una creación
de esos insaciables negociantes sin patria, esas sanguijuelas sin alma y sin conciencia que parasitában sobre todo lo creado.
            Con los ojos ardientes y escozor en la piel, ambos no acostumbrados al corrosivo ambiente natural producido por los detritus de tierra y polvo, me deslicé sobre la gris pared de hormigón sintiendo agradable la sensación al raspar mi espalda sobre el ríspido material, hasta quedar sentado casi hundido en la suave materia del actual suelo.
            Sentía una agradable satisfacción al embonar en mi mente las tantas piezas sospechadas y hasta ahora corroboradas. Ya no caería en la trampa de las ficciones ilusorias, ya no me metería en los callejones tortuosos de satisfactorias promesas, ya no correría a la menor campanada de la mítica canción hipnotizante, no me encausaría voluntario en el carril entretenido de las imágenes coloridas, cautivantes y persuasivas que ofrecidas como la panacea nos endilgaban en lo monitores. ¡Ya no! me dije. Buscaré la manera de vivir en esta caótica maraña de engaños, en este sintético maremagnum producido por los negociantes de la crisis, por los parásitos del globalizado mundo creado por ellos. ¡Ya no! Nunca más me dejaré manejar a su arbitrio y criterio. ¡Ya no! ¡Ya no! Gritaba mi mente y mi cuerpo mientras me adormecía por el cansancio dejándome ir en la riente flamula de la inconciencia. ¡Ya no!
            Y recostado apareció su esqueleto reseco como a los tres años, ahí mismo donde aquella vez descubrió todo lo anterior relatado, muerto envenado por los virus que pululaban en el ambiente natural del espacio que rodeaba al planeta y al que su cuerpo ya no estaba acostumbrado por vivir en el aséptico ambiente y vendido por los inversores.



                                                                       FIN.



Octubre del 2002.

S.a.C.f
EL GRITÓN


E
n los brillos de los charcos del agua, dejados por la reciente lluvia, se reflejaban las luces de los autos y camiones que pasaban raudos y ruidosos por la carretera. La noche era muy fría, húmeda y triste, si. Pues no era una noche oscura, oscura, sino más bien una noche nubla dona y tétrica, lo que daba esa sensación de tristeza y soledad. Era una noche como para contar cuentos de espantos. Una noche como para mirar cosas raras por las calles y portones. Una noche de esas en las que se deslizan por los solares y patios, bultos blancos y alumbran por los rincones luces fosforescentes rojizas y verdosas.
Eso precisamente estaba pensando influenciado por el friíto y la brisa que me llegaba de cuando en cuando acarreada por  alguna ráfaga de viento, sentado en la mesa de aquel cafetucho esquinero, que se agazapaba entre dos lodosas calles de aquel pueblo que visitaba con mucho afecto de cuando en cuando. Pueblito acurrucado en la mera encrucijada de dos Estados, el de Puebla y el de Veracruz. Influenciado por  las tradiciones y costumbres de razas fuertes y autóctonas, producto de un mestizaje robusto y fecundo que le había conferido un carácter muy distinto y original.
Cuando frente de mí, la sombra de una silueta humana se interpuso sobre la claridad que venía de la luz de la farola, luz que se abría pasó entre la neblina y la lluvia. Levanté la vista y me sorprendió profundamente lo que observé. Era un personaje extraño. Una persona adulta, más bien vieja. Era de sexo masculino, que sin que le invitara, jaló decididamente una silla y se sentó frente de mí, mirándome fijamente con unos ojos brillantes y profundos, que de tan profundos no se le notaba el color. Sus cejas hirsutas, largas, le caían sobre los párpados, muy canosas. Acomodó su pelo con un manotazo y luego se atusó el bigote que era largo y descuidado.
Y con una voz grave de tono bajo, y cargada de premoniciones, mientras me imponía silencio con su mano izquierda de uñas largas y sucias, me dijo:
-¡A mí me cargó una vez el malo, el mero, mero chamuco!
-¿Que dice usted?- Le pregunte sorprendido y expectante, sintiendo curiosidad al instante.
Levantando la voz un poco más y acercando su rostro más hacia mí, me espetó.
-¡El diablo! mi amigo. - Le digo que a mí una vez me cargó el diablo.
Cuando hizo esta afirmación sentí un pequeño escalofrío en la nuca, como un aliento húmedo y frío que pensé, - Fue un golpe de viento. Mas ya interesado le dije:
-A ver, a ver, cuénteme, cuénteme. ¿Cómo fue eso y a donde le sucedió?
El viejano aquel, se aclaró la garganta con un carraspeo ronco y muy largo y luego me soltó su historia.
-Yo nací en este pueblo señor. Soy nativo y aquí murió mi padre y mi abuelo, y aquí mismito yo también voy a morir algún día. El pueblo ya no es el mismo. Antes estaba más chiquito. Las casitas eran de madera y se amontonaban alrededor de un llanito que estaba por donde ahora van los escuincles a la escuela.
Antes no había luz eléctrica. Nos aluzábamos con candiles y velas. Calles no había. Eran unos caminitos entre las yerbas y el acagualero, que en tiempo de lluvias se volvían resbalosos y en los que abundaban los sabañones y las niguas. Pero eso si. Nuestro panteón ya lo teníamos en el cerrito de siempre. Ahí enterrábamos a nuestros difuntitos y de ahí del panteón todas las noches bajaba buscando gentes, ¡El mismito diablo!
Todas las noches a la misma hora, que a de ver sido como a las once de la noche más o menos, pegaba el primer grito en la mera punta del cerro y debajo de un gran horijuelo que sombreaba las tumbas y las cruces.
Yo cuando era niño comprobé que dejaba a veces sus huellas de pata de mula grabadas en el lodo. La gente le decía el gritón, pues bajaba echando alaridos y al pobre que se encontraba en la calle se lo llevaba a su guarida que, contaban, era una cueva obscura y llena de telarañas. La noche en que a mí me cargó era una noche como esta, del mismo mes y del mismo día.
-¿Por qué serán siempre igualitas estas noches? Muchas veces me lo he preguntado. - Antes no todos los días como este eran iguales, pero desde que me cargó el pinche diablo, estas noches siempre son igualitas.
- Bueno; esa noche me eché unas cuantas cervezas en ca` mi compadre Aniceto. Entre los dos nos bajamos un cartón de medias y él me dijo:
- Ya vete pinche compadre. Ya vete pa’ tu casa, que no tarda en echar su primer alarido el mendigo gritón.”
Yo todavía me aventé la del estribo antes de salir al camino y casi casi comenzando a caminar, escuché duro y bien fuerte el primer grito del malo.
-¡Pa’ su mecha me dije, ya me jodí!
 Que acelero la caminata. Nomás que ya iba medio pedo y de cuando en cuando me daba unos tropezones tremendos que iba a dar al suelo. Al poco rato, ahí estaba el grito más fuerte y mas cerquita y yo que a las prisitas iba pa’ que no me fuera a agarrar el condenado.
Pues así me fui casi huyendo en mi borrachera y sintiendo que casi me agarraba el chamuco diablo.
Al llegar al llanito, ya casi para llegar a mi casa sentí que me levantó y que me estaba llevando, pues me levantó del suelo y me llevaba a las carreras sacudiéndome mucho. Y yo me dije, ¡Ya me llevó la chingada! y hasta ahí me acuerdo, porque cuando volví a abrir los ojos ya estaba en la casa y mi vieja rete enojada me gritaba cosas y cosas que no recuerdo.
Cuando pasó el tiempo, dicen que al ir corriendo me monté accidentalmente en un burro viejo que se hallaba dormido en el mentado llanito y que se levantó conmigo encima, echándose a correr y llevándome en sus lomos por un buen rato, hasta que caí privado del conocimiento. Pero yo nunca lo he creído, pues yo le sentí los pelos y los cuernos al pinche gritón.
¡Sí señor, a mi me cargó el diablo!
Con esta afirmación rotunda y poderosa, el vieja no aquel se levantó de la silla y nada más se dio la vuelta, dio varios pasos por la enlodada calle desvaneciéndose entre la llovizna y la neblina de aquella triste y lóbrega noche de enero. Noche tétrica y semi oscura. Noche como para contar cuentos de espantos.



Enero de 1992



LA PROCESIÓN


o  La Peregrinación.


             Estaba cenando con un cliente al que le acababa de comprar una punta de novillos aquellas ves, en restaurantito situado frente de la carretera nacional y que hacía esquina con una de las principales calles de aquel poblado al que visitaba de cuando en ves por necesidad de mi negocio.
             Por esos tiempos me dedicaba a la compra de ganado vacuno, principalmente novillos y vacas gordas para el rastro de Ferrería, de allá de la ciudad de México.
      El poblado del que les platico, era un simpático rincón acurrucado en las terminaciones de la sierra  que se desparramaba rumbo al golfo de México como un enorme cuenco y al que esa ves, por mi buena estrella quiso la suerte que me tocara estar esa nochecita del mes de Septiembre, en que iba a ser testigo de la rara y enervante aventura que me toco vivir.
      Serian como las ocho de la noche, y comíamos las exquisitas viandas que una morenita simpática y atenta mesera del lugar nos había servido, cuando comenzamos a escuchar mis clientes y yo, cánticos religiosos que venían acercándose por la calle.
            Era una procesión, pues según supe después, se festejaba el día a una Virgencita que ahí en el pueblo la consideraban milagrosa y patrona del lugar. Frente del abigarrado montón de gentes que ceremoniosamente seguían a la imagen, iban unos músicos con instrumentos de cuerda rústicos tocando tonaditas que la gente coreaba con ritmo alargado y letras ininteligibles, que más bien eran unas salmodias monótonas e hipnóticas.
            Puse atención al paso del aquel río de gentes, observando la reverencia y la solemnidad con que caminaban lentamente llevando en las manos gruesos cirios que les iluminaban los rostros, dándoles la apariencia de personajes de una fantástica y sobrenatural coreografía teatral .
             La interminable y larga fila de personas me indicó que la gente de los alrededores del pueblo habían asistido en masa, con devoción y fe característica de esas tradiciones, a acompañar a la imagen milagrosa. Y con paciencia avanzaban deteniéndose a ratos por alguna razón que no alcancé a comprobar, probablemente por el amontonamiento de feligreses o por alguna consigna de los músicos o lo guías. En una de esas paradas comencé a observar los rostros de las gentes que por coincidencia en esos momentos estaban frente de mí y fue cuando pasó el milagro.
             Un rostro atractivo  de ojos rasgados que brillaban como ágatas deslumbrantes me miró desde la calle. Unos labios gordezuelos me insinuaron su sonrisa  notando el brillo de la luna en una dentadura sana y pareja. Con obsesivo empeño los ojos de Ágata me miraban iluminados por los destellos del grueso cirio  que dos manos blancas como palomos colipavos tomaba con gesto entre obsceno y santo. Aquella sonrisa  inquietante  leve pero directa me obsesionó, fue tanto su poder y fuerza, que sin pensarlo y fuera de mi, como hechizado  me puse de pié y  galantemente insinué un gesto de saludo, el rostro de la dama  observada hizo un levísimo movimiento como diciendo no, mientras el delicado velo que le cubría su regia cabeza formaba difusas sombras sobre el atractivo semblante, que sin perder la enigmática sonrisa continuó mirándome fijamente. En esos momentos la columna de feligreses prosiguió su trayecto perdiéndose el encanto del extraño y mágico momento aquel. La gente siguió pasando y yo de pie, estático ante mis acompañantes que extrañados solamente el silencio me observaban.
            Con cierta prisa, pedí la cuenta que la morenita simpática me trajo sin dilación, me despedí de mis amigos agregando una leve y simple disculpa, y decidido y urgido me agregué a la peregrinación tomando de las manos de un sorprendido mozalbete un cirio,
dándole un billete con el que se podría comprar diez velas más, el muchachito aquel arrugó entre sus dedos el dinero, mirándome sorprendido mientras me dirigía hacia donde pensaba alcanzar a la mujer que tanto me había atraído.
      Las gentes avanzaban a pasos lentos sobre las empedradas calles que semi oscuras se veían sorprendidamente iluminadas por los cientos de velas que la concurrencia portábamos. Las calles eran angostas circundadas por casas, arbustos y árboles en donde brillaban miríadas de cocuyos que les conferían una fantasmagórica coreografía a la fresca y encantadora noche. En el cielo unas enormes y aborregadas nubes cubrían con sus vellones el estrellado espacio donde una luna en cuarto menguante , tímidamente hay veces se asomaba a contemplar el abigarrado cortejo que acompañábamos a la venerada imagen.
             Caminando más aprisa que el resto de los feligreses, avanzaba con el cirio en mi mano derecha, buscando con inquietud y curiosidad el objetivo de mi premura, revisando con detenimiento todos los rostros que se entrecruzaban ante mis inquisidoras pupilas, que abrían grandes avenidas de identificación entre el cúmulo de gentes. Al fin la distinguí y reconocí por su leve velo y su hermoso rostro. Iba acompañada de una chiquilla como de 13 o 14 años y por un jovencito aún más pequeño, quienes le tomaban de ambos brazos como protegiéndola, apoyándola o cuidándola, ella me daba la sensación de que no caminaba, como si flotara, casi pude creer que si los jovencitos que le acompañaban le soltaban los brazos se elevaría levitando sobre la procesión, tal era el encanto que me proveía ese especial momento. Siguiendo la imagen de la delicada escultura, ella, avanzaba del lado derecho, así que me adelanté del lado contrario para que al voltear hacia mi mano diestra la pudiera contemplar a mis anchas.
            Era de talla alta en comparación a las demás mujeres, de  piel pálida, cejas rematadamente negras, boca de labios anchos que al sonreír daban una leve sensación obscena, según yo.  El velo enmarcaba su rostro bonito dándole un aire virginal
y atrevidamente sensual, la luz del velón  que llevaba agarrado con ambas manos, le confería una encantadora aureola iluminándole el ovalo atrayente de su cara linda.
             Portaba sobre sus hombros un rebozo de delgadísima tela color café, que hacía juego  con su vestido de tela a rayas amarillas y blancas. En sus orejas refulgían unas arracadas de esas que llevan como, adorno pequeñas esferas de oro (Caricias) y que se ven atractivas y de calidad en algunas mujeres, en esos momentos los pequeños abalorios brillaron al voltear ella el rostro y reconocerme, una franca sonrisa le iluminó el rostro que aumento encantadoramente su palidez de poma con raro matiz.  Nuestras miradas fueron desde esos momentos cual amplias vías de comunicación sentimental y profana, a cada momento que podíamos nos conectábamos por esos sutiles caminos  tendidos por así quererlo por nuestros excitados sentidos, trasmitiéndonos sin palabras ni gestos el gusto enorme de habarnos encontrado y conocido por algún raro juego del destino  en esa tranquila procesión pueblerina.
            Avanzamos por largos minutos atrapados en ese encantamiento, cada uno con su cirio en las manos, cada uno tratando de no perder el contacto mágico producido por la primer mirada, hasta llegar a una pequeña Iglesia a la que penetré sin ninguna ceremonia en compañía de los devotos ciudadanos persiguiendo mi ilusión, atrapado por el magnético embrujo de unos ojos negros.
             El rito de la terminación de la procesión no lo sentí, embutido en el calido túnel de las miradas de la enigmática mujer. Cuando acabó el ritual, la gente se fue saliendo rumbo a sus hogares, llevándose en las manos las velas encendidas como queriendo transportar la luz de su fe a sus moradas. Yo hice lo mismo, siguiendo discretamente a la beldad misteriosa, la que en compañía de los adolescentes y con su vela en las manos
se dirigió entre las sombras bailoteantes  que producía el pabilo de la llama amarillenta, por las angostas calles del pueblito serrano.
            Yo, como a quince metros aproximadamente atrás, también con la vela en las manos en silencio la perseguía, hasta que llegamos a una casona de dos pisos, construida para mi sorpresa, de madera, lo que le daba un raro aire de misterio y antigüedad al embrujado momento que iba viviendo.
             La dama, después de abrir un gran portón con una llave que se buscó en la cintura, introdujo a los mozalbetes a la residencia, quedándose un momento afuera, cosa que aprovecho para voltear a verme con una mirada cargada de promesas vagas y luego se introdujo a la casa cerrando con cierto ruido la gran puerta.
             El la oscura calle, yo con el cirio en las manos quede expectante, algo atolondrado por la impactante y extraña escena, mientras veía por los cristales  encortinados de las ventanas vagas sombras que se movían al contraluz de las velas, luego se fueron apagando las luces quedando solo una luminiscencia rojiza en un balcón de la planta alta, que observé con más atención notando el descorrer de unos visillos y al través del cristal el ovalo oscuro de un rostro que me miró, retirándose luego. La luz se apagó completamente quedando todo en silencio. En la calle, la tranquilidad y el silencio se rompió por el lejano aullido de los coyotes que en los lomeríos cercanos iniciaron su milenario ritual de darle serenata a la pálida  reina  nocturna, que adornaba la celeste cúpula, engarzada como sortija incompleta en el negro estuche aterciopelado del éter.
             Ensimismado por el hechizo nocturno, salí de mi expectación al oír un discreto correr de cerrojos que venía del gran portón de la residencia aquella construida de madera, y en el vano de la oscura puerta apareció la solitaria silueta arrebozada  de la según yo, dama de mi noche, quien decidida no perdió el tiempo y se dirigió casi flotando por la empedrada calle hacía mí, que estático, asombrado y expectante le contemplaba acercarse en la claridad nocturna, como  lívido fantasma aureolado por
místicas luces, que solo eran algunos cocuyos  que daban a al escena un irreal toque de fantasía.
            Yo, con el cirio en las manos, que traté de elevar un poco para observarle a mayor placer, balbucee.
- Señora, buenas noches. Con voz algo ronca que me salió por mi reseca garganta.
            Ella, siempre en silencio y mirándome directamente a los ojos, apoyó una de sus manos sobre mi brazo en el que sostenía la vela y con la otra y con delicado gesto  me tocó los labios, mientras de  su boca salía un suave.
- Shssssss.
            Que entendí plenamente, permaneciendo en silencio. Luego sopló sobre la flama de mi cirio apagándolo, mientras que con toda gentileza me tomaba del brazo derecho con ambas manos y me dirigía hacia un rumbo que solo ella conocía, entre las nocturnas sombras de las breves calles.
             En total silencio avanzamos cruzando varias vías hacía una de las orillas del pueblo, rumbo donde no tenía mucho  habían aullado los coyotes. Pasamos sobre unas grandes piedras que se veían y servían como puentecillos de un riachuelo que discurría entre las sombras de árboles  que murmuraban encantadoras melodías con sus follajes, hasta llegar a la orilla de un río plateado al que bordeaban arboledas entre los que alcance a distinguir, unos enormes Higueros, Sauces, Mangos y Guayabos, Caobos gigantescos, Cedros, cuyas hojarascas daban al ambiente un aroma  sensual y erótico,  que aunado al especial momento que iba viviendo enervaban mis sentidos ubicándome en la cima de la mas rara y mística experiencia.
             La hermosa y misteriosa mujer me conducía, su cuerpo pegadito a mi me comunicaba sus sensaciones. Al aspirar su aroma de mujer dispuesta  al amor, me trasmitía una rara y contagiosa vitalidad que como sutil droga me separaba de lo de alrededor, haciéndome notar cosas  que posiblemente en un estado normal no hubiese detectado jamás, como las  luminiscencias azules y verdosas que brotaban al pisar las hojarascas, cual leves neblinas que envolvían  nuestros pasos, las oleadas tenues de  sutiles aromas que procedían de lasa floraciones nocturnas, los murmullos arruyantes de las plateadas ondas cantarinas de la límpida corriente del cercano río, los ruidos naturales producidos por los animales nocturnos que habitan en las raíces , ramas y follajes de los arbustos que nos rodeaban.
            Ella de repente se detuvo bajo el más frondoso de los árboles y sin soltarme del brazo se arrimó a la bajo sombra azulosa de las bajas ramas del milenario habitante del bosque, se recargo en una de las gruesas ramas y levanto sus delicadas facciones  ofreciéndome en holocausto intimo su gordezuela  y jugosa boca en el primer beso de los miles que esa voluptuosa noche nos prodigamos.
             Ella me arrastro con su actitud hacia la vorágine máxima del mayor placer sexual jamás gozado, esa fantastica noche plateada, bajo la vaporosa fronda del añejo Mango aquel, testigo mudo de los excesos  que ambos , entre suspiros, gemidos y expresiones de máximo gozo sin pena realizamos. En una de las variadas experiencias de nuestro gozo vehemente, sentí su boca que mordía en el paroxismo de satisfacción mi hombro izquierdo, como queriendo con ello opacar  un grito de súbito e incontrolable  jubilo, acto que me excitó más de lo que ya estaba.
             ¡Que noche tan extraña y excitante! Si hablar, solo dejando sueltos como desbocados caballos descontrolados ambos sentidos, que acicateados por manos, labios, y sonidos se encumbraron hacia excelsas e impetuosas sensaciones, la luna cambió de posición hasta perderse tras los cerros como apenada y sonrojada por mirar nuestros excesos y el alba se insinuó cuando aún si agotarnos caminamos juntos de regreso a la casona de madera de dos pisos.
            Al llegar ella sacó una llave de un secreto bolsillo de su vestido y tomando suavemente mi rostro entre sus tibias manos me dio un último y delicado beso que me dejó un sabor a canela y miel en lo míos y me expreso con delicada voz.
- Gracias por tan lindo amor.¡Gracias!.
            Yo quise hablar, preguntarle su nombre, insinuarle una futura cita, y muchas cosas más que  agolpándose en mí mente  se me vinieron como torrente  en ese instante. Más ella solo volvió a poner sus delicados dedos sobre mi boca y repitió.
-Shsssssss.
Y sin más se metió a la casa, serrando el portón casi sobre mi nariz. Al quedarme solo en la oscuridad que se desvanecía a las carreras, pues alcancé  a observar que la noche huyendo con nuestro secreto, se arrastraba por los azulados cerros que son el contorno de todos los pueblos de la sierra. Solo me quedó caminar rumbo a mis aposentos y reponerme de tan sorpresiva y extraña aventura.
            Al otro día, al almorzar un suculento plato de enchiladas con su respectivo trozo de cecina criolla en casa de uno de mis clientes abandonados la noche anterior, le preguntaba discretamente sobre la familia que vivía en la gran casa de madera de dos pisos, que estaba  por la calle que iba a dar al río. Mi anfitrión, algo sorprendido, me pregunto.
             -  ¿A que casa de de dos pisos te refieres, paisano?

            -  A la casa grande de madera que está por allá. Dije, indicando con la mano el rumbo de donde yo sabía  se encontraba la residencia de la hermosa mujer de ojos negros.
             - ¡A paisano! Se me hace que soñaste. Por aquí ya no hay casas de madera y menos de dos pisos.
            Yo, sorprendido pero callado, no insistí y continué saboreando el rico y nutritivo almuerzo huasteco, mientras meditaba íntimamente con mi nocturna aventura.
             Luego al primer momento en que tuve oportunidad, me dirigí a comprobar la aseveración del paisano aquel, y con sorpresa verdadera descubrí que en el lugar donde la noche anterior había entrado, luego salido y por ultimo quedado la hermosísima y ardiente mujer, no existía casa alguna, solo abandono, hierbas, matojos y unos horcones
Negros que se distinguían  sobresaliendo como obeliscos de distinta altura en el lote aquel ahora baldío. Pasmado y asombrado me senté en la banqueta de piedra laja que en contra esquina daba frente a ese lugar que contemple por un buen rato, analizando lo que había vivido, visto y experimentado la noche anterior.
            Luego con los vecinos del abandonado y sórdido lugar, que me enteré que había ocurrido hacía como treinta años, una tragedia ahí en la casa que había conocido en mi excitante aventura.
            Resulta que en los años cuarentas, aproximadamente, esa casa la habitó un matrimonio con dos hijos, una niña de trece años y un baroncito de once, la esposa,(La hembra de mi aventura) procedente del puerto de Tuxpan, mujer de recio y ardiente carácter y el esposo, un hombre delgado, correoso y enérgico  que había venido a vivir por esos rumbos huyendo de algunos enemigos que dejó allá por sus terruños en el estado de Hidalgo.
            Según me relataron, era un hombre de pocas palabras, Coronel retirado del Ejercito Mexicano, al que le tocó ser beneficiado por un reparto de tierras de la gran hacienda de Palma sola, por lo que vivían en este pueblo ya que relativamente le quedaba cerca el Distrito Federal y el Puerto de Tuxpan, a donde realizaba frecuentes viajes para tratar asuntos de negocios.
             La hembra aquella se distinguió en el poblado por ser discreta y callada, más en la soledad causada por las largas ausencias del marido, buscó su tranquilidad y desahogo en unas relaciones riesgosas  con uno de los hombres casados de aquel pueblo.
             ¿Qué como se enteró el marido del adulterio sufrido? Nadie lo supo, solo que una madrugada, dicen, en silencio baño las paredes de madera de la casona con petróleo y le prendió fuego, quemando vivos a su infiel mujer y a sus inocentes hijos, luego el desequilibrado militar se dirigió a su rancho y en un inmenso Higuero viejo que estaba junto de una de las corraleras amaneció colgado con una reata de lazar.
             La tragedia conmovió al pequeño poblado y pasaron años para que se descubriera  la verdad de la ilógica actitud del Coronel. De la casa rescataron carbonizados solo unos pequeños e irreconocibles restos que sepultaron ahí mismo algunas anónimas y piadosas manos entre las cenizas restantes del incendio, y quedóse  para y por siempre abandonado aquel lugar como un símbolo de la tragedia ocurrida ahí.
            Más yo. ¿Acaso había echo el amor a un fantasma? Pues así fue. De esta aventura relatada y que callé por muchos años antes de exteriorizarla en mis relatos por ser increíble, solo me queda de recuerdo en el hombro izquierdo, una señal como un lunar amoratado en forma de corazón, el que jamás se me a borrado, resultado del mordisco aquel que en el paroxismo del desahogo sexual me dio la misteriosa mujer aquella, la de los ojos de Ágata, piel de poma rosa, labios mullidos y pelo de blondas negras como sus pupilas brillantes.

18.47 Hrs.  un 12 de Mayo del 2000. en Miahuatlán, Pue. Tehuacan, Pue.

S.a.C.f
DE ARRIEROS.

La noche era brumosa por la reciente lluvia pasada que nos había alargado el camino, por lo que tuvimos que detenernos en aquel paraje desierto, rodeados de árboles sombrosos que aumentaban con sus follajes la oscura penumbra.
Don Valdemar con tranquilidad nos indicó.- ¡Ya no más! Hasta quí por hoy. Mientras Rogelio su ayudante y yo, nos detuvimos en la oscuridad húmeda, montando ambos nuestras bestias (Rogelio un Macho andarín de breves pesuñas y yo un potrillo rabialzado color flor de caña) que dejaron de chacualear sobre la lodosa brecha que ya no alcanzábamos a distinguir por el avance de la mancha nocturna.
Rogelio “El Secre” jalaba una recua de cinco mulas, cargadas con variedad de productos para la tienda “La Comercial”. Bien surtida expendeduría que Don Abelardo, el hermano mayor de Don Valde, administraba allá en Mecapalapa, comunidad serrana ubicada en una cuña del estado de Puebla que se encajaba como agudo raigón en el estado de Veracruz, que envolvía amorosamente esta región feraz de selva tropical.
Toda esta zona habitada por descendientes de gentes nativas de la raza Totonaca, agricultores la mayoría que conservaban sus genuinas tradiciones en sus costumbres y vestimentas.
Los tres, Don Valdemar, “El Secre” y yo, viajábamos desde el Puerto de Tuxpan como arrieros, transportando mercadería, entre las que distinguían los llamados ultramarinos (De más allá del mar) y que no eran más que productos enlatados; Chorizos de Pamplona, Aceites de Oliva, Sardinas, Salmones, Atunes, Jerez y Brandy, Quesos de bola y otras cosas más, pero también llevábamos telas, pescado y camarones secos, jarcias, balas y cartuchos, pólvora, tabaco en rama, reatas y cables Manila, Sombreros, cacao y unas latas de petróleo, en fin , infinidad de cosas que se venderían en esa tienda ya mentada. “La Comercial”. Mercancías que compraban los parroquianos
pobladores de las congregaciones cercanas a Mecapalapa, entre las que destacaban Pantepec, Caihuápan, El Carrizal, Zanatepec, El Terrero, Ixhuatlán, Metlatoyuca. Y otras más que se me escapan de la memoria.
Aquella vez les acompañaba como aprendiz, a sugerencia de mi padre, Don Aurelio Tríana, vecino de la Hacienda de Huitzilac, donde Don Valde pernoctaba de cuando en vez cuando llegaba a pasar por ahí, por lo que había echo amistad con mi papá.
Por esos años, (1930-36) aproximadamente, tendría yo como 14 años y era un espigado mozalbete larguirucho y “Jaquetón”, bueno pa` la jaripeada y los trabajos del corral pues me había creado entre la vaquereada, realizando desde muy pequeño este tipo de actividades en las que me embutí como cuchillo en su funda, o como cabo en el hacha, según se vea, o sea que al mero pelo.
Aquella vez Don Valde planeó hacer en una jornada el recorrido desde Tuxpan a Mecapalapa, conduciendo un convoy de 15 mulas, saliendo muy de mañanita con ánimos de llegar al mentado pueblo ya pardeando la tarde, pero hay veces el destino nos hace torcer los caminos muy a su albedrío, eso me sirvió para vivir una de las experiencias más inolvidables de las que me he topado en esta mi ya larga vida.
Resulta que el viajar arriando la mulada por esos primarios caminos que unían a las comunidades, era algo realmente fantástico y de atractivo inmenso para mis ojos mirones que absorbían todo con un ansia infatigable, pues la veredas se internaban con afecto por entre carrizales inmensos, matillas enormes de Otates, Guasimas y Huisaches, entre los que se escurrían arroyuelos saltones y cantarines de frescas aguas azulosas, los que entre peñascos verdes por los musgos se deslizaban sobre la hojarasca y los detritus de infinidad de follajes secos, los que producían aromas que flotaban en las bajo sombras del monte, en el que se distinguían gigantescos Higueros que se adherían por lo regular a ciclópeos Zapotes envolviéndolos con afecto con sus nudosas ramas como si fuesen brazos anhelantes, confundiéndose sus follajes en un revoltijo fantástico de verdes sublimes, diversos y frondosos. Entre este basto muestrario de frondas sobresalían por su sus ramaje tan distintivo infinidad de árboles de Hule, los que por lo regular mostraba en sus troncos las marcas de los machetazos que algún montuno cosechador de caucho les había producido. Quebraches, Chijoles, Chácas, Encinos, Tesmoles, Bienvenidos, Jobos, Cedros, Caobos y Zapotes, que también mostraba en sus troncos las marcas de los cosechadores de chicle, todos ellos formaban ese abigarrado panorama normal del monte virgen por el que transitábamos arreando nuestras mulas.
Los sonidos normales de la montaña nos acompañaban desde el amanecer, cientos de Loros, Cotorras y Pericos, parloteaban volando sobre las copudas arboledas, los Papanes alborotaban cuando avanzábamos por las bajo sombras donde alcanzábamos a distinguir hay veces el paso fugaz de algún animal silvestre, una zorra, un venado temazate, una ardilla, el vuelo de una paloma de anda pié, aunque sabíamos que existían animales de más talla esta vez no miré más que alguno de estos que he nombrado.
Los primeros kilómetros los avanzamos a buen ritmo, encontrándonos de cuando en cuando algún arriero haciendo el viaje al contrario del nuestro, con el que conversábamos momentáneamente intercambiando datos de cómo íbamos dejando el camino, noticias que ayudaban a transitar con más tranquilidad.
Como a las 12 del día, paramos a comer y descansar a la orilla de un riachuelo y bajo la sombra en una gran matilla de verdes otates, descargamos todos los bártulos de nuestros animales, para que se repusieran algo, bebieran agua a sus anchas, y ramonearan algo de pasto, grama o hierba, mientras nosotros preparamos una pequeña hoguera donde calentamos nuestro bastimento, que esa vez consistió en unas rojas enchiladas preparadas con salsa de Pipiancillo y unos buenos trozos de cecina de vaca gorda, que chirriaba al estar asándose sobre las brasas. De la transparente y cristalina corriente del arroyito tomamos agua y nos lavamos las manos y el rostro para refrescarnos, estabamos a media comida cuando sentimos en nuestros rostros y en todo nuestro cuerpo el cambio de clima, los caballos y las mulas inquietos pararon las orejas piafando nerviosos. Don Valde nos apuró diciéndonos.
— A cargar rápido, pues se nos viene un aguacero encima y esos hará que crezca el arroyo de “Sal si puedes”. Tenemos que cruzarlo si queremos llegar como lo planeamos.
Nos apuramos a cargas las bestias y a ensillar a nuestras monturas, cuando se soltó un chaparrón primero que no nos dio tiempo de ponernos las mangas, ni los forros a nuestros sombreros, entre la lluvia y masticando algún trozo de carne, acabamos las tareas y ya enmangados montamos, arreando a la recua hacia el camino entre gritos y silbidos para animarles a agarrar el ritmo del paso normal, lo que nos llevó a continuar nuestro viaje bajo los ramalazos del agua que salpicaba todo el monte e inundaba el camino tornándolo brillante y vaporoso.
Así marchamos por un buen rato bajo el incomodo golpeteo de las gotas de agua, cuando comenzó a relampaguear, y Don Valde nos dijo.
— Ya va a parar de llover.
Y así fue, como a la media hora el aguacero se convirtió en llovizna, después la brisa se llevó a las nubes quedando solo el encharcadero en toda la brecha y los follajes goteando como diminutas cáscaras de brillante agua plateada, “Lagrimas del monte” me dije para mis adentros.
Cuando llegamos al arroyo de “Sal si Puedes” que era una corriente de bajo nivel encajonada entre los taludes de tierra negra y porosa, nos apuramos a cruzarla pues ya se notaba algo crecida, acabábamos de hacerlo entre apuraciones, silbidos y gritos para animar a nuestra recua, cuando se vino la creciente en pleno, con una riada ruidosa llena de hojarascas y ramas, produciendo un rumor extraño y atemorizante entre espumarajos de lodo y hojas.
Cuando cruzamos el arroyo a de ver tenido como unos cincuenta u ochenta centímetros de profundidad aproximadamente más o menos, pero ahora su cauce aumentó a casi tres metros de altura, además de que la corriente arrastraba rocas, troncos y todo lo que hallaba a su paso, ocasionando con su avenida una destrucción de las orillas del torrente profundizando más la cuenca.
No esperamos más y continuamos nuestra marcha, respirando tranquilos porque no nos agarró la creciente cuando íbamos cruzando el arroyo, yo ya había escuchado historias donde las grandes chorreras se llevaban recuas completas y arrieros, que desaparecían pues jamás los encontraban, creo yo despedazados por tan titánicas fuerzas
que la naturaleza desataba de cuando en vez. Seguimos entre el lodachal, pues la brecha se había convertido en un eterno aguadije donde nuestros animales tenían que caminar con más cuidado, pues resbalaban y sus patas se sumergían entre el gramal produciendo un chacualéro monótono y desesperante.
Nuestro transitar se volvió lento y trabajoso, de cuando en vez alguna mula se quedaba pegada al lodo y no quería avanzar, obstinada y empeñosa se dejaba azotar sin moverse del lugar, entorpeciendo toda la marcha de la recua, hasta que la jalábamos con nuestros caballos, y así entre jalones, retardos, gritos y sombrerazos, el viaje se convirtió en un éxodo lento y sufriente como en un gólgota resbaloso que nos conducía a su libre arbitrio, sin control ya que era muy continuo el atascamiento de las mulas .
El húmedo ambiente se tornó gris y frío, mientras intentábamos avanzar entre voces, chiflidos y mentadas que es lo que distingue a un buen arriero, ya que con ello estimulábamos a los animales por entre el aguachalozo sendero, donde la mulada se rehuía hay veces a avanzar incomoda por las adherencias del grueso y pegajoso barro.
Pero no había de otra más que intentar seguir la lodosa trocha, pues todavía teníamos la idea de completar la jornada como lo teníamos planeado, el tiempo se nos vino rapidamente encima como un gris jorongo hasta que don Valdemar dijo.
—¡Ya no más! ¡Hasta aquí!
Agotados, enlodados hasta las orejas, salpicados y totalmente mojados, casi a oscuras, juntamos los animales en un pequeño promontorio cercano al camino para acampar, con nuestros machetes, chapoleamos un área de varios metros cuadrados y comenzamos a descargar a las mulas una por una, poniendo la carga sobre follajes recién cortados si pensábamos que podría soportar la humedad, y a las mercancías que pudieran echarse a perder por esto, las acomodamos sobre las lonas de los sudaderos, jáquimas, y aparejos, tapándolas con las lonas enceradas que llevábamos ex profeso.
Fue un trabajo rápido y extenuante pues la oscuridad se precipito sobre nosotros como un telón de un teatro ruinoso y abandonado, dejándonos casi sin poder ver ahí entre el humedal y la floresta que chorreaba agua, como lagrimones de helada melcocha.
Amarramos a tientas a las mulas en parejas, atándolas de las patas delanteras para que pudiesen buscar algo que comer y no se apartaran de donde pensábamos pernoctar, y a nuestras bestias de montar las apersogamos debajo de unos achaparrados Ojites, pues por experiencia sabíamos que el follaje de estos árboles era excelente pastura para los Equinos.
Ya en plena oscuridad buscamos la parte más alta del montículo aquel donde habíamos descargado nuestras mercancías, y sin dejar de comentar nuestras anteriores peripecias, comenzamos a intentar hacer campamento, utilizando los aperos de nuestras monturas para preparar los lechos. Caronas, sobre caronas y sudaderos fueron los “Colchones” las sillas de montar con los arciones y estribos doblados la “Cabecera” y la manga de hule nuestra “Cobija”, sobre la hierba nos acurrucamos sin poder encender una fogata pues todo estaba muy mojado y húmedo, de los  follajes caían infinidad de gotas de agua que escurrían salpicando todo y buscando el humus para integrase a la naturaleza que les absorbía con una ansiedad de sediento desquiciado, y a lo lejos retumbaba el aguacero retirándose como buscando entre relámpagos consecutivos la mejor vereda para llegar  a un incierto destino, ¿El mar? me pregunté.
De repente.
— ¡ Árreee Mula cabrona! ¡Parate jija de la chingada! ¡Jup jup jup! ¡Árreee guebona! ¡Jea jea jea! ¡Jump jump jump! ¡Arriba! Escuchamos resaltar lejanas estas expresiones que se llegaron a nosotros entre las corrientes del aire liviano que nos salpicaba con unas briznas de agua fría.
Don Valde nos dijo.
—Pobre amigo, a de tener atascadas varias mulas y ha de ir solito, pues no se escucha más que su voz. Y si no las logra sacar probablemente se le ahogue alguna. ¡Pobre cuate!
Aquellos gritos siguieron por un buen rato derramándose sobre el monte como bruma pesada que tratase de cubrir y guardar esto como un secreto, mientras nosotros comenzamos a dormitar, ya tranquilos platicando en tono bajo para pasar el rato esperando que el cansancio nos trajera un sueño reparador.
Don Valde nos platico alguna de sus andanzas por los pueblos de la sierra, recuerdo aquí una de sus anécdotas de cuando era joven. Nos conversó sobre uno de sus primeros viajes como ayudante de arriero de Xicotepec de Juárez a Ixhuatlán de Madero, en compañía de varios cazadores y viajantes entre los que iba un viejano fregón y delicado, de muy largos bigotes, al que todos los viajeros les había caído mal por sus simplezas en tocante a las incomodidades del viaje. Como tuvieron que pernoctar una noche, uno le los arrieros más jóvenes, muy bromista y travieso, en la noche y sin que nadie se diera cuenta, untó una delgada vara con su propio excremento y delicada pero silenciosamente se acercó al viejo bigotón a donde se hallaba bien dormido y le embarró despacito algo de sus heces sobre los pelos de su gran bigotazo, al otro día en el transcurso del viaje, el tal tipo se fue queje y queje que todo le olía a mierda. Y el travieso arriero contó su diablura hasta haber terminado el viaje. Mientras se reía para sus adentros al ver al chocante personaje arriscándose los bigotes sin entender de donde le llegaba tan fétido olor.
“El Secre” sinónimo de secretario, con el que conocíamos a Rogelio, nos platico alguna de sus canalladas, ya que era muy simpaticón, trabajador y ladino, algo chútaro en sus facciones y costumbres, con esto me refiero que le sobresalía su raza, mestiza muy rebajada, entre marrullero, astuto, perspicaz y malicioso, con una especial predilección para realizar acciones diferentes a lo común, como después supe, pero esto será tema de otra historia. Recuerdo que nos platicó como vio aparecerse un perro negro y enorme una noche en que visitaba una de sus mujeres, allá por la comunidad de Agua fría, perro al que le disparó varias veces sin lograr herirlo y que desde entonces siempre que andaba solo por alguna calle oscura, le llegaba a ver con sus ojos brillantes como brasas que le seguía de lejos entre las veredas pólvosas y entre los chaparrales, escondido pero siempre presente, como sombra del mal. Bueno esto nos contó esa noche. Y yo les hice reír al contarles mis inocentadas sobre mis primeras lídes de amor.
Cosas donde no tenía nada de experiencia, bueno en esas épocas no la tenia en nada, pero se trataba de conversar y cosechar el sueño a como diera lugar. El tiempo se fue escurriendo como agua tibia por el desagüe de un temascal. Entre los sonidos misteriosos del monte, pues el arriero de las mulas atascada tenía rato que se había callado, de cuando en vez aunque lejanos escuchamos los Coyotes, a los Tecolotes y los Tapacaminos, sonidos tan comunes para el avezado, como el de tronar de varas secas muy cerca de nosotros.
—Alguna Tuza real, un Armadillo, o un Mazacuate, nos dijo don Valde.
De repente percibimos también muy lejos un inquietante bramido, bufido o mugido ronco, atemorizante y repetitivo, un. – ¡UMMMMJ- Ummmmj- Ummmj-ummmmj! Grueso y sordo, ronco y grave, como si rasparan dos enromes troncos huecos. Sonido que venía como entre las ondas de la tierra pues lo escuchaba perfectamente en mi oído sobre el que estaba acostado. Y allá aún más lejos, como que le contestaba otro. ¡UMMMMJ- Ummmmj-ummmmj-ummmmjjj! Gruñido que escuchamos como de cuatro lados distintos, algunos más cerca de nosotros que otros.
La voz de “El Secre” sonó en la oscuridad con algo de preocupación, como si la dijera desde muy lejos y en tono bajo, como siseándola, preguntándole a Don Valdemar.
-¿Oiga patrón y ese sonido que lo produce? se oye como un tambor viejo y lejano, como un zumbido bronco y desapacible.  ¿Qué es?   
Don Valde al que alcance a ver por el brillo de la brasa de su cigarro que debajo del ala de su sombrero brillaba, mientras jalaba el humo de la prieta mixtura aromática, sombrero que tenía echado sobre el rostro para protegerse de la leve brisa, discretamente contestó desde la penumbra.
— Es el mugido de los Toros cimarrones, hay uno que otro amatillados por estos rumbos. ¡No te preocupes Secre! Duerme tranquilo.
Mientras se acomoda el “Siete equis”sobre la cara y se arrebujaba con la manga de hule al acomodarse, le noté cerca de su rostro el pavonado brillo de su pistola calibre 38 que invariablemente portaba en una fornitura de cuero piteado, en la que embonaban cuatro cargadores extras y que usaba ceñida en la cintura como una parte infaltable de su diaria indumentaria.
Yo adormilado, apreciaba todo esto, gozando y aprendiendo tan nuevas experiencias que formarían este carácter tan ligerito y explayado que ahora tengo.
Muy de madrugadita nos levantamos e intentamos hacer una hoguera que prendió a las quinientas entre sopladas y resopladas, entre humaredas y fumaradas logramos calentar agua en un pocillo para hacernos un cafecito y recalentar las enchiladas y las caronas(Tortillas con las que cubrían las enchiladas en el paquete en el que viajaban, quedando embarradas de salsa, frijoles y grasa) sobrantes de la comida del día anterior, dándonos un buen banquetazo que nos supo a la gloria después de que en la noche no habíamos probado ningún alimento.
Iniciamos el viaje entre chiflidos y gritos, que animaron el ambiente y que espanto a las aves del contorno que levantaron el vuelo entre alharacas y silbidos, las mulas descansadas reemprendieron el paso animadas y estimuladas por el hermoso amanecer, brillante embrujo de jaspeadas luminiscencias que se desmadejaban entre esponjosas nubes blancas y retazos de cielo azul intenso, el monte olía a húmedo llegándonos ondas de aromas excitantes y para mi algunos perturbadores, pues les notaba algo sexuales y lascivos, tal vez por sentirme descansado, vivo y lozano, joven y ganoso, con el corazón al flor de piel, aprendiendo cosas muy de mi gusto, entre hombres (Para mi, muy hombres) de experiencia y de bastos conocimientos en estos argüendes de la arrierada.
Llegamos a nuestro destino, Mecapalapa, como a las once del día bajo los rayos de sol que resecaban la brecha dejando un tlajalero que simulaba la piel descascarada de una inmensa y gigantesca criatura muerta hacía miles de años, los perros en una cacofonía de ladridos nos acompañaron un buen trecho entre las empedradas calles antes de llegar al gran portón de la casa grande, donde bajo de un enorme Tamarindo descargamos nuestra mulada, la que atendimos bien, revisándole los lomos por si alguna se había herido o lastimado, las peinamos con unos enormes cepillos de raíz, cosa que les agradaba mucho, y una a una las amarramos junto a una larga canoa donde les pusimos una revoltura de alimento que consistía, en paja, cebada y maíz, que era el premió por haberse portado a la altura en este viaje. A nuestras monturas les hicimos lo mismo y acomodamos todos los aperos en la bodega que para eso tenían junto del gran Tamarindo, después de todos estos quehaceres, Don Valde se dirigió a hacer cálculos con su hermano Don Abelardo y a entregar las cuentas, mientras nosotros pasamos a la parte de enfrente o sea a la tienda en si, a tomarnos un refresco, producto local ya que ahí mismo los envasaban, a los que les decíamos limonadas.
A la hora de la comida, cuando le agradecí a Don Valdemar sus enseñanzas y le pregunté cuando realizaríamos el viaje de regreso, me platico muy bajito.
—Tríana, recuerdas el bufido de anoche, el que le dije al Secre que eran toros Cimarrones. Pues no, no eran toros Cimarrones. Eran Tigres. No los quise preocupar, pero me estuve bien pendiente toda la noche, esperando que los animales se espantaran, cosa que no pasó afortunadamente. Y por lo otro, mañana viajamos rumbo al Castillo de Teallo y te pasaré a dejar a Huitzilac, con tu papa. ¿De acuerdo?
Yo absorbí el informe y lo asimilé como una más de las tantas cosas que fui aprendiendo por esos días y por esos rumbos de la sierra hermosa de los estados de Puebla y Veracruz.




Xalapa, Ver. 31 de Marzo del 2006.                                               S.a.C.f.  Don Art.


EL POTRO DE LA PASION
Tomado el tema de una
Milonga  Argentina.
Autor: Andrés Cepeda.


Alguna vez en mi vida
le monté por puro gusto,
a un Potro que diome un susto
pues reparó sin medida,
que mi alma confundida
se sintió tan espantada,
nomás por verse tirada
a la orilla de la vida,
el bruto aquel dio salida
a la pasión más deseada.

¡Si amigos! Fue la pasión
a la que quise domar,
y se fajó a reparar
cuando mi peso sintió,
con gran esfuerzo trató
de tirarme de repente,
más este tipo prudente
de riendas le puso celos,
y de caricias mil velos
le ubicó sobre la frente..

Y las crines con premura
le sujete con amor,
fui soberbio y sin temor
le fabriqué su montura,
con palabras de dulzura
que aplacaron sus cosquillas,
pues le dije maravillas
mientras el cincho fajaba,
y el Potro aquel se dejaba
que le hiriera las costillas.

Lo puse al trote sintiendo
que lo tenía dominado,
yo lo llevaba arrendado
con cariño consintiendo,
el tranco le iba pidiendo
con suspiros y con besos,
le iba dando  embelesos
como ración cada día,
y el animal se dormía
entre mi querencia preso.

Más la pasión es traidora
por más que la creas domada,
porque de una reparada
este bicho vio su hora
y con enjundia traidora
a un foso cruel me lanzó,
la desdicha me cubrió
empapándome en desgano,
ahí me dejo de plano
que el corazón me dolió.

¡Acabo pues con mi cuento!
De la pasión no te creas,
que es un Potro al que maneas
y por más que aprietes los tientos
te causará mil tomentos
cuando menos te lo esperas.
Por eso es que a las mujeres
no les pidas su pasión,
pídeles el corazón
y te darán sus placeres.
9.54 Hrs. del 3 de Abril del 2003.

En el Paseo de Los Lagos, Xalapa,Ver